San Cristóbal de La Laguna fue siempre una ciudad especial. Considerada como la capital intelectual de Canarias, Aguere, nombre de origen guanche de la zona sobre la que se asienta y con el que aún se le conoce en muchos círculos, escondió durante siglos entre sus gruesas paredes de piedra y barro valores que la fueron haciendo única. Su característica temperatura, fría y húmeda, -se construyó sobre una antigua laguna-, el carácter de sus gentes, y, sobre todo, los ricos y abundantes tesoros patrimoniales que supo conservar le dieron un sello de identidad reconocido en todo el Archipiélago. Sede de importantes instituciones, con la Universidad como referente, a La Laguna solo le faltaba un pequeño empujón para volver a recuperar, al menos en esencia, una capitalidad que ostentó durante años y que perdió en favor de su vecina Santa Cruz. "Teníamos un valor universal excepcional y no se había puesto en valor hasta que en 1987 empezó el procedimiento para su declaración como Patrimonio de la Humanidad", ha manifestado estos días Elvira Jorge, concejal de Patrimonio Histórico. En esa afirmación se esconde parte del secreto que durante los últimos 20 años ha vuelto a poner a San Cristóbal de La Laguna, la ciudad estudiantil, la ciudad religiosa en el punto de mira de todo el Archipiélago e, incluso, de España. Tras un proceso que se alargó durante más de doce años, el 2 de diciembre de 1999 la ciudad fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por el Comité del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), reunido para la ocasión en Marrakech (Marruecos). Ese día, al reloj que marcaba las horas de la también conocida como Ciudad de los Adelantados se le dio la cuerda necesaria para que no parara de caminar. Esa jornada, guardada ya en la historia de esa ciudad no fortificada, de paz, el comité de la Unesco descubrió los valores que durante siglos se habían conservado, algunos de ellos tan ocultos que escaparon al paso del tiempo. Ese 2 de diciembre, San Cristóbal de La Laguna descubrió un camino infinito, que necesita cuidados, pero que no ha dejado de recorrer. Veinte años después, la ciudad se mira ahora al espejo y se ve cambiada. Moderna, pero antigua a la vez; fría, pero acogedora; multitudinaria, pero con los silencios necesarios para escuchar sus voces ocultas... En definitiva, una ciudad en constante movimiento que mira al futuro con optimismo aunque con una agenda de retos que no puede pasar por alto. Mantener el patrimonio es caro, ha dicho la concejal del área. Pero mucho más caro y, sobre todo, imperdonable sería que San Cristóbal de La Laguna perdiera una distinción que solo tienen otras catorce ciudades en todo el país. Una suerte al alcance de pocas; una suerte que le tocó disfrutar a Aguere.