Pena capital

Japón ejecuta en la horca al ‘asesino de Twitter’ por matar y descuartizar a nueve personas

Ocho de las víctimas, asesinadas en 2017, eran mujeres con las que contactó tras comprobar a través de mensajes en la red social que tenían tendencias suicidas

Archivo - Imagen de archivo de un policía en Tokio, Japón.

Archivo - Imagen de archivo de un policía en Tokio, Japón. / Karl-Josef Hildenbrand/dpa - Archivo

EP

Acudieron con la promesa de un suicidio conjunto y fueron violadas, asesinadas y descuartizadas. Takahiro Shiraishi, de 34 años, ha sido colgado esta mañana en la primera ejecución que celebra Japón en casi tres años. El tribunal creyó adecuado romper esta tendencia con “una de las mayores atrocidades en la historia del crimen” por la manipulación “retorcida y despreciable” de jóvenes mentalmente débiles. 

Shiraishi, más conocido como “el asesino de Twitter”, fue arrestado en octubre de 2017 en su domicilio de Zama, cerca de Tokio, cuando la policía investigaba la desaparición de una chica de 23 años. En su habitación encontraron cajas refrigeradoras con varias cabezas, huesos y otros restos. Confesó que en apenas dos meses había matado a nueve jóvenes de entre 15 y 26 años. La prensa habló de la “Casa de los Horrores” y desmenuzó el caso durante meses. Las muertes generaron profundos debates sobre el papel de las redes sociales y el suicidio juvenil. Twitter enmendó sus reglas de participación para prohibir a sus usuarios que “promovieran o animaran al suicidio o las lesiones autoinfligidas”.

Confesión

En su perfil de Twitter (ahora X) escribía Shiraishi: “Quiero ayudar a la gente que está sufriendo. Por favor envíame un mensaje directo cuando quieras”. “¿No morirías junto a mí?”, preguntaba en un 'post'. Se ofrecía a asistir a jóvenes en el suicidio y prometió a algunas que se iría de este mundo con ellas. Pero tan pronto entraban en su casa eran violadas, estranguladas, robadas y descuartizadas. Todas sus víctimas son mujeres excepto un hombre. Se trata del amigo de una de ellas, quien había seguido su rastro hasta Shiraishi.

Su defensa buscó una condena atenuada alegando que las mujeres habían pedido al acusado que las matara. El tribunal entendió lo contrario y desdeñó las dudas sobre su competencia mental al concluir que “actuó de forma constante en la manera que servía a su propósito”. Sus abogados apelaron pero el propio Shiraishi retiró el recurso y se declaró culpable.

Su ejecución ha sido desvelada esta mañana por el ministro de Justicia, Kaisuke Suzuki, en rueda de prensa. “El caso ha causado un gran 'shock' en la sociedad por la pérdida de nueve preciosas vidas en apenas dos meses por razones egoístas de gratificación sexual y financiera”, ha explicado. “He ordenado su ejecución tras una cuidadosa consideración”, ha concluido. El padre de una de las jóvenes ha aclarado horas después en la televisión NHK que habría preferido que “pasara toda su vida en prisión reflexionando sobre sus crímenes y no que simplemente la perdiera por la pena capital”.

Corredor de la muerte

Tomohiro Kato era hasta hoy el último ejecutado en Japón. Mató a siete personas conduciendo un camión de dos toneladas sobre la multitud en el barrio tokiota de Akihabara. Han pasado dos años y once meses, el periodo más largo sin ejecuciones desde que el Gobierno empezó en 2007 a publicar los registros. Han pasado también cuatro ministros de Justicia. El paréntesis es ajeno al sentir social: el 83 % de los japoneses consideraron la pena de muerte como “imprescindible” en la encuesta gubernamental del pasado año.

Ni siquiera casos tan flagrantes como el de Iwao Hakamata han limado el masivo apoyo. Hakamata es el hombre que más tiempo ha pasado en el corredor de la muerte. Entró en la cárcel un treintañero fibroso y 47 años después salió un anciano senil. La justicia le otorgó en marzo una compensación de 217 millones de yenes (unos 1,3 millones de euros) por su vida desperdiciada. Había sido condenado por el asesinato de una familia y décadas después fue declarado inocente tras sentar el tribunal que la policía había cocinado las pruebas. Contra la pena de muerte en Japón alegan los activistas el inevitable margen de error y las “crueles, inhumanas y degradantes” condiciones del corredor de la muerte, según Amnistía Internacional. Los condenados ocupan diminutas celdas personales con las luces encendidas las 24 horas, escasísimas visitas de familiares y abogados y dos breves pausas semanales para el ejercicio.

Ignoran cuándo serán ejecutados hasta que una mañana aparecen los verdugos en su celda. Esa tortura psicológica diaria durante años o décadas, una singularidad japonesa, devasta su estabilidad mental. El Ministerio de Justicia no revela quién ni cuándo será conducido al cadalso. Los reos carecen del derecho a su última comida ni a despedirse de los familiares, quienes recibirán la noticia a posteriori para que recojan el cuerpo.

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