Irlanda del Norte

Acuerdo de Viernes Santo: 25 años de 'paz fría' en el Ulster

Un cuarto de siglo después de la firma del tratado de paz, las heridas del conflicto siguen siendo visibles en Irlanda del Norte. Ya no hay atentados a diario como antes, pero tampoco reconciliación entre católicos y protestantes, ahora removidos por las consecuencias del Brexit

Acuerdo de Viernes Santo: 25 años de 'paz fría' en el Ulster.

Acuerdo de Viernes Santo: 25 años de 'paz fría' en el Ulster.

Juan Fernández

¿Cuántos años hacen falta para que dejen de doler 3.500 muertos y 50.000 heridos causados por 30 años de enfrentamiento civil? ¿Cómo se hace para pasar página a tres décadas de bombas, tiroteos, barrios incendiados y segregación social? ¿Cómo se reconcilian dos comunidades que han alimentado el odio y el miedo más profundo y visceral que se pueda sentir hacia el vecino de la calle de al lado?

25 años después de la firma del Acuerdo de Paz de Viernes Santo de 1998 que puso fin al conflicto del Ulster -los 'troubles' (problemas), le llaman ellos como queriendo encapsular en una sola palabra un problema que se antoja inabarcable y con difícil cicatrización-, los norirlandeses se declaran incapaces de responder a estas preguntas.

La actividad de las organizaciones armadas republicanas y unionistas que asolaron el país desde 1968 cesó y el Ulster dejó de ser noticia por atentados o altercados, pero las comunidades católica y protestante distan mucho de haberse reconciliado y a día de hoy el recelo es visible en las conversaciones de la gente y en el paisaje urbano, rajado todavía por los 'Muros de la Paz' que se levantaron hace medio siglo para separar barrios enteros y evitar que sus habitantes se atacaran entre sí. Tras tanto tiempo, la mayoría sigue en pie porque así lo reclaman quienes viven pegados a ellos. Dicen que a su sombra se sienten más seguros.

Un cuarto de siglo después de que callaran las armas, las ciudades norirlandesas continúan cubiertas de murales que recuerdan a las víctimas y honran los victimarios, cuyas identidades se alternan según la calle que se pise, y siguen salpicadas de santuarios civiles de un signo y el contrario, convertidos en atracciones turísticas para los visitantes.

Para los que crecieron aquí en aquellos años de plomo, son el testimonio del trauma vivido y el recordatorio de lo que no debe volver a repetirse. Al menos, en esto sí que siguen estando todos de acuerdo.

Hace 25 años, Irlanda del Norte dio un ejemplo al mundo al mostrarse ser capaz de desescalar uno de los conflictos civiles más cruentos del siglo XX hasta hacer desaparecer la violencia de sus calles. Ese día puso fin a su etapa más dolorosa, pero dio comienzo a la más compleja: la de convertir la paz en convivencia. Siguen en ello.

Un acuerdo tan inesperado como secreto

Viajar en el tiempo con el as del spoiler en la manga no le resta excitación a la experiencia. Hoy conocemos el desenlace, pero en las hemerotecas quedó registrada para siempre la sorpresa que causó el gran acontecimiento de calibre internacional que tenía deparada la semana santa de 1998, una noticia que pocos conocían y casi nadie esperaba.

El viernes santo, que aquel año cayó en el 10 de abril, representantes de grupos políticos republicanos -de inspiración católica y partidarios de anexionar el Ulster a la República de Irlanda- y del sector unionista -de credo protestante y defensores de la permanencia del territorio en el Reino Unido-, anunciaban que habían alcanzado un acuerdo que acababa, al fin, con tres décadas de enfrentamientos.

Ese día, los informativos de todo el mundo abrieron con la noticia, pero apenas 24 horas antes, los vecinos del monasterio de Clonard, situado en el centro de Belfast, permanecían ajenos al asunto que se traían entre manos aquellas figuras humanas que cada noche, misteriosamente, accedían al templo a través de la puerta trasera para que nadie los identificara.

