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Crisis mundial

Pekín se asoma a su primer encierro por el covid con la vista en Shanghái

El cierre total de la capital china es una posibilidad cierta pero pocos creen que irá más allá de una o dos semanas

Tests masivos de covid en el distrito de Haidian, Pekín, la última semana de abril de 2022.

En aquel Pekín preolímpico, jovial y despreocupado, los tumultos acompañaban la llegada del autobús o el tren. Las autoridades, inquietas por lo que pensarían los visitantes de aquellas masas asilvestradas, instauraron el 11 de cada mes como “el día de la fila” y enviaron a voluntarios a las estaciones para explicar la relevancia del orden de llegada y otros aspectos de la nueva doctrina. Han pasado casi 15 años y ninguna ciudad muestra más y mejores filas estos días que Pekín, de prusiana disciplina y escrupulosas distancias, con el raspado de garganta como meta.

Empezaron ayer en Chaoyang, principal distrito capitalino, y hoy se han extendido a otra decena. Solo dos de los 21 millones de pequineses están exentos de las tres rondas de tests en cinco días. De sus resultados depende el destino inmediato de la ciudad. El viernes fueron detectados media docena de casos y el brote sumaba hoy 80 tras los últimos 33. Es una cifra ridícula para las magnitudes occidentales pero que aquí dispara las alarmas. Shenzhen, la macrourbe septentrional, se cerró con apenas una sesentena de casos y la crisis duró una semana. Shanghái lo retrasó hasta amontonar miles de casos diarios y un mes después sigue contando muertos. Existen pocas dudas de qué receta aplicará Pekín.

Estímulo consumista

 La noticia estimuló las compras impulsivas desde la noche del domingo. Ayer ya costaba encontrar arroz, leche y otros alimentos básicos en los supermercados y sólo las pequeñas tiendas de barrio resistían el embate a última hora. El recuperado esplendor de las estanterías esta mañana desmentía los rumores de un inminente desabastecimiento y desdramatizaba el cuadro. La propietaria de una verdulería en Dongcheng, el viejo distrito de calles estrechas y casas bajas, prometía hoy que el Gobierno ha ordenado que fluyan los envíos. Su Ling, empleada en una empresa local de telecomunicaciones, se contagió del pánico cuando vio llegar a sus vecinos cargados de bolsas. “Bajé de inmediato y me llevé tofu, leche de soja y lo que quedaba. Por suerte encontré comida para mi gato que será suficiente durante dos meses. Las autoridades de Shanghái no envían comida para mascotas”, señala.

El confinamiento dependerá del número de contagios que arrojen las pruebas masivas. Se desconocen los resultados pero los indicios descartan el optimismo. En el anterior brote que padeció la capital, con epicentro en un mercado de abastos, los tests terminaron tan pronto se constató que el virus no había salido de la zona. En el actual se han extendido desde Chaoyang, donde fueron diagnosticados los primeros contagios, al resto de la capital. Las autoridades sanitarias sospechan que el virus había circulado durante una semana por la ciudad antes de su detección.

Menos contactos, más teletrabajo

La amenaza ha adormecido a la capital de la segunda economía mundial e inminente primera. Pekín ha pedido a su población que socialice menos y a las empresas que incentiven el teletrabajo, cancelado actos multitudinarios y desaconsejado los viajes si no son urgentes. Nunca han olvidado los pequineses las cautelas mínimas como la mascarilla, ni siquiera cuando acumulaban meses sin un solo caso, pero las acentúan cuando asoma la amenaza. El sello verde del móvil que te identifica como sano a la entrada de los centros comerciales es exigido sin excusas cuando el trámite solía ser disculpable.

Son días propicios para visitar los restaurantes que exigían esperas. Apenas un par de mesas están ocupadas en un céntrico restaurante sichuanés y la camarera explica que se han multiplicado los envíos a domicilio. Un cartel pide a los repartidores que esperen en la calle sus pedidos. Un complejo inmobiliario cercano, me explican, está en cuarentena porque uno de ellos había dado positivo. Es presumible que todos los que atendió en su febril jornada laboral también lo estén.

El sufrimiento de los shanghaineses ha devuelto el debate sobre la política de tolerancia cero china. En China, descontada Shanghái por comprensibles razones, la receta que ha evitado las mortandades de Occidente y protegido la economía goza de un respaldo masivo. Los chinos exigen que se aplique bien y pronto para evitar las desesperantes e inhumanas cuarentenas, inéditas hasta Shanghái. El encierro en Pekín es una posibilidad cierta pero pocos creen que irá más allá de una o dos semanas. Desde la capital se mira con desdén a Shanghái, arrogante y chovinista, y tranquiliza la diligente respuesta de las autoridades propias. Rivalidades regionales al margen, Pekín cuenta con un tejido organizativo vecinal mucho más robusto que facilita la gestión de la crisis.  

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