Joe Biden, el presidente de Estados Unidos, visita este martes Tulsa. Este martes también en la ciudad de Oklahoma se reactivan las excavaciones en lo que se cree que fue una fosa común donde, hace ahora 100 años, acabaron los cadáveres de algunos de los cientos de personas negras asesinadas en una masacre racial que destruyó una boyante comunidad que se conocía como el Black Street negro y que, durante décadas, se trató de borrar de los libros de historia. Ya no.

La lucha contra la injusticia y el racismo sistémico y por las reparaciones perdura, abierta, inacabada, como una herida lacerante, pero Estados Unidos al menos ya no puede ignorar, ni ignora, uno de los capítulos más oscuros de la larga e infame historia del racismo en el país.

Imposible hacerlo. Desde que en 1996 se aprovechó la atención generada por el atentado cometido por Timothy McVeigh en Oklahoma para hacer a los medios volver el foco hacia aquella masacre de 1921 y empezaron entonces los pequeños actos conmemorativos se ha ido arrojando luz sobre aquel acto de terror. Tras la creación de una comisión estatal de investigación en 1997 se produjo un informe en 2001. Al vital trabajo de documentación que realizaron antes dos mujeres negras, Mary Jones Parrish y Eddie Faye Gates, se han sumado además libros, investigaciones periodísticas, estudios... Y la brutal y triste historia que las autoridades intentaron enterrar es ahora de sobra conocida.

La masacre

un joven limpiabotas de 19 años, Dick Rowland, se montó en un ascensor en uno de los pocos edificios de Tulsa donde los negros podían usar los baños. No está claro si tropezó y pisó sin querer o se agarró del brazo de la adolescente blanca de 17 años que operaba el ascensor, Sarah Page, pero ella gritó y Rowland salió corriendo.

Al día siguiente fue detenido y trasladado a la cárcel del condado. El 'Tulsa Tribune' publicó un artículo con la acusación falsa de que que había intentado agredir a Page y, quizá (imposible de saber porque las referencias a la masacre se eliminaron al microfilmar el periódico), un editorial que incluía la palabra “linchamiento” en su título.

Una turba blanca acudió a la cárcel para intentar que les entregaran a Rowland y un grupo de hombres negros, muchos veteranos de la primera guerra mundial, fueron a ofrecerse dos veces al sheriff (y dos veces fueron rechazados) para proteger al joven, especialmente preocupados tras un incidente el año anterior en que otro arrestado negro fue entregado a las masas para ser linchado.

Hubo enfrentamientos en la puerta de la cárcel y, en un momento, un arma se disparó. Los blancos se dispersaron por el ‘downtown’ de Tulsa, disparando a hombres negros aleatoriamente. No fue el final del terror sino el principio.

Aquella misma noche la turba acudió a Greenwood, el barrio en el norte de la ciudad en que, en 35 manzanas, se había generado una próspera y vibrante comunidad negra, con hoteles, escuelas, hospital, un periódico, cines, tiendas y oficinas de todo tipo, un banco, iglesias... Arrancaron la masacre, los saqueos de casas y negocios y la destrucción. Desde el aire, en lo que se cree que fue el primer bombardeo de una comunidad en EEUU, se lanzaron bombas de keroseno y aguarrás. Se impidió llegar a los bomberos y policías y miembros de la Guardia Nacional no solo protegieron la violencia sino que participaron en ella. Tras 14 horas de asedio, Greenwood quedó devastado.

Nunca se ha conocido la cifra total de muertos, que se calculan entre 100 y 300, y posiblemente nunca se sepa porque además de fosas comunes hay informaciones de que otros cadáveres se tiraron al río Arkansas, fueron quemados o sacados de la ciudad en camiones. 1.470 casas fueron saqueadas y destruidas. Entre 8.000 y 10.000 habitantes de Greenwood quedaron sin hogar. Cerca de 6.000 fueron detenidos e internados. Los cargos contra Rowland, que fue sacado de la ciudad y cuya historia a partir de entonces se desconoce, fueron retirados. La propia Page, cuya vida después también se ha perdido del registro histórico, aseguró que no había habido agresión. Y aunque un gran jurado acusó a los negros de Tulsa de incitar “las revueltas”, nunca hubo cargos contra nadie. Tampoco contra los verdaderos autores.