Eran los negociadores del pacto, cuya discreción no respondía a capricho alguno: después de varios 'alto el fuego' fallidos en los últimos años, las posiciones de ambos bandos seguían irreconciliables, sobre todo las de sus facciones más extremistas, y cualquier filtración podía frustrar un acuerdo que no acabó tomando prestado el nombre del templo donde se discutieron sus últimos flecos, sino el del edificio donde se anunció: el castillo de Stormont, actual sede del Parlamento.

Aquel secretismo contrasta con la dimensión internacional que tuvieron las conversaciones, en las que, aparte de los bandos enfrentados, estuvieron implicados los gobiernos de Renio Unido e Irlanda, y hasta la Casa Blanca.

Tras varias semanas de campaña informativa y después de que todos los norirlandeses recibieran en sus casas una copia del acuerdo para que pudieran leerlo detalladamente, el 22 de mayo fue aprobado en referéndum con el apoyo del 70% del electorado.

En el Museo del Ulster puede verse hoy una copia de aquellos ejemplares impresos que se distribuyeron por correo y un cartel institucional de la llamada a las urnas. En él, el apoyo al  aparecía simbolizado con una señal de tráfico de sentido único (las azules redondas con la flecha blanca apuntando hacia arriba) y el NO, con una señal de callejón sin salida.

Aunque su articulado presentaba dudas para ambos bandos, el Acuerdo de Viernes Santo acabó siendo percibido por la sociedad norirlandesa como la única alternativa posible al horror que habían estado viviendo las tres últimas décadas.

El pacto fue posible gracias al tesón y la capacidad de diálogo y persuasión de algunos 'hombres buenos', cuyos nombres ya forman parte de la historia...

John Hume

El líder del Partido Socialdemócrata Laborista (SDLP) y David Trimble, del Partido Unionista del Ulster (UUP), fueron los verdaderos muñidores del tratado porque lograron vencer las resistencias de sus respectivas facciones a aceptar el acuerdo. En su caso, las de los grupos católicos que consideraban "una humillante derrota" que el Ulster siguiera formando parte de Reino Unido tras tantos años de lucha.

David Trimble

Él y John Hume recibieron en 1998 el premio Nobel de la Paz por haber hecho posible el final de la violencia en Irlanda del Norte. Trimble, que fue primer ministro del primer gobierno autonómico del Ulster, logró algo considerado hasta entonces anatema por sus correligionarios: admitir como interlocutor al Sinn Féin, brazo político del IRA a quien él mismo había estado tachando de "grupo de terroristas" durante años. Tanto Trimble como Hume fallecieron entre 2020 y 2022.

Tony Blair y Bertie Ahrem

El apoyo de los primeros ministros de Irlanda y Reino Unido al acuerdo de paz fue decisivo, ya que su firma tenía importantes consecuencias en el ordenamiento jurídico de ambos países.

George Mitchell

Senador demócrata, católico y asesor de Bill Clinton en la Casa Blanca. Con diplomacia, logró que ambos bandos accedieran a sentarse a dialogar. Su papel fue decisivo para impulsar el acuerdo, alcanzado a partir de un documento previo que lleva su apellido.

Gerry Adams

Rostro amable y dialogante del Sinn Féin, consiguió convencer a los republicamos más intransigentes, así como a las voces más extremistas del IRA, para que apoyaran el acuerdo de paz.

El Acuerdo de Stormont tuvo la virtud de no contentar a ningún bando y contemplar cambios que hasta entonces habían sido considerados inadmisibles por ambos lados. De este modo, nadie pudo alegar que beneficiaba a la facción contraria. Sobre todo, apostaba firmemente por las instituciones norirlandesas y fiaba el futuro del país al entendimiento de los grupos políticos.

Estos fueron los principales puntos del tratado:

1- Gobierno compartido

Creación de la Asamblea Legislativa de Irlanda del Norte, regida por la regla de la ‘doble mayoría’ para que las decisiones importantes se tomen de mutuo acuerdo por las dos comunidades. El gobierno también es compartido y en el ejecutivo tiene que haber representantes de los partidos republicanos y unionistas.

2- Sin frontera

Una de las medidas que más se notaría en el día a día de los ciudadanos: desaparición de cualquier tipo de aduana entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, permitiendo la libre circulación de ciudadanos y mercancís entre ambos territorios.

