Tras el letargo social por la pandemia, los sindicatos franceses recuperan el pulso de la calle. Y eso no es una buena noticia para el presidente Emmanuel Macroncuando faltan apenas dos meses y medio para las elecciones presidenciales. La CGT, Force Ouvrière, Sud-Solidaires y varios colectivos estudiantiles —las principales organizaciones sindicales en el país vecino, con la excepción de la moderada CFDT— impulsaron este jueves una jornada de protestas y huelgas parciales para exigir aumentos salariales y así compensar la fuerte inflación. Tras una subida de los precios del 2,8% el año pasado, la falta de poder adquisitivo se ha consolidado como la principal preocupación de los franceses, según los sondeos.

“Nuestros salarios no han aumentado desde 2014”, lamentaba en declaraciones a El Periódico de Catalunya, medio que forma parte del mismo grupo editorial que este diario, Cédric, de 38 años, un agente ferroviario presente en la plaza de la Bastilla, donde empezó la manifestación en París. Unas 20.000 personas protestaron en la capital francesa en una marcha que culminó delante del Ministerio de Economía. Hubo unas 170 manifestaciones en el conjunto de Francia, con un seguimiento moderado. No fue una jornada de huelgas multitudinarias que paralizaran el país, pero sí que quedó reflejado un incipiente despertar del enfado social de aquellos sectores más sindicalizados, sobre todo el funcionariado.

“Están destrozando los fundamentos de la función pública. Nuestro salario base no ha aumentado desde hace más de diez años”, criticaba Isabelle Bertin, 35 años, una educadora social que reside en la Alta Savoia, pero que asistió a la manifestación parisina. “Los profesores necesitamos trabajar al menos diez años para ganar un salario de 2.000 euros netos. Con estos ingresos, es imposible encontrar una vivienda digna en París. Tengo 37 años y vivo en un piso de 20 metros cuadrados”, aseguraba Chloé, una maestra de escuela. Tras una huelga multitudinaria el 13 de enero y una movilización mucho menor la semana pasada, los trabajadores de la educación volvieron a la calle, siendo el colectivo más movilizado en una jornada en que reinó un ambiente festivo.

La inflación, principal preocupación

“Menos policías, más profesores”, “Aumentar los salarios, descender a los accionistas”, “menos Blanquer (el ministro de Educación) y más salarios”, se podía leer en las pancartas que acompañaban las tradicionales banderolas sindicales. Incluso hubo manifestantes en bañador y bikini, una parodia de las criticadas vacaciones en Ibiza del ministro Jean-Michel Blanquer. “Es indecente que se nos pida que nos ajustemos el cinturón y al mismo tiempo el ministro Blanquer se dedique a preparar un caótico protocolo sanitario para la rentrée escolar desde Ibiza”, afirma Saida Laoui, una profesora de instituto de 46 años.

Aumento del precio del combustible, del gas y la electricidad, así como una subida considerable del coste de los productos de primera necesidad. Todo ello ha contribuido a que el encarecimiento de la vida sea un problema central en Francia, como sucede en muchos otros países europeos. Al mismo tiempo, el salario mínimo apenas aumentó un 0,9% este año, el salario base de los funcionarios está congelado desde hace una década y las patronales se resisten a aceptar subidas considerables en el sector privado. Esta incipiente tensión social se produce después de que las grandes fortunas hayan engordado sus bolsillos a lo largo de la pandemia, enriqueciéndose con 236.000 millones de euros, según un estudio reciente de Oxfam.

Ante el problema de la inflación, el gobierno francés anunció en otoño un cheque de 100 euros para la mitad de los trabajadores, que ganan menos de 2.000 euros. También bloqueó a un 4% la subida de la electricidad en febrero. A principios de esta semana propuso una rebaja de los impuestos para aquellos conductores que recorren más kilómetros, y así compensar la fuerte subida del precio de la gasolina. Pero los sindicatos consideran estas medidas insuficientes. El 54% de los franceses asegura que el poder adquisitivo será su principal motivación a la hora de decidir su voto en las presidenciales de abril, según un sondeo reciente del instituto Elabe. Una problemática que se ha vuelto central y que puede poner en aprietos a Macron.