El aislamiento que siglos antes caracterizaba a La Gomera propició el desarrollo de la artesanía como única manera de cubrir las necesidades de sus habitantes. Hoy estos laboriosos oficios manuales se han visto sustituidos por la automatización del proceso de manufactura, abandonando en muchos casos la elaboración tradicional a cambio de un precio más competitivo, la inmediatez en la adquisición y la variedad que las importaciones ofrecen. Actualmente ningún artesano puede depender económicamente de sus elaboraciones, pues no generan grandes beneficios ni se fomentan de la manera más adecuada. 

Hace apenas medio siglo la artesanía no era considerada un arte tradicional elaborada por unos pocos. La obtención de materias primas autóctonas como la palma, el mimbre, el cuero o la madera y suposterior tratamiento para confeccionar bienes cotidianos con la única utilización del ingenio y las manos, configuraban la forma más común de abastecerse.

La creciente mecanización de la producción y el aumento exponencial de las importaciones ha terminado por ocasionar que la artesanía perdure casi en exclusiva por el atractivo turístico que desprenden sus creaciones.

A medida que las antiguas generaciones de artesanos van desapareciendo, la falta de relevo generacional y la dificultad para encontrar materias primas insulares pone de manifiesto la extinción a la que parece estar condenada esta laboriosa actividad.

Un oficio precario

Servando Clemente tiene 54 años y lleva cuatro dedicándose a la artesanía, fruto de una inquietud personal. En este corto período de tiempo ha podido constatar lo poco valorada que está la labor artesanal en La Gomera, aunque alarga la problemática al resto del Archipiélago. Alega que muchas personas ponen pegas a sus creaciones o consideran que tienen un precio demasiado elevado al no conocer el tiempo y esfuerzo dedicado a cada pieza, hechas a partir de mimbre, caña, ristra y demás materias primas.

El artesano denuncia ciertas dificultades a la hora de promocionar su trabajo “hay que propiciar un diálogo más fluido con la red de artesanos para entender nuestras necesidades. Además, sería importante conocer in situ mejor cómo funcionan los talleres para valorar de cerca la labor que hacemos”. En este sentido, añade que en numerosas ocasiones ha preferido no acudir a ferias de artesanía, una fuente de ingresos mayoritaria, por el sobrecosto que le puedan generar y la incertidumbre sobre los beneficios que pueda obtener.

Servando comenta apenado la manera en que los productos locales se han visto desplazados por otros cuyo costo es más barato. “En La Gomera, al ser un lugar chiquitito, si no valoramos las cosas buenas que tenemos y creamos, perderemos nuestras tradiciones”. Antes se podía vivir de la artesanía porque las personas consumían y valoraban los productos de cercanía, hoy “tienes que tener un trabajo complementario porque de la artesanía no se vive, o al menos yo no conozco a nadie que lo haga”, sentencia Servando.

“Si queremos luchar contra el cambio climático debemos abandonar el plástico, que predomina por ser más barato, y apostar por materiales tradicionales”, sostiene el artesano. Además, considera que la artesanía va a dejar de existir con el paso del tiempo, al menos aquella que supone labores pesadas como el mimbre, a causa de la falta de relevo generacional en la profesión. En una iniciativa que acercaba a los artesanos y las escuelas tuvieron algunos problemas con los profesores, de lo que Servando alega “yo no tengo los estudios que puede tener un maestro, pero considero que mis conocimientos son igual de válidos”. La solución pasa por acercar los saberes tradicionales a un público joven que los revalorice y pueda perpetuarlos.

La única que quiso aprender

Carmen Rodríguez, de 88 años, empezó hace más de 50 a tejer traperas con el telar que utilizaba su abuela, a quien ayudaba de vez en cuando y de la que heredó todos sus conocimientos. Carmen fue la única de su familia que se interesó en aprender este arte textil, además de la cestería de palma y la elaboración de sombreros de este mismo material, pero ahora se entristece ante el declive del sector.

“Antaño los materiales como los ovillos para los telares o la palma para bolsos y sombreros se conseguían de manera sencilla a lo largo de la Isla, en los municipios de Vallehermoso o San Sebastián, pero ahora tengo que pedirlos a la Península, y en el caso del palmito, estar atenta para que no lo destinen a alimentar el ganado”, expone la artesana. Además, antes la producción era menor porque se vendía según las necesidades de las personas, mientras que ahora hay que elaborar más cantidad de producto para satisfacer a un público heterogéneo y principalmente extranjero.

Sin fuente de ingresos

Con motivo de la pandemia los mercadillos de artesanía se han visto suspendidos, mermando los pocos ingresos que éstos podían generar a los artesanos de La Gomera. Carmen considera que “la gente no aprecia lo que supone la artesanía, quieren un producto barato y rápido”, mientras que para la elaboración de un solo sombrero se requieren aproximadamente siete días. El sobrecosto de estos productos en comparación con los importados tiene su explicación en las horas y esfuerzo dedicadas a su elaboración manual, en contraposición a las distribuidas masivamente con el uso de las nuevas tecnologías.

“Ni mis hijos ni mis hermanas han querido aprender, porque saben que no da dinero”, lamenta Carmen, que niega rotundamente poder vivir en exclusiva de su labor como artesana. Habla de cómo los jóvenes se van progresivamente de La Gomera en busca de oportunidades laborales, y sentencia que “si alguno termina por dedicarse a la artesanía será porque no ha podido salir para ningún lado”.

Actualmente, con el desgaste que presentan sus brazos tras una vida tejiendo y la imposibilidad de vender sus productos, Carmen afirma que si pudiera, vendería su telar.