3- Fin de la lucha armada

Alto el fuego definitivo de todos los grupos paramilitares, tanto los republicanos (IRA y sus distintas facciones) como los lealistas (UVF, UDA/UFF, LVF y otros) y calendario para la entrega de las armas.

4- Nuevo sistema policial

Retirada de las tropas británicas de suelo irlandés y desaparición definitiva de la antigua Policía Real del Úlster, que estaba fuertemente militarizada y tenía una imagen hostil, para ser sustituida por un servicio policial de carácter meramente civil.

5- Presos a la calle

Liberación de todos los presos que formaran parte de las organizaciones paramilitares que previamente hubieran aceptado el pacto y se comprometieran a renunciar a la actividad armada. Fue una de las condiciones más espinosas.

6- Cambios constitucionales

Modificación de los artículos de la constitución irlandesa que hacían mención a la aspiración de anexionar el Ulster a la República de Irlanda y eliminación de la ley aprobada por el Parlamento Británico en 1920 en la que se proclamaba la partición de Irlanda.

7- Respeto a las identidades

Reconocimiento del derecho de los norirlandeses a tener pasaporte irlandés, de Reino Unido, o a usar los dos a la vez. Asimismo, todos los ciudadanos adquieren derecho a que se les consideren, según prefieran, irlandeses, norirlandeses o ciudadanos de Reino Unido.

30 años de enfrentamientos

El conflicto de Irlanda del Norte hunde sus raíces en la llegada de colonos ingleses y escoceses al noreste de la isla en el siglo XVI. Cuando la República de Irlanda se independizó en 1922, los seis condados que forman el Ulster, cuya población era mayoritariamente protestante partidaria de seguir vinculada a Gran Bretaña, continuaron formando parte de Reino Unido.

Antecedentes históricos

Irlanda del Norte ocupa una superficie de 14.130 kilómetros cuadrados repartidos por los condados de Antrim, Armagh, Down, Fermanagh, Derry y Tyrone, donde hoy viven 1,9 millones de habitantes. Históricamente, la mayoría protestante pro-británica ha ocupado las esferas más destacadas de la sociedad, la economía y el poder político, frente a la minoría católica pro-irlandesa, que siempre se ha sentido marginada en este territorio.

Los inicios del conflicto

El agravio de la minoría católica empezó a expresarse en manifestaciones callejeras en los años 60. Al principio, las marchas tenían un carácter social y de denuncia por las condiciones de vida de esta comunidad, pero la represión policial ejercida por el Gobierno, que desplegó el Ejército para tratar de sofocar las protestas, acabó dando al levantamiento civil un cariz nacionalista y avivó la confrontación entre las dos comunidades, en las que empezaron a movilizarse grupos armados paramilitares.

¡A las armas!

Los enfrentamientos entre protestantes y católicos, y de estos últimos contra el ejército británico, subieron de nivel a partir del 'Bloody Sunday', la marcha republicana celebrada en Derry en enero de 1972 que acabó con 14 manifestantes muertos por disparos de la policía. A partir de ese momento, decenas de jóvenes católicos decidieron alistarse en el IRA (Ejército Republicano Irlandés). En respuesta, en el lado unionista crecieron de tamaño los grupos paramilitares, como la UVF (Fuerza Voluntaria del Ulster) o la UDA (Asociación en Defensa del Ulster). Las acciones violentas se suceden entre ambos bandos y la tensión entre las dos comunidades se dispara.

Los años de plomo

La actividad armada de los grupos paramilitares de ambos bandos regó de sangre el Ulster, sobre todo en la década de 1970, en la que algunos años llegaron a contabilizarse casi medio centenar de muertos. La represión del gobierno británico aplicó sobre los militantes del IRA en las cárceles, a los que privó de derechos penitenciarios, acabó convirtiendo en héroes a los presos que participaron en las huelgas de hambre. Diez reclusos fallecieron entre 1980 y 1981, entre ellos Bobby Sands, figura mítica para la comunidad católica.

Los atentados de uno y otro signo se sucedieron hasta después de la firma del acuerdo de paz, como el coche-bomba que hizo estallar una escisión del IRA en agosto de 1998 en la localidad de Omagh, causando la muerte de 29 personas, entre ellas dos españoles.

