Nueva era política en EEUU
La hiperactividad y los desafíos a la democracia marcan el primer mes de la presidencia de Trump
El republicano cumple promesas de campaña en un arranque de presidencia sin precedentes pero va más allá con retos al sistema constitucional que hacen saltar alarmas

El presidente de EEUU, Donald Trump, desciende del Air Force One a su llegada al aeropuerto de Miami, este miércoles. / AP

El primer mes del segundo mandato del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha sido todo lo que prometió en campaña y mucho más. Desde que tomó posesión el 20 de enero el republicano ha puesto en marcha con un despliegue sin precedentes de poder ejecutivo la agenda política que presentó como candidato y que le valió el apoyo de una mayoría de los votantes.
Trump, no obstante, ha ido más allá de pasos normales como revertir las políticas de su predecesor, Joe Biden, o de cumplir promesas como lanzar una operación masiva de deportación de inmigrantes, desarticular políticas que considera 'woke', imponer aranceles, incluso perdonar a los condenados por el asalto al Capitolio o lanzar una campaña contra los supuestos excesos de la burocracia y del gasto público apoyado en el hombre más rico del mundo, Elon Musk.
Ha emitido órdenes que desafían a la Constitución, en su purga en el servicio civil ha despedido a 17 inspectores generales y otros cargos encargados de controlar al Gobierno o marcar directrices éticas, se ha arrogado poderes sobre agencias independientes, ha congelado fondos ya apropiados por el Congreso, se ha saltado los procesos para tratar de desarticular agencias... Y todo lo ha hecho aplicando una interpretación dramáticamente expansiva e inédita de su poder, apoyado en la teoría del ejecutivo unitario, que reta principios constitucionales y democráticos como la separación de poderes.
Embestida contra el sistema
Es una embestida al propio sistema de gobierno del país que amenaza con dinamitarlo desde dentro pero Trump puede realizarla gracias a muchos elementos que le faltaron en su primera presidencia, incluyendo contar con el dominio absoluto de su partido, en control del Congreso y que no ofrece resistencia ni siquiera a las incursiones del mandatario en los poderes que corresponden al legislativo.
Aún su acometida tiene algo de freno gracias al sistema democrático de controles y contrapesos, que se erosionó en su primer mandato pero resiste debilitado, y los tribunales de momento han frenado algunas de sus acciones, con al menos 12 decisiones en su contra en las más de 70 demandas ya presentadas.
Pero Trump ya arrancó el mandato ignorando tanto una ley del Congreso como una decisión del Supremo (sobre el veto a TikTok). Y aunque públicamente ha dicho que respeta la justicia y seguirá los procesos, también ha lanzado mensajes que elevan los miedos sobre el estallido, que para algunos ya ha comenzado, de una crisis constitucional. Este fin de semana escribió en su red social una cita parafraseando a Napoleón: "Quien salva a su país no viola ninguna ley".
Sofisticación, organización y lealtad
La operación política que ha desplegado Trump en su primer mes tiene toda la sofisticación, organización y lealtad que le faltaron en la primera presidencia. Enfrenta a una oposición desarticulada tras la derrota electoral. Y para este mandato que ya se ha mostrado transformador ha conseguido el alineamiento y la alianza de prácticamente todo el mundo empresarial y en especial de los gigantes tecnológicos. A Musk lo ha convertido en poderoso, y no exento de polémica, emisario en su acometida contra la burocracia, para desmantelar agencias y el servicio civil y para recortar gasto.
Trump ha perfeccionado la estrategia de "inundar la zona" de la que ya en 2019 hablaba su asesor de ultraderecha Steve Bannon y ha seguido a la perfección en este primer mes la idea de "conmoción y pavor". La vorágine de acciones y declaraciones es tal que es prácticamente imposible seguirlas todas o darles respuesta, y abruma a la oposición, los ciudadanos y muchos medios de comunicación tradicionales, contra los que ha intensificado sus ataques.
Es un torbellino que ha desatado caos e incertidumbre, y tras el que laten elementos no ocultos de venganza y represalia hacia quienes considera enemigos políticos, pero que es celebrado por sus votantes, que han llevado al mandatario a sus mejores índices de aprobación. Estos, según la media de sondeos de FiveThirtyEight, ronda el 50%, aunque en el primer mes de presidencia el margen que tenía esa valoración favorable sobre el índice de desaprobación se ha reducido casi cinco puntos.
La fuerza de la revolución que plantea Trump no solo se siente en EEUU y con sus declaraciones imperialistas sobre Panamá, Groenlandia, Canadá o Gaza, con su alianza con Vladímir Putin y su abandono y ataque a Ucrania, con la reescritura de las normas de comercio en sus amenazas arancelarias y con otros giros en política exterior y en relación a instituciones y alianzas internacionales ha logrado que se vea zozobrar el orden mundial que ha regido desde después de la Segunda Guerra Mundial.
La deriva autoritaria
"Todo lo que ha pasado en este mes es lo que esperarías cuando este tipo de liderazgo personalista apoyado por este tipo de partido débil personalista llega al poder, pero lo sorprendente es la velocidad a la que ha sucedido", dice en una entrevista telefónica Erica Frantz, politóloga de la Universidad estatal de Michigan especialista en autoritarismos y coautora del libro 'The Origins of Elected Strongmen'. "En otros países donde hemos visto el mismo tipo de proceso ha sido mucho más lento, y ese ritmo más pausado es en parte intencional para no provocar una reacción fuerte".
Frantz llama a distinguir entre políticas de Trump con las que ideológicamente se puede estar en desacuerdo y acciones dañinas para la democracia. "Cuando hablamos de despedir a inspectores generales, de no seguir las reglas, eso son banderas rojas, porque en una democracia sana quieres límites al ejecutivo", dice. "Cuando no los hay se acaba trasteando con las elecciones para poder seguir más en el poder".
"Lo que se alza entre EEUU y el autoritarismo ahora mismo son realmente los tribunales, son la última esperanza", advierte también. "El problema es que el sistema legal tiende a ser muy lento, así que si esperamos que los tribunales protejan la democracia, para cuando haya sentencias o decisiones influyentes Trump ya habrá sido capaz de hacer lo que quiere. Y si el Supremo le da la razón, se sentará realmente el precedente de que puede hacer lo que quiera".
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