Hace exactamente un mes desde que el pasado 15 de agosto los talibanes se preparaban para el asedio de la capital afgana, Kabul. Debía de durar varias semanas o meses, pero duró un par de horas. Fue lo que tardó la anterior Administración afgana, apoyada por EEUU y la OTAN, en abandonarlo todo, destruir todo lo posible, y abandonar el país.

Los talibanes entraron y, sorprendidos, tomaron sin esfuerzo todos los palacios presidenciales y todas las oficinas de Gobierno. Un mes después, las han llenado con sus miembros y han declarado un nuevo Gobierno afgano, pero la administración sigue vacía: sin funcionarios ni personas que sepan llevar un país, los talibanes reinan pero no gobiernan.

"En estas semanas hemos podido ver que no tienen plan, que no saben qué hacer. Toda la gente que trabajaba en la administración antes, toda la gente con estudios, o se ha ido ya o se esconde para marcharse cuando pueda. Ellos intentan aparentar normalidad, pero los talibanes saben perfectamente que en las ciudades nadie quiere su sistema”, explica Izzetullh Sadat, presidente de una asociación de ayuda a refugiados afganos en Turquía.

Donde sí que, de momento, manda la tranquilidad es en las calles, donde los talibanes se han impuesto a través de su cuerpo de milicianos. Por primera vez en décadas, los combates en todo el país han terminado -a excepción, eso sí, del valle del Panjshir, donde la resistencia sigue viva, aunque en forma de guerrilla en las montañas-.

Sin rastro de los líderes

Los problemas, sin embargo, podrían estar dentro de los palacios. El líder supremo talibán y nuevo emir de Afganistán, Haibatulá Ajundzada, lleva desaparecido desde hace un mes, y uno de los líderes políticos del grupo y nuevo viceprimer ministro, Abdul Ghani Baradar, no ha sido visto desde hace más de una semana. 

Los rumores dicen que el primero podría haber muerto y que el segundo, tras una discusión interna, podría haber resultado herido o incluso asesinado en un ataque de gente cercana a la facción del nuevo ministro del Interior talibán. El grupo, sin embargo, lo niega todo.

A los talibanes, además, les espera un futuro incierto. Pese a que la ONU ha prometido casi 1.000 millones de dólares en ayuda humanitaria a Afganistán, el país centroasiático se enfrenta a un colapso económico que podría culminarse en las próximas semanas y meses.

Todo esto podría llevar a un éxodo aún más grande del que ha habido hasta ahora, y el crecimiento del hartazgo de una población que, a diferencia de en la década de los noventa, ahora sí que se levanta a protestar. “Desde mi nacimiento hasta ahora, nos han presentado a estos hombres como terroristas [los líderes talibanes]. Pero en los últimos años fueron liberados de las cárceles, les han blanqueado y ahora nos los han impuesto”, dice Sadat, refugiado afgano, que continúa:

“Los afganos nacemos en guerra y morimos en guerra. No hay otro país igual. Lo único que queremos es vivir tranquilos, en paz. Lo único que quiero yo es que dejen a Afganistán tranquila. En 50 años que tengo no he visto ni un solo día de tranquilidad. Y con el Gobierno actual, así seguirá siendo", termina.