Un conflicto icónico

La guerra de Irlanda del Norte ha tenido un fuerte impacto en la cultura popular del siglo XX. Aparte de los icónicos murales que hoy siguen decorando las calles de las localidades del Ulster, el conflicto se ha contado en numerosas películas y también ha tenido su lectura musical.

¿Y después del acuerdo de paz, qué?

La historia de Irlanda del Norte posterior a 1998 da la medida de la fragilidad que entrañaba el acuerdo de paz y el difícil equilibrio sobre el que se asentaba. En el campo político, estos años han estado marcados por la continua tensión entre las distintas formaciones -a veces, incluso, entre partidos de un mismo bando- y las frecuentes crisis de gobierno y en el Parlamento de Stormont, sede del poder legislativo. De hecho, buena parte de este tiempo lo han pasado con el poder autonómico intervenido por Londres, en una suerte de '155 a la británica' que les impedía dictar leyes y gestionar el día a día.

El reverso de ese clima de polarización y bloqueo ha sido asistir a escenas que en el pasado habrían sido inimaginables, como la que ofreció en 2007 el reverendo Ian Paisley, representante del unionismo más radical, compartiendo gobierno con Martin McGuinness, del Sinn Féin, formación que antaño tachó de “banda de terroristas”.

En 2011 había 375.000 norirlandeses con doble pasaporte (el de la República de Irlanda y el del Reino Unido). En 2021, el número de ciudadanos que habían solicitado esta fórmula ascendía a 614.000

Con varios años de retraso, el IRA anunció finalmente su desarme en 2005 y el UVF, principal facción armada lealista, renunció a la violencia en 2007. Sin embargo, el desmantelamiento de los grupos paramilitares no ha impedido que en estos años se hayan sucedido los altercados. Desde 1998 se ha contabilizado un centenar de víctimas mortales relacionadas con la violencia política en el Ulster. El caso más sangrante fue el atentado perpetrado por una escisión del IRA en la localidad de Omagh en agosto de 1998 que costó la vida a 29 personas, entre ellas dos españoles.

Mientras tanto, la demografía norirlandesa ha ido evolucionando marcada por un aumento de la población que se declara católica o irlandesa en detrimento de quienes se sienten protestantes o británicos. En 2021, por primera vez en la historia del Ulster, aquellos superaban en número en las encuestas a estos.

El Brexit lo cambió todo

El desmantelamiento de la frontera que separaba el Ulster de la República de Irlanda preservaba la integridad territorial de Reino Unido, pero permitía a los irlandeses sentirse como en casa a ambos lados de la antigua linde. Este modelo saltó por los aires con el Brexit, que fue rechazado de forma mayoritaria por los norirlandeses, aunque contó con el apoyo de las formaciones unionistas. El nuevo status planteaba la duda de dónde situar la frontera: en el interior de la isla violaría el acuerdo de paz, pero en el mar de Irlanda implicaría sacar en la práctica al Ulster de Reino Unido.

El ‘Protocolo del Ulster’ ha sido el capítulo que más quebraderos de cabeza ha dado a los negociadores de Londres y Bruselas para aplicar el Brexit, y el problema sigue sin resolverse. La última propuesta de solución la acordaron a finales de febrero el primer ministro británico, Risy Sunak, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen con el 'Acuerdo de Windsor', que permitirá a Reino Unido mantener su soberanía sobre Irlanda del Norte sin volver a situar una “frontera dura” en la isla.

"Si lo saben aprovechar, puede ser una gran oportunidad para los negocios y los ciudadanos de Irlanda del Norte, porque les permitiría tener acceso libre al mercado británico y el europeo", advierte el abogado José Andrés Lázaro Villanueva, que lleva 13 años viviendo en el Ulster y actualmente ejerce de vicecónsul de España en Belfast.

