eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Trabajadores

De 'vips' a ciudadanos rasos: los occidentales pierden el ventajismo laboral en China

El éxodo masivo de Shanghái, pulmón económico del país, habría sido devastador hace 20 años

Turistas occidentales en bicicleta por la capital de China, Pekín. Paul Quayle

Recuerda una española que los conductores obligaban a los chinos a cederle el asiento en los autobuses atiborrados. Ocurría en 1985 pero no es necesario retroceder tanto. Una década atrás, las empresas chinas aún contrataban a un extranjero en sus reuniones con los gobiernos locales para convencerles de su solvencia económica. Bastaba con que comiera, brindara, sonriera y mascullara algún "nihao" o "xiexie" en la mesa presidencial.

Un conocido ejerció en una semana de médico, ingeniero y arquitecto. Acudí en 2006 por primera vez a un banco con un diccionario y prevenido por mis amigos chinos de que cualquier trámite costaba la mañana. Entré, concentré las miradas de decenas de clientes y se levantó un silencio que rompió un mensaje por megafonía del que solo entendí la palabra "extranjero". Salió a grandes zancadas una joven en prácticas, me condujo a una sala VIP, arreglamos el asunto con su inglés rudimentario y me preparé para soportar insultos y escupitajos en mi camino a la puerta. Solo recibí sonrisas francas y bienvenidas a China

Puerta a la globalidad

China esperaba los Juegos Olímpicos como la puerta a la globalidad tras las dolorosas décadas de encierro y los extranjeros eran vistos como embajadores del excitante y nuevo mundo. Aquella veneración al blanco no era extraña en Asia si descontamos Vietnam, vacunados tras echar a patadas a franceses y estadounidenses, y Japón, con un nacionalismo de tintes supremacistas. Desde España se pensaba en una dictadura inhóspita, peligrosa y grisácea. Era efervescente, salvaje, ridículamente barata y con el exotismo del occidental como activo irresistible en el mercado laboral y en las discotecas. Un español enseñaba inglés con un vocabulario paupérrimo y varios extranjeros se reciclaron en actores de series televisivas sin una palabra de chino. No había un lugar mejor para vivir que ese vergel de puertas abiertas. 

Los chinos han agotado su paciencia con el expatriado enfadado que tiene la terca sensación de que se le debe algo

decoration

Los lamentos del gremio foráneo hablan hoy de una China que ya no les quiere ni les necesita, y de una creciente hostilidad. ¿Qué ha cambiado? Aquel país ingenuo y en desarrollo que buscaba el abrazo del mundo está cerca de desbancar a EEUU tras beneficiarse como ninguno otro de la globalización. Ha cuadriplicado su PIB, aumentado la clase media del 3% al 51% y erradicado la pobreza extrema. Un país que exportaba manufacturas baratas lidera ahora los sectores tecnológicos que cambiarán nuestras vidas como el 5G, a la vez que ha alcanzado Marte. Los jóvenes universitarios que antes cobraban el equivalente de 250 euros no salen ahora de casa por menos de 1.500 euros y los salarios medios en las grandes tecnológicas como Alibaba o Tencent rondan los 5.000 euros.

La clase media china de las grandes ciudades supera en ingresos a la española y Pekín y Shanghái figuran en las listas de destinos más caros del mundo. Incluso los migrantes de las provincias rurales que se emplean en las fábricas de la costa oriental, epítome de los olvidados del milagro económico, han cuadriplicado sus ingresos. Persiste el tópico pero ninguna empresa abre fábricas en China por los bajos costes laborales, un eufemismo de condiciones laborales esclavistas, sino por su imbatible productividad. China ya no es destino para aventureros.  

 El primer síntoma del viraje fue una política inmigratoria más escrupulosa que terminó con la extendida práctica de perpetuarse aquí con visados de negocios de corta duración, estudiante o turista. Un tercio de los 400.000 profesores de idiomas en 2017 carecía de los documentos pertinentes. Los requisitos actuales se acercan más a EEUU y Europa que a los países en vías de desarrollo.  

Los números acreditan la desafección. El número de extranjeros en Shanghái, la ciudad más cosmopolita, cayó desde los 208.000 de 2011 a los 163.000 del pasado año. Es una reducción del 20 % en una década. En Pekín han disminuido el 40 % hasta los 63.000 actuales. Los rigores de la política de covid cero acelerarán las salidas. En Shanghái, encerrada durante más de dos meses, el 85 % de los extranjeros afirmaba en una encuesta su deseo de marcharse. Es probable que muchos hayan cambiado de opinión tras la apertura y que otros regresen, pero la tendencia está ahí. La Cámara de Comercio Británica estima que los colegios internacionales habrán perdido al 40 % de su profesorado a finales de verano.  

Relevo en los puestos directivos y cargos intermedios

Ya antes de que llegaran desde Wuhan las noticias de una extraña neumonía se apuntaba a la pérdida de la ventaja inherente del extranjero en el mercado laboral. En una visita reciente al banco me atendió tras la correspondiente espera un joven con un inglés sin acento. Un alumno aventajado de una escuela de idiomas, deduje, pero me aclaró que gestionaba cuentas corporativas tras haber cursado Económicas en una universidad estadounidense y un máster en Canadá. Casi 550.000 chinos estudiaron en el extranjero en 2016, más del triple que los 180.000 de 2008, con EEUU, Canadá y Australia como destinos frecuentes.

El regreso de los haigui o «tortugas marinas», chinos que se han formado en el extranjero, ha apuntalado la meritocracia y reformado el mercado laboral. Muchos de los cargos intermedios reservados a foráneos son ocupados ahora por locales con formación similar, salarios más bajos y dominio del inglés y el mandarín. "Ni siquiera es necesario que hayan estudiado fuera. Ahora, con internet, un chino con interés aprenderá rápido lo que sabemos nosotros. Antes estaba justificado contratar a un extranjero, ahora ya no. Traerlos cuesta un pastizal: sueldo, colegios internacionales para los niños, casa, billetes de avión… Es complicado que una empresa sea competitiva con cinco empleados en esas condiciones", explica un alto ejecutivo español con 30 años en el país. "Muchas multinacionales han cambiado en la presidencia a extranjeros por locales con varios másteres internacionales. Es lógico. Muchos de ellos no se enteraban de nada por la barrera idiomática", añade la española del autobús. 

Luis (nombre ficticio) es uno de los cinco extranjeros de una empresa de energías renovables con sede en Shanghái y una plantilla de 35 trabajadores. Tres se han marchado y tanto él como su jefe están en camino. «Siempre hemos tenido directores generales extranjeros porque facilitan la comunicación con España pero nos estamos planteando un cambio», desvela. El éxodo masivo de Shanghái, pulmón económico de China, habría sido devastador dos décadas atrás. «Ahora existe talento chino para sustituirnos. China tiene muchos recursos, ha remontado todas las crisis y la necesitamos nosotros a ella más que al revés», añade. 

¿Se ha convertido China en hostil para los extranjeros o tan solo han perdido aquellas prebendas pseudocoloniales y cándida fascinación? Del debate inagotable emerge una certeza: los chinos han agotado su paciencia con el expatriado enfadado, aquel que odia sin disimulo el país, su gente y costumbres, con una terca sensación de que algo se le debe y que se siente atado a China solo por su estratosférico salario. Ahora, como dos décadas atrás, basta con acercarse a un chino con una sonrisa para recibir otra.

Compartir el artículo

stats