Vladímir Putin no ha esperado hasta el aniversario de la victoria soviética sobre la Alemania nazi el 9 de mayo de 1945 para cantar victoria en Mariúpol, la ciudad portuaria del sureste de Ucrania que permitiría a sus tropas establecer una continuidad territorial entre sus conquistas en Crimea y sus ambiciones en el Donbás. El presidente ruso dijo el jueves que la operación militar que ha derruido la ciudad sembrándola de cadáveres ha sido "un éxito", a pesar de que sus propios asesores reconocen que en Mariúpol siguen resistiendo miles de militares ucranianos. Muchos de ellos están en el laberíntico subsuelo de la planta siderúrgica de Azovstal, un hueso tan difícil de roer que ha obligado al líder del Kremlin a cambiar de táctica: ya no busca tomar la planta sino estrangularla.

En una reunión con su ministro de Defensa, debidamente coreografiada frente a las cámaras, Putin anunció que los planes para hacerse con el control de la siderúrgica han sido abortados. "No hay ninguna necesidad de penetrar por esas catacumbas y arrastrarse por el subsuelo de esas instalaciones industriales", aseguró el autócrata ruso tras subrayar que es importante "preservar la vida y la salud" de sus soldados. "Bloqueemos la zona industrial para que no entre ni una mosca", añadió frente al ministro Serguéi Shoigu, quien lo miraba con semblante lúgubre.

Del volantazo del Kremlin se desprende el rechazo de Putin a quedar empantanado indefinidamente en los 24 kilómetros de túneles subterráneos que horadan el subsuelo de Azovstal, donde quedarían unos 2.000 militares ucranianos, según las propias estimaciones rusas, además de un millar de civiles y unos 500 soldados heridos. Semejante terreno es propicio para todo tipo de emboscadas y trampas, una potencial ratonera para un ejército que ha perdido a miles de soldados y oficiales en Ucrania y que empieza a escuchar las protestas airadas de sus familiares, como sucedió tras el reciente hundimiento del Moskva, el buque insignia de la Armada rusa en el Mar Negro.

Cadáveres en fosas comunes

"Han entendido que físicamente no pueden apoderarse de Azovstal, donde han sufrido grandes pérdidas", dijo el asesor presidencial ucraniano, Oleksiy Arestovych, un día después de que el comandante de sus fuerzas en la siderúrgica hiciera un llamamiento al mundo para propiciar la "extracción" de los militares y civiles que permanecen allí escondidos y llevarlos a un tercer país. Pero en esta guerra no siempre las cosas son como parecen y el uso de la propaganda sigue tan en boga como en sus mejores tiempos. Y es que, según el Ejército ucraniano, pocas horas después de que Putin anunciara el cambio de táctica en la acería, sus tropas habrían tratado de irrumpir con todo en sus entrañas, una información que no ha sido corroborada de forma independiente.

Lo que está claro es que Rusia sigue sin aceptar corredores humanitarios para evacuar a los 120.000 civiles que quedarían en Mariúpol, civiles que están saliendo a cuenta gotas por su propia cuenta y riesgo. Entre tanta desesperación, el alcalde de la ciudad acusó a las tropas enemigas de haber cometido "bárbaros" crímenes de guerra en Mariúpol. Vadym Boichenko aseguró que los militares rusos han enterrado a civiles abatidos en los bombardeos en fosas comunes del vecino pueblo de Manhush. "Los rusos han cavado gigantescas trincheras de una anchura de 30 metros. Y han tirado los cuerpos allí", afirmó el alcalde.