El Brexit fue rechazado por la mayoría de los norirlandeses (55′8% en contra, frente a un 44′2% a favor), pero el 'SÍ' ganó en varios condados y fue apoyado por los partidos unionistas

De momento, los partidos lealistas han rechazado la fórmula y el gobierno autonómico sigue bloqueado. Michelle O’Neill, que llevó al Sinn Féin a la victoria por primera vez en la historia en las elecciones de mayo de 2022, no ha podido ser investida primera ministra porque las formaciones unionistas se niegan a participar del ejecutivo hasta que se resuelva el problema del Brexit. El país está abocado a nuevas elecciones. Irlanda del Norte sigue perdida en su laberinto y tropezando con sus líneas rojas de siempre. La diferencia es que ahora busca la salida en los despachos, no en las armas.

Irlanda del Norte, hoy: sin bombas, pero sin reconciliación

No hay más que asomar la cabeza por cualquier librería de Belfast para constatar el interés que el conflicto sigue teniendo para la sociedad norirlandesa: las mesas de novedades están llenas de títulos que llevan la palabra “toubles” en la portada. Los análisis son múltiples y diversos, pero coinciden en un mismo afán por entender cómo tantos irlandeses pudieron odiarse tanto durante tanto tiempo.

Un cuarto de siglo después, cuando se nombra los Acuerdos de Viernes Santo en las calles del Ulster, en los rostros afloran las medias sonrisas: hay unanimidad en que el país está mejor que hace 25 años porque ya no desayunan con un atentado cada mañana como ocurría en el pasado, pero a nadie acaba de gustarle del todo la foto de la Irlanda del Norte de hoy.

“Porque sigue sin haber un Ulster, continúa habiendo dos. Ya no hay bombas ni ametrallamientos, pero las comunidades seguimos viviendo separadas. Si eres católico, lo normal es que lleves a tus hijos a un colegio católico y te relaciones con gente de tu grupo. Igual si eres unionista. No hay unión de verdad”, se lamenta el taxista Bill Walsh, que se ofrece a llevar al visitante por “el Belfast de los troubles’ para mostrar los murales y memoriales más impactantes, convertidos en reclamo turístico.

Irlanda del Norte no quiere oír hablar de violencia, pero exhibe su recuerdo permanentemente en sus calles, como si la memoria del conflicto estuviera sirviendo para conjurarlo. “Cuando les cuento a mis hijos cómo vivíamos hace años, no pueden imaginárselo, y me alegro de que no puedan. Se han perdido tantas vidas, hay tantas familias destrozadas, que no podemos volver a repetir aquello”, suspira Ursula Duddy, hermana de un combatiente del IRA acribillado por un soldado británico cuando salía del cine en 1976 y sobrina política de Jackie Duddy, cuyo cuerpo yaciente fue una de las imágenes icónicas del ‘Bloody Sunday’, la manifestación ciudadana de 1972 en Derry que acabó con 14 personas muertas por disparos del ejército de Reino Unido.

“Lo importante es que la mayor parte de la violencia ha sido erradicada. Ahora, tenemos que encontrar una manera de lidiar con nuestro pasado para que no estanque nuestro futuro. El sectarismo no ha desaparecido, pero cada vez está más cerca del cubo de la basura”, afirma John Larkin en la tienda de souvenirs irlandeses que regenta en el centro de Belfast.

A pocos metros de su local, Eduardo Bergamo, italiano con una década de residencia en Irlanda del Norte, define la situación que vive hoy su país de acogida con la claridad en la mirada que a veces solo tiene el foráneo: “Si la guerra fría fue una guerra sin disparos, lo del Ulster es una 'paz fría': ya no se ponen bombas, pero tampoco les ves caminar de la mano”.

Voces de Belfast

Gill Wright, 47 años. Funcionaria

En 1998 colaboraba con el Partido Laborista Irlandés y vivió en directo el proceso de paz. Por eso, no puede disimular el sentimiento de "decepción" que le asalta cuando mira atrás. “La única diferencia es que ya no nos volamos por los aires como antes, pero los problemas que había en nuestra sociedad, siguen ahí”, se lamenta.

Peter Wright, 34 años. Educador protestante

Trabaja para una fundación caritativa de inspiración religiosa protestante y se declara "unionista", pero su carácter dialogante y su profesión docente le permiten ponerse en los zapatos de quienes no piensan como él. “Las dos comunidades seguimos viviendo de espaldas, pero eso solo se puede cambiar con educación”, afirma.

