Sergio Mattarella no puede jubilarse. El anciano jefe de Estado (80 años), que reiteradamente dijo en los últimos meses que no quería ser reelegido en el cargo, ha aceptado finalmente revalidar su mandato como presidente de la República de Italia. La incapacidad de los partidos políticos conservadores y progresistas italianos para encontrar una solución alternativa se ha plasmado este sábado en el sexto día de votaciones de los 1.009 senadores, diputados y representantes de las regiones: después de frenéticas negociaciones, la reelección de Mattarella ha recibido el visto bueno de todas las grandes formaciones italianas, con excepción de la derechista Hermanos de Italia.

Enrico Letta, el líder del progresista Partido Democrático (PC), ha sido uno de los primeros en mostrarse inmensamente satisfecho, porque en estos días su coalición mantuvo la disciplina del voto y apoyó sus tácticas de desgaste de los adversarios de la coalición de derecha, superior numéricamente en el Parlamento, pero incapaz de imponer un candidato y que ya el viernes había fracasado en el intento de llevar adelante sus maniobras. “El centroderecha se ha roto, y este es punto esencial”, ha dicho el progresista. “El Parlamento es sabio”, ha añadido Letta. 

Italia ha sido más Italia que nunca en estos días. Las anécdotas, a menudo un buen farol en un país tan impredecible y maquiavélico, lo han reflejado. En directo televisivo y a través de las redes sociales, los italianos han asistido al maravilloso espectáculo de la ultraderecha que pataleaba, como si fuera feminista, para que hubiese una mujer presidenta, a ministros grillitos del Movimiento 5 Estrellas (M5S) que desmentían a su líder de partido, y al pandemónium que generó la posibilidad de que la jefa de los espías fuera la elegida. Y tanta jugarreta política también estuvo acompañada por la omnipresencia incorpórea del viejo Silvio Berlusconi que, aun desde el hospital de Milán en el que estuvo ingresado durante toda la elección, siguió siendo una pieza neurálgica de la ecuación.

Fiesta pírrica

De ahí la política italiana esté ahora a punto de celebrar una fiesta pírrica: ya que, con el eventual nombramiento de Mattarella, se volvería a repetir el escenario de la reelección de Giorgio Napolitano en 2013, cuando, por primera vez, un presidente de la República repitió en el cargo; resultado, este, de una balcanización política que ahora se ha mostrado aún más profunda. Muestra evidente de ello ha sido lo acontecido dentro del M5S, la fuerza antisistema con mayor número de electores en solitario tras las elecciones generales de 2018, pero que, durante toda la votación, se mostró dividida en dos corrientes opuestas.

Aún más estruendoso si cabe fue el ‘quiero pero no puedo’ del posfascista Hermanos de Italia, cuya jefa, Giorgia Meloni, apuntaba a la convocatoria de elecciones anticipadas, fuerte de unos sondeos que dan su formación en alza. No pudo ser por su limitada fuerza de artillería en el Parlamento, pero también por la vistosa división que existe con sus socios de bloque, la Liga de Salvini y Forza Italia de Berlusconi. “No me lo puedo creer”, fue su comentario cuando se supo que sus aliados la habían traicionado.