Conflicto en el este de Europa

La batalla que Zelenski está ganando o por qué el Ejército de Ucrania no come perro

Las opciones de victoria de Kiev siguen vivas gracias al notable papel de las cadenas de suministro | El compromiso occidental de enviar blindados y armamento volverá a poner a prueba su logística

Un soldado ucraniano, en un camión que suministra alimentos al frente.

Un soldado ucraniano, en un camión que suministra alimentos al frente. / FERMÍN TORRANO

Fermín Torrano

"Todo es una mierda. (Los ucranianos) nos están reventando como si fuéramos niños. Nos alimentamos con perros, no hay comida. Hoy hemos comido un Yorkie. Un Yorkshire terrier".

Desesperado. Así sonaba el mensaje de texto de un soldado ruso en la ocupada Jersón, a las puertas del pasado verano. Una revelación sorprendente de no haber sido porque en marzo, cuando las tropas de Vladímir Putin estaban a punto de abandonar la región de Kiev, otra conversación interceptada por la inteligencia ucraniana destapó una situación similar repetida durante 2022 en diferentes frentes:

—Hace dos días comimos un alabai (pastor de Asia Central) —explicaba un recluta ruso.

—¿Cómo? ¿Estáis comiendo perros? —contestaba sorprendido su interlocutor.

—Bueno... sucedió. Queríamos carne —reconocía el militar medio avergonzado.

—¿No queda más comida? —le cuestionaban de nuevo.

—Tenemos paquetes militares, pero estamos hartos.

Un problema sepultado por la propaganda rusa tras los tímidos avances de las últimas semanas en SoledarBajmut y el resto de la región de Donetsk. Sin embargo, es fácil encontrar testimonios de escuadrones rusos quejándose de trincheras congeladas por el frío, carencia de uniformes de invierno, fusiles en mal estado o, incluso, como ocurrió en diciembre, falta de sangre en hospitales. El Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW, por sus siglas en inglés), señaló que los problemas se extendían hasta Crimea, tras dañar Ucrania el puente de Kerch.

Moral minada

Porque, aunque el inicio de la invasión fue caótico y desorganizado (las tropas de la Z carecían de la ropa, comida y combustible suficiente), el verdadero cambio en el terreno surgió con la aparición de las lanzaderas de cohetes HIMARS en Ucrania, que permiten atacar con precisión a decenas de kilómetros del frente. Así destruyeron los principales almacenes y depósitos de armas en las posiciones de primera línea y el resultado fue inmediato.

Las cadenas de suministro rusas se vieron obligadas a partirse y alargarse, reduciendo la inmediatez de respuesta, la potencia de fuego y la moral de unas unidades a las que les prometieron una ocupación rápida y sencilla.

"Cuando no das de comer a tu ejército, seguro alimentas al de tu enemigo", ríe Pavlo Semenov. Este teniente coronel de las fuerzas armadas ucranianas desplegado en el Donbás sabe de lo que habla. Con él al mando, varias decenas de hombres se encargan de que no falle la distribución de material de su regimiento en ninguno de sus puntos. Si el ánimo, la gasolina o las raciones se reducen, el frente se tambalea.

Por eso, los soldados tienen un catálogo para elegir entre 380 productos. Según los estándares, deben ingerir, de media diaria, 4.000 calorías y gastar 120 grivnas (tres euros, aproximadamente). Los cocineros seleccionan productos que reciben una vez por semana, con la única excepción del pan, que se suministra cada dos días. Tal es la importancia de la comida que, días antes de la invasión, los servicios de inteligencia ucranianos alertaron de posibles ataques rusos y unidades como la de Semenov decidieron esconder los alimentos. No hay hambre que la logística no pueda saciar.

La distribución de gasolina

Con la gasolina, el proceso es similar. Se estudian los consumos y se organizan viajes de 12 horas. En grupos de dos, los vehículos recorren el Donbás de la manera más sutil posible para nutrir a las baterías de primera línea y mantenerlas operativas.

"Sería más sencillo tener una base intermedia y repostar, pero hacerlo así minimiza las pérdidas y nos protege de la artillería", explica Oleksiy Tsvirkun, al volante de un camión con miles de litros de combustible en la cisterna.

Un sigilo y logística que volverán a verse en las próximas fechas, tras levantar Alemania el veto al envío de sus carros de combate y comprometerse la Administración Biden a despachar sus codiciados Abrams. Ucrania se convertirá en una gran línea de suministro de ida y vuelta que integrará otras llegadas de blindados como los Challenger británicos, los Marder Leopard de fabricación alemana, los Bradley estadounidenses o los cazacarros AMX-10 franceses.

La mayoría acabarán en el frente, a la espera de una ofensiva que no los juntará, para evitar los errores de Moscú en febrero. Se trata de una amalgama de vehículos con características, condiciones, cuidados y piezas diferentes, pero que Ucrania ha demostrado saber gestionar. Y cuando no ha podido, ha echado mano de aliados cercanos, como Polonia Bulgaria.

Mientras que el primero se ha convertido en el taller de retaguardia, el segundo garantizó un apoyo inesperado, a pesar de ser el caballo de Troya de Vladimir Putin en la Unión Europea. Según el diario alemán Die Welt, el anterior Ejecutivo búlgaro (sufrió una moción de censura en verano y todavía no se ha formado gobierno) suministró a Zelenski el 30% de las necesidades armamentísticas y el 40% del combustible en los primeros compases del conflicto. Todo bajo un estricto secreto y discreción.

Y ahora, que vuelven a escucharse rumores de una contraofensiva ucraniana en primavera, la logística se sitúa de nuevo encima de la mesa. "La gasolina es la sangre de la guerra, y sin sangre no hay vida", insiste el teniente coronel Semenov. A Ucrania le llega el momento de preparar las arterias.