Cristóbal Suárez Vega fue el timonel del Telémaco. Salvó su vida porque se ató al timón del pailebot. De no haber sido así, el mar lo hubiese barrido de la cubierta en plena noche. Su hijo, Ángel Suárez Padilla, tenía siete años cuando el padre embarcó para Venezuela. Este nunca se extendió mucho para contar aquella experiencia al límite en medio del océano. Pero Ángel indagó lo suficiente con otros participantes en la aventura para publicar un libro: Telémaco. El último viaje. El mencionado temporal se llevó las maletas, la comida y el combustible que había en la parte superior de la embarcación, dotada de dos palos y un motor de 40 caballos. Cristóbal era natural de San Sebastián de La Gomera y trabajaba como carpintero y pescador. Esa era su experiencia en el mar cuando, con 36 años, se arriesgó a viajar a Venezuela de forma clandestina. En la Isla nunca se metió en política. A él se atribuye la decisión de romper parte de la borda del pailebot, con el objetivo de que el agua que caía dentro pudiera salir con más facilidad. En caso contrario, gobernar el barco hubiera sido muy difícil. Relata Ángel que un pedrero utilizó su mandarria para realizar la tarea.

En La Gomera empezaron a tener noticias de los embarcados en el Telémaco desde que llegaron a Martinica para decir que "estaban relativamente bien", en palabras de Ángel Suárez Padilla, quien destaca que el pueblo de dicha isla fue "muy generoso y solidario" con los pasajeros y tripulantes del pesquero salido de Canarias. "Mi padre iba por una calle con un amigo y, en una esquina, estaba un mendigo negro y ciego, quien los llamó y, tras intentar hablar con ellos, sacó parte del dinero que tenía y se lo dio a mi padre". Eran 150 francos martiniqueños, que en aquella época equivalían a un franco francés. Cristóbal guardó ese dinero en un sobre toda su vida y lo escondió. Y fue su hijo quien lo encontró y lo conserva.

Después de que el indigente se lo entregara, el timonel del Telémaco fue a un bar y trató de comprar con él una caja de cigarros. El dueño del local, un español, le dijo que con esos recursos no le daba ni para pagar media caja de tabaco. El propietario del negocio le aconsejó que se guardara sus monedas, que le regalaba los cigarros y que en una mesa tenía aguardiente para beber, "pero que no se emborrachara".

La generosidad del pueblo

El hijo del timonel expone que toda la generosidad de la población negra de Martinica incidió en unas personas educadas con la idea de que los "negros e indios que no habían sido cristianizados se comían a la gente".

Tras el temporal, la tripulación del petrolero Campante, de la compañía Campsa, les tiró un garrafón con agua, aceite y arroz. Y fueron unos jóvenes de Valle Gran Rey los que se tiraron en busca de esas provisiones. Cuando llovía, los emigrantes canarios absorbían el agua que bajaba por los palos e, incluso, trataron de aprovechar el agua recogida en una vela sucia, pero algunos vomitaron dentro. Y eso sin olvidar la vida en la bodega, explica Ángel Suárez, con un hacinamiento considerable y un calor insoportable.

Está previsto que la segunda edición de Telémaco. El último viaje, ampliada y corregida por su autor, con nuevos datos recopilados en la isla de Martinica, sea presentada a finales del presente mes. Un símbolo con plena vigencia.