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Conflicto

Un Nepal bajo control militar intenta convocar nuevas elecciones en medio del caos

El país busca la calma tras la dimisión del Gobierno para convocar nuevas elecciones

Sin Gobierno y en medio del caos por las protestas, Nepal permanece bajo control militar

Sin Gobierno y en medio del caos por las protestas, Nepal permanece bajo control militar / NARENDRA SHRESTHA / EFE / VÍDEO: EFE

Adrián Foncillas

Adrián Foncillas

Pekín

Los soldados protegían hoy el Parlamento aún humeante y sofocaban los esporádicos focos de violencia tras los dos días más convulsos en Nepal de las últimas décadas. Los vehículos quemados y los amasijos de metal siguen en los aledaños del complejo donde los bomberos y las fuerzas de seguridad pelearon ayer con miles de manifestantes. Con el primer ministro Khagda Prasad Sharma Oli ya dimitido, a Nepal le urge recuperar la calma y el orden mientras prepara el terreno para las elecciones.

El exjuez de la Corte Suprema, Balaram K.C., ha pedido al movimiento de protesta que elija a sus negociadores y sea disuelto el Parlamento. El presidente del país, Ramchandra Paudel, con unas funciones apenas ceremoniales, ha exigido a los jóvenes su “cooperación para una conclusión pacífica” y la formación de un Gobierno interino. El movimiento juvenil, harto de la corrupción y el nepotismo, ha derrumbado los cimientos nepalíes apenas un año después de que parecidos motivos tumbaran el Ejecutivo de la cercana Bangladesh.

En esta la figura de consenso elegida fue Muhammad Yunus, Nobel de la Paz, mientras en Nepal todos miran a Balendra Shah, un exrapero de 35 años y alcalde desde 2022 de Katmandú, quien ha recomendado sosiego a sus cerca de 800.000 seguidores en Instagram. “Querida Generación Z, la dimisión de vuestros acosadores políticos ha llegado. Ahora, por favor, sed pacientes. Vosotros y nosotros necesitamos controlarnos. Nuestra generación tendrá que liderar el país. Estad preparados”, ha pedido en las redes sociales. Shah había tildado a Oli de “terrorista” que ignoraba el “dolor por la pérdida de un hijo o una hija”.

Al menos 22 personas han muerto y 400 han sido heridas en las protestas que asolaron la capital a principios de semana, según el Ministerio de Salud nepalí, y que fueron repelidas por la policía con cañones de agua, gas lacrimógeno, pelotas de goma y munición real. El aplastamiento de los manifestantes, veinteañeros en su mayoría, ha generado la repulsa global.

El uso de munición letal contra los que no suponían una amenaza inminente ni peligro de muerte, ha recordado Amnistía Internacional, viola las leyes. El secretario general de la ONU, António Guterres, ha exigido una “investigación profunda” y el freno de la “escalada de violencia”. “Pido a las autoridades que cumplan con la ley de derechos humanos y que las protestas se desarrollen de forma pacífica y respetando las vidas y las propiedades”, ha añadido.

La explosión social fue provocada por el bloqueo de las principales plataformas sociales (Facebook, Instagram, WhatsApp, YouTube o X, entre otras) a las que el Gobierno culpaba de ayudar a diseminar noticias falsas. Los jóvenes recibieron la prohibición como una andanada censora que buscaba ahogar sus críticas y tomaron las calles. Decenas de miles se acercaron al Parlamento y fueron recibidos a tiros. Antes habían prendido fuego a la vivienda del primer ministro y habían agredido a varios miembros de su Gabinete. Los desesperados intentos de calmar a las masas fueron inútiles y Oli dimitió anoche por carta aludiendo a la “situación extraordinaria”.

Entre los jóvenes ha crecido el hastío por la corrupción rampante (ocupa Nepal el puesto 107 de 180 países en la clasificación de Transparencia Internacional) y la desesperación por su falta de oportunidades. El desempleo juvenil supera el 22 %, según el Banco Mundial, y para muchos no hay más remedio que exiliarse para emplearse de lo que sea, lo que explica que en las tres últimas décadas los envíos de dinero desde el extranjero supongan un tercio del PIB nacional.

Las desigualdades sociales son tan crecientes como dolorosas, con uno de cada cinco nepalíes en la pobreza, y la impúdica exhibición de las riquezas de la minoría afortunada había elevado la temperatura del caldero hasta que voló por los aires. En las redes sociales censuradas alardeaban los hijos de la clase política (“nepo kids”, por la contracción de nepotismo y niños en inglés) de sus vidas lujosas y desenfrenadas.

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