Era el 21 de diciembre de 1819. Reinaba en España Fernando VII. Era Sumo Pontífice de la Iglesia Católica el Papa Pío VII. Eran las primeras horas de la mañana en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna. Seguramente, según la costumbre, precedido por un prolongado repique de todas las campanas de la ciudad, el comisionado apostólico y regio para la desmembración de la Diócesis de Canarias, don Vicente Román y Linares, obispo auxiliar de la misma para la isla de Tenerife, entró en el templo de los Remedios, y en su altar mayor, con la presencia de todo el clero y gran concurrencia del pueblo, se hizo lectura del decreto de creación de la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna:

Hicieron solemne profesión de fe los nuevos miembros de la catedral [...]. La colación canónica se efectuó el mismo día. Y hubo a continuación misa pontifical, con asistencia del Ayuntamiento, comunidades religiosas franciscanas, dominicanas y agustinas de la ciudad, la Hermandad del Santísimo y numerosos fieles. Al final entonó el obispo el Te Deum, sacándose acto seguido en procesión, las santas imágenes de la Virgen de los Remedios, san Fernando y santa Isabel, continuando cantándolo por las calles de su habitual recorrido, hasta su retorno a la catedral, sobre las doce de la mañana.

A ese día, se había llegado después de recibir la bula de creación, la cual fue firmada por el Papa en una fecha significativa para los canarios, en la víspera de la fiesta litúrgica de la Patrona de Canarias, la fiesta de la Presentación del Niño en el Templo, la Virgen de Candelaria. Coincidencia o intencionadamente, el hecho fue como si la Iglesia Universal se encomendara a la Morenita, para que la nueva diócesis fuera custodiada por la Virgen, por esa advocación Mariana que nos ha acompañado desde su aparición en las playas de Chimisay a finales del siglo XIV.

El regocijo de la población era absoluto porque se veía culminada una iniciativa que había nacido en los primeros años del siglo XVI, cuando se pidió el traslado de la catedral canariense a la urbe más poblada y próspera del Archipiélago, La Laguna. Las reiteradas solicitudes, en pro de una consideración y mejor atención en los asuntos eclesiásticos, no habían tenido éxito; ahora, gracias al tesón de un grupo de personajes laguneros y, especialmente, del influyente arzobispo Cristóbal Bencomo Rodríguez, se lograba que La Laguna se convirtiera en cabecera de una nueva diócesis, desde donde cuidar mejor pastoralmente todas las islas occidentales. Para el gobierno provisional de la Diócesis, el Cabildo Catedral elegiría a su deán Pedro Bencomo Rodríguez, hermano del arzobispo, como vicario capitular, teniendo que compartir su tiempo con la rectoral de la joven Universidad de San Fernando.

Los avatares políticos del Trienio Liberal no permitirían que se dotara a la diócesis novel de su propio obispo hasta seis años después. El elegido sería el asturiano Luis Folgueras y Sión, haciendo su entrada en la ciudad episcopal de Aguere montado sobre un corcel blanco, y siendo aclamado por la multitud enfervorecida desde que saliera de Santa Cruz de Tenerife. A partir de ese momento, el cuidado de un pastor propio se hizo más efectivo, teniendo que confirmar en los primeros siete años a casi la totalidad de la población de la Diócesis, a la vez que afrontar un tiempo cambiante, como fue la dramática desamortización y la no menos terrible exclaustración de los conventos y monasterios.

Al conmemorar los doscientos años de la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna y lanzar una mirada retrospectiva, comprendemos que aquel empeño por una segunda diócesis en Canarias se justificaba absolutamente; el hecho real es que los obispos no podían personalmente visitar la totalidad del territorio canario, teniendo que delegar en visitadores al caso. Si hubo oposición por parte de cierto clero catedralicio de Santa Ana y las autoridades civiles de Las Palmas, al poco tiempo, ellos mismos serían los mayores valedores para la permanencia de la Diócesis Nivariense en los distintos intentos de supresión.