Refinerías, fábricas, el metro, escuelas, casas, incluso iglesias. El Ejército ruso es una trituradora en la ciudad de Járkov y en toda su región. El fuego artillero y los misiles actúan como una piedra de molino, un proceso lento pero inexorable que reduce todo a cenizas.

La zona norte de la capital y los pueblos situados en ese área son los más castigados por los ataques debido a su cercanía con las posiciones rusas. También las localidades situadas en el radio del fuego ruso en el resto de la región son martilleadas cada día.

"Los ocupantes rusos no paran de bombardear a la población civil, por lo que una vez más insto a todos a ser lo más cuidadosos posible, no estar en la calle sin necesidad urgente y esconderse en refugios en caso de sonar las sirenas", pidió el Gobernador de Járkov, Oleh Synehubov.

Diez muertos

En un mensaje en su canal de Telegram el miércoles por la noche, Synehubov explica que sólo este miércoles murieron o se recuperaron los cuerpos de diez personas. En Pryshib, una pequeña localidad del área de Izium, cinco mujeres murieron por un bombardeo.

Desde el martes, al menos una treintena de civiles han perdido la vida en la región de Járkov en distintos ataques, en los que se han destruido numerosas infraestructuras, como un instituto, vagones almacenados en un depósito de la empresa del metro, casas y centros industriales.

Una refinería sigue ardiendo también por un bombardeo el pasado fin de semana. Járkov es una de las tres regiones más destruidas por la guerra junto con Donetsk y Kiev. Los ataques se suceden cada día.

La ruina en Járkov. EFE

"Un cohete reventó el techo cuando estaba en mi despacho", explica Petro Zaikin, un directivo de 70 años de una empresa de calderas de calefacción en el polígono industrial de la ciudad de Járkov que, milagrosamente, salió ileso el miércoles del impacto.

La explosión destrozó varios coches y parte del edificio donde se encuentran las oficinas de la empresa, a la que pronto acudieron los bomberos. Hubo dos heridos, un trabajador y una vecina con cortes por los cristales reventados por la onda expansiva.

Zaikin explica la situación mientras pide alejarse porque su coche -destrozado- utiliza también gas y podría haber una fuga y ser peligroso. El hombre parece estar aturdido todavía por la explosión.

Se desconoce el proyectil empleado en el ataque, que dejó un agujero en el asfalto, pero por el alcance podría ser un Grad, de un sistema de lanzamiento múltiple. Ese nombre, "grad", significa "granizo" en ruso.

El Ejército ruso ha estado golpeando con ese granizo desde hace algún tiempo el área industrial de Járkov, una ciudad situada a escasos 40 kilómetros de Rusia.

¿Por qué han atacado aquí? "Es simple mala suerte, están bombardeando siempre", afirma Zaikin mientras trata de controlar el temblor de sus manos.

Ataques más frecuentes

La situación en la ciudad, de la que han huido alrededor de dos tercios de sus 1,4 millones de habitantes, es cada vez más inestable debido a que los ataques rusos son cada vez más frecuentes después de semanas de tranquilidad.

La ruina en Járkov. EFE

Járkov -la segunda ciudad más poblada de Ucrania antes de la guerra- vivió una corta primavera de tranquilidad. En mayo una ofensiva ucraniana expulsó a las fuerzas rusas más allá del alcance de la artillería y eso permitió que los vecinos salieran de los refugios y la ciudad reabriera en parte.

Pero ahora esa frágil normalidad está en peligro porque las tropas rusas están sumando efectivos, hasta cinco batallones según fuerzas ucranianas, y es posible que intenten una ofensiva.

Otros analistas creen que Rusia simplemente quiere lanzar esta semana el mensaje de que no permitirá que la vida vuelva a la normalidad en esta ciudad rusoparlante que fue un importante centro industrial en la Unión Soviética.

El centro de Járkov ofrece una imagen sombría: calles desiertas, edificios destruidos por los bombardeos de los meses pasados. Pero también hay algunas personas que salen a pasear, parejas de la mano, algún joven en patinete eléctrico.

Oksana, de 32 años, se ha parado ante una morera de un parque céntrico y ha probado algunas de las frutas. "Este año no se las come nadie", cuenta con una sonrisa.

"Todo lo que quieren los rusos es que tengamos miedo. Atacan porque pueden, porque tienen el poder para hacerlo. Eso es todo", dice antes de irse.

La luz veraniega todavía no se ha apagado cuando los habitantes se encierran en sus casas por el toque de queda de las 21.00. La ciudad se oscurece para protegerse de los ataques del Ejército ruso y las explosiones comienzan a sentirse en la lejanía.