Paul McKenna, 45 años. Funcionario

Preocupado por el futuro, se empeñó en que sus hijas fueran a un colegio integrado, en el que hay niños y niñas católicos y protestantes por igual. “En Irlanda del Norte sigue habiendo muchos problemas con la identidad. Lo bueno es que ha llegado gente nueva de otros países y eso puede ayudarnos a cambiar de mentalidad”, señala.

Matthew Smith, 27 años. Músico y dependiente

Tenía dos años cuando se firmó el acuerdo de paz y ha crecido sin oír hablar de atentados. Tiene amigos protestantes y católicos como él, pero no sabe distinguir a qué comunidad pertenece cada uno. “No nos lo preguntamos. Mi generación tiene otros problemas, no los de la guerra que hubo aquí hace 30 años”, dice.

Muriel Mckennah, 54 años. Cuida a su madre

Su hijo nació el año de los acuerdos de paz y ha podido criarlo sin la violencia que ella presenciaba casi a diario en el barrio católico donde creció. “Patrullas constantes del ejército, lanzamientos de piedras, podías oír el sonido de las balas... Si la violencia no hubiera parado, probablemente me habría ido a vivir lejos de aquí”, asegura.

Trevor McBurney, abogado de 56 años, y su hija Arianna, de 23

Está casado con una zamorana y durante 12 años fue cónsul honorario de España en Belfast. Celebra que su hija, para quien el conflicto es un tema ajeno a su vida y a los de su generación, no haya crecido respirando el clima de tensión que marcó su juventud, pero reconoce que los problemas de identidad del Ulster siguen sin resolverse.

En busca de un relato imposible

Hace 25 años, Belfast era una ciudad carente de atractivo turístico, pero hoy es fácil ver grupos de visitantes de ruta por sus calles, muchos de ellos camino de los rincones más identificados con el conflicto político. La forma como Irlanda del Norte muestra este trauma de su pasado a los foráneos da la medida del estado de su digestión: hoy sigue siendo un guía católico el que enseña las calles de los barrios católicos a los turistas, y otro protestante el que hace el recorrido por su zona. Las puertas que franquean los ‘Muros de la paz’ hacen de ‘check point’ para que ambos agentes se intercambien los grupos de visitantes. Nada de pisar el territorio contrario, y menos de opinar sobre él.

El Acuerdo de Viernes Santo de 1998 acalló las armas, pero si la paz es algo más que la ausencia de bombas, la del Ulster dista de ser a día de hoy una sociedad en paz. En opinión de Rogelio Alonso, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, que vivió en Irlanda del Norte entre 1994 y 2004, las dificultades que expresan los norirlandeses para pasar esta página de su historia reciente están relacionadas con un error de definición de aquel pacto. “Los protagonistas del acuerdo de paz y de estos 25 años deberían haber sido las víctimas, pero han sido los terroristas, que salieron a la calle con crímenes a sus espaldas y sin que la violencia haya sido deslegitimada por la sociedad”, señala el autor de ‘Matar por Irlanda’, el ensayo que escribió sobre el conflicto tras entrevistar a más de 70 antiguos combatientes del IRA y que ahora acaba de reeditar.

Con los dos bandos rindiendo culto a diario a sus héroes en sus santuarios urbanos, el Ulster está muy lejos aún de tener un relato oficial de lo ocurrido entre 1968 y 1998.

En el Ayuntamiento de Belfast, una exposición permanente repasa la historia de la ciudad deteniéndose en los pasajes y personajes más destacados de su pasado. Del Titanic -construido en sus astillero- a la selección de rugby, y de Van Morrison a Kenneth Branagh, la muestra está llena de fotos, maquetas, personajes y color, pero la sala que explica los años del conflicto está formada por cuatro paredes vacías retroiluminadas por una luz blanca incandescente sobre las que hay escritas frases de víctimas sin firmar. No hay mención a ningún acontecimiento ni personaje, solo luz cegadora y lamentos. “No me importa si eres católico o protestante, no me importa quién eres o qué eres: tu pena sigue siendo la misma que la mía”, reza uno de los mensajes anónimos.

25 años después del final de la violencia, la memoria del dolor es lo único que no genera divisiones en Irlanda del Norte.

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