Erupción volcánica

Colombia y el fantasma de Omaira

Las autoridades elevan a naranja el nivel de alerta ante la posible erupción del volcán Nevado del Ruiz, el mismo que en 1985 mató a 23.000 personas en Armero, entre ellas a la pequeña niña de 13 años que acabó convertida en símbolo de la tragedia

El volcán colombiano Nevado del Ruiz.

El volcán colombiano Nevado del Ruiz. / Reuters

Mauricio Bernal

Los fantasmas del pasado se ciernen sobre Colombia, y esta vez no tiene nada que ver la violencia armada que ha azotado históricamente al país. Tiene que ver un volcán, el Nevado del Ruiz, despierto de nuevo desde hace unas semanas y responsable de que miles de personas estén en estado de alerta, pendientes de un aviso de evacuación que puede llegar en cualquier momento.

Quienes tienen edad para recordarlo tuercen el gesto con alarma, pues esas cuatro palabras -‘volcán’, y ‘Nevado’, y ‘del’, y ‘Ruiz’- son sinónimo de tragedia, la que tuvo lugar hace 38 años, el 13 de noviembre de 1985, cuando el volcán hizo erupción y mató a cerca de 23.000 personas, la mayoría en Armero, el pueblo asociado para siempre a la tragedia, todo él sepultado bajo un descomunal aluvión de lodo. En Colombia y el mundo, el rostro de la catástrofe fue el de una pequeña niña de 13 años que sobrevivió a la avalancha pero quedó atrapada entre las ruinas, con el cuerpo sumergido bajo el agua, y cuya lenta agonía se convirtió en trasunto del dolor de todo un país. Se llamaba Omaira.

Actividad sísmica

El pasado 30 de marzo, el Servicio Geológico Colombiano (SGC) elevó a naranja el nivel de actividad del volcán, el último escalón antes de la alerta roja, que indica erupción. La actividad sísmica se había incrementado de forma notable desde el día 24, y el día 29 había tocado el pico más alto desde 1985. Al contrario de lo que ocurrió entonces, cuando cierta indolencia gubernamental formó parte de la conjura de factores que sumaron para que nadie fuera evacuado a pesar de los avisos de erupción, esta vez el Gobierno ha sido diligente al poner en marcha el correspondiente protocolo, y los miles de personas que viven en los pueblos bajo amenaza están informados de que en cualquier momento podrían tener que abandonar sus casas. Ya hay quien lo ha hecho: las familias con niños han abandonado la zona. La mayoría se han alojado en casas de familiares.

El volcán escupe humo y cenizas y emite ruidos que llegan hasta los pueblos en alerta -Villamaría, Herveo, Villahermosa, Murillo y Casabianca son los más amenazados por una posible erupción, y los que ahora están en el centro de las preocupaciones del Gobierno-. No es nada que no hayan vivido los lugareños en los últimos 40 años, pero los sismólogos avisan de que esta vez es diferente, y analizan con preocupación los seísmos que tienen lugar en el cráter Arenas.

“Existe una mayor probabilidad de que en días o semanas haga una erupción mayor a las que ha hecho en los últimos 10 años", avisó el SGC el día 18. Erupciones menores, todas ellas. Los medios de comunicación colombianos siguen la actividad del volcán como el periodismo moderno manda seguir una situación como esta: al minuto. Un día, la temperatura del cráter sube a 700 grados. Otro día, salen humo y cenizas. Otro día, estos son los planes de evacuación. Otro día, hay emisiones de óxido de azufre.

“Estuvo un poco más movido anoche y ayer hubo más columnas de gases y cenizas, algunas que alcanzaron más de dos kilómetros de altura, y hoy reportaron una anomalía térmica muy alta en el fondo del cráter. Son síntomas de que el volcán sigue muy activo, muy inestable y por lo tanto no podemos bajar la guardia”, declaró el miércoles el director de Geoamenazas del SGC, John Nakario Londoño. Al final, puede que haga erupción o puede que no pase nada, pero ese volcán, más que volcán es un fantasma, y su sombra acosa a todos los colombianos con edad y memoria para recordar las infaustas jornadas de hace 38 años.

La niña y el cámara

Lo cual no significa que haya que ser colombiano para tener recuerdos de aquello. Sobre todo cuando uno responde al nombre de Evaristo Canete, y, sobre todo, cuando uno era cámara de TVE, corresponsal en Colombia y enviado especial al lugar de la tragedia. Más que nada: cuando uno fue el que filmó a Omaira. Habían pasado algo más de 24 horas desde la erupción, Armero estaba sepultado bajo miles de toneladas de lodo y Canete llegó al lugar en compañía de un técnico de sonido. En una de sus primeras salidas, en un recodo del pueblo sumergido, encontró a Omaira. Evaristo se puso a hablar con ella y la conversación quedó grabada, y hoy está disponible en internet. Hundida hasta la cabeza, la pequeña de 13 años era carisma y fuerza y -en esas condiciones- simpatía. Confiaba en que la sacarían de allí.

“Aquello fue duro, muy duro… En el primer momento no me di cuenta de lo que pasaba, pero según hablaba con la niña y con un hombre de Defensa Civil que estaba con ella me di cuenta de que iba a ser muy difícil sacarla de ahí...” Canete conversó con la niña alrededor de 20 minutos y enseguida se fue a hablar con unos médicos del Ejército que andaban cerca. “Bueno, de alguna manera habrá que sacar a esa chica, ¿no?”, les dijo. No la había. Desaguar era imposible: no había motobombas. Amputarle las piernas (se consideró esa posibilidad), también. “Me dijeron que llevaba tanto tiempo sumergida”, recuerda el cámara, “que la hemorragia no se le podría cortar. Esa chica tenía tanta fuerza, tantas ganas de salir de allí… Ella sola tenía la vitalidad que no tuvimos los demás para poder arreglar lo que había pasado”.

Perder el año

Canete no era el único periodista presente en el lugar. También estaban, entre otros, el colombiano Germán Santamaría -cuya crónica '¡Hay que salvar a Omaira!', publicada en el diario 'El Tiempo', forma hoy parte de la historia periodística del país-, y Frank Fournier, el fotoperiodista francés que captó a la niña hacia el final de su agonía y cuyo trabajo fue galardonado ese año con el World Press Photo of the Year. Las fotos de Fournier y las imágenes en movimiento que grabó Canete dieron la vuelta al mundo y convirtieron a Omaira en símbolo de la tragedia: el rostro de 23.000 muertos. “Voy a perder el año porque ayer y hoy fallé a la escuela”, decía la niña, mirando a los que la rodeaban.

Casi cuatro décadas después, Omaira, ese nombre, sigue siendo para muchos aquella pequeña de rostro angelical atrapada en el barro, deseosa de ser rescatada y seguir adelante con su vida. “Estuve grabando porque era mi obligación”, dice Canete, “pero si de dejar la cámara a un lado hubiera dependido que Omaira saliera de allí, lo habría hecho una y mil veces, siempre lo he dicho. Mi afán no era de notoriedad: habría dejado lo que fuera porque esa chica hubiera salido adelante, pero no pudo ser. En algún momento ayudé a tirar de una cuerda con la que intentamos sacarla, pero desafortunadamente sabíamos que no servía para nada. Por desgracia no se pudo hacer más y no se le puede echar la culpa a nadie”. La agonía de Omaira se prolongó alrededor de 70 horas y la noticia de su muerte sacudió a todo el país. Fueron horas tristes. El lugar donde murió está señalado con un cartel. Cuando el volcán respira, todos se acuerdan de ella.

Suscríbete para seguir leyendo