La playa de Bajamar Es una de las estampas que ha dejado en la costa lagunera el estado de alarma, pero no la única. Los bancos -nunca parecieron tantos- situados junto a esa especie de mirador de la zona de baño permanecían en la mañana del jueves completamente vacíos, igual que las calles de toda la parte baja del pueblo.

El Kiosko Martín era lo único abierto. Desde dentro del pequeño establecimiento apuntaban que las ventas se reducían a las horas de la mañana. Más abajo, los accesos a las piscinas se encontraban clausurados con cinta. "Estas instalaciones permanecen cerradas / Closed". Pues eso. Un operario recogía un dispositivo de higienización. Hasta la estantería de la iniciativa Lee junto al mar, ubicada dentro del área balizada, vivía su particular confinamiento.

En contraste, bastante más movimiento en la carretera general. Allí tiene su farmacia Andrés Padilla, que es también el presidente de la Asociación de Vecinos Gran Poder de Bajamar. Estos días más que nunca su negocio es una atalaya privilegiada de algunos comportamientos sociales. Cuenta que ha pasado de unos 90 clientes diarios a 120, 130 y hasta 160. Aunque él y su equipo los reciben a todos como mejor pueden, al hacer balance le es imposible evitar que en su discurso aparezca un componente de cierta contrariedad, porque observa que hay compras en las que no existe de fondo una necesidad médica, sino una excusa para dar un paseo. "No me entra en la cabeza la cantidad de gente que no se toma esto en serio", manifiesta sobre los riesgos de la pandemia.

Lo que ha visto en las últimas fechas, con botellones y otras formas de saltarse el confinamiento, le ha traído a la memoria un nombre de sus días de facultad: el del célebre historiador económico italiano Carlo Maria Cipolla, "que advirtió de que las sociedades se esfuerzan en protegerse de la maldad y subestiman el poder destructivo de la estupidez humana". Y es que es en ese terreno donde Padilla considera que se sitúan las decisiones de quienes ponen en peligro a la población de riesgo. "En situaciones como esta sale a flote lo mejor y lo peor de la gente", añade el farmacéutico. El ejemplo opuesto: el de alguien que renunció a parte de su tratamiento de hidroxicloroquina por si fuese necesario para un enfermo de coronavirus.

A unos kilómetros de distancia, la apreciada tranquilidad de La Punta se multiplicaba hasta convertirse en soledad. La avenida marítima Juan Padrón Morales era toda para dos personas. Nada escapaba al cierre. El precinto policial llegaba incluso a un miniparque infantil de unos pocos metros cuadrados. El mar batiendo, una gaviota que volaba dibujando círculos... y poco más.