Memoria histórica viva

La historia de la masacre de Tulsa, que durante un tiempo sirvió como herramienta de reclutamiento para el Ku Klux Klan, y por cuya destrucción las aseguradoras nunca pagaron a las víctimas, se borró con éxito durante décadas. Se desvanecieron informes policialesNo había mención en los libros de texto. Son muchos, incluso familiares de supervivientes, los que explican que no supieron hasta la edad adulta lo que había sucedido. Y no fue hasta 2019 cuando se pusieron en marcha los primeros esfuerzos reales por buscar las fosas comunes.

La memoria de Tulsa, que en 2019 sirvió como punto de partida para la adaptación en miniserie de 'Watchmen', está más viva que nunca. Y la encarnan supervivientes como Viola Ford Fletcher, una mujer que hace dos semanas viajó, por primera vez a sus 107 años, a Washington DC y, ante un comité del Congreso que estudia la irresuelta cuestión de las reparaciones por la esclavitud y otras injusticias raciales, contó en primera persona aquella masacre, recordando cómo se fue a dormir la noche del 31 de mayo de 1921 en un barrio “rico no solo en términos económicos sino culturales y de herencia” y despertó forzada a huir con sus cinco hermanos y su padre entre la violencia de la turba blanca.

“Aún veo hombres negros a los que se dispara, cuerpos negros tirados en el suelo. Aún huelo humo y veo fuego. Aún veo negocios negros siendo incendiados. Aún oigo los aviones sobrevolando. Oigo los gritos”, declaró Fletcher, con la que también testificó uno de sus hermanos. “He vivido la masacre cada día. Nuestro país puede olvidar esta historia, pero yo no puedo, y no lo haré. Otros supervivientes tampoco. Ni nuestros descendientes”.

"La gente en posiciones de poder, muchos como ustedes, nos han dicho que esperemos. Otros nos han dicho que es demasiado tarde”, espetó a los congresistas Lessie Benningfield Randle, otra superviviente de 106 años que testificó por videoconferencia. “Parece que la justicia en América siempre es lenta, o no posible, para la gente negra. Y se nos hace sentir que estamos locos solo por pedir que se enmienden errores”.

Reparaciones y la Casa Blanca

Esa lucha por las reparaciones continúa, a nivel nacional y en Tulsa. El Tribunal Supremo rechazó en 2005 un caso de los supervivientes pero este martes puede haber decisión sobre si se permite que prosiga otra demanda que, junto a otros, tienen interpuesta buscando no solo compensaciones por aquellos acontecimientos sino ayudas fiscales, becas o que se de prioridad a la comunidad negra en contratos municipales. Porque Greenwood y su comunidad negra se sienten también ahora víctimas de la gentrificación, de la desigualdad económica y social Y son frecuentes las denuncias de que la nueva conciencia sobre la historia se está explotando con intereses comerciales y olvidando a los que deberían de verdad ser beneficiarios.

Al menos ahora pueden contar con una Casa Blanca con una conciencia diferente a la que imperaba en el Despacho Oval con Donald Trump, que más que “silbato de perro” (el término con que se denomina en EEUU a los mensajes velados racistas) lanzaba bilis y azuzaba odio con megáfono y hace solo un año, en medio de las protestas por el asesinato de George Floyd y la revitalización del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) organizaba un mitin justamente en Tulsa y precisamente en Juneteenth, la fiesta con que la comunidad negra marca el fin de la esclavitud (lo pospuso pero no lo canceló).

Este lunes, en la víspera de su viaje a Oklahoma, Biden emitió una proclamación marcando la jornada como una de recuerdo de la masacre. Denunció directamente las acciones hace un siglo de una “turba violenta de supremacistas blancos” a la que siguieron “leyes y políticas que hicieron prácticamente imposible la recuperación”. El demócrata lanzó también un mensaje de presente. “El gobierno federal debe reconocer y lidiar con el papel que ha jugado restando riqueza y oportunidad a comunidades negras”, escribió. “Urjo al pueblo estadounidense a reflexionar en las profundas raíces del terror racial en nuestra nación y volver a comprometerse con el trabajo de erradicar el racismo sistémico en nuestro país”.