Imaginemos que el avión lleva rumbo de colisión. Entonces, Joe Biden accede a la cabina del piloto. Cada pasajero del planeta ha de decidir si esta escena le resulta tranquilizadora. El nuevo comandante en jefe de la nave Tierra se presentó protegido o vigilado por el ejército, su predecesor no necesita ni asistir al acto para disputarle el protagonismo de la jornada. Trump le augura sin nombrarlo "un éxito espectacular", es la primera vez en cuatro años que recurre a la ironía. El sarcasmo queda para el tuit inaugural de Obama a su antiguo en tantos sentidos vicepresidente, un ominoso "ha llegado tu hora".

El mundo se queda a solas con Joe Biden, que brama hasta donde este verbo se le puede aplicar contra el enemigo interior que asaltó el Capitolio, con la misma furia que Bush reservaba para desafiar a Al Qaeda. En Estados Unidos se vive una guerra civil y el inaugurado tuvo el coraje de nombrar por primera vez al enemigo, el "supremacismo blanco". Para compensar, citas a San Agustín, a la Biblia y varias menciones a Dios, probablemente el único ser que puede salvar a América.

En su primera coronación en 2009, Obama llevaba en el bolsillo un fragmento adicional de discurso que por fortuna no se vio obligado a pronunciar, por si se producía una acción del terrorismo islámico en el Capitolio a cargo de sospechosos etíopes. Biden llega a la Casa Blanca con el atentado puesto, pese a no ser negro, joven ni inexperto. En su breve discurso de 21 minutos toreó con habilidad el cisma abierto en la cuna del imperio, aunque lastrado por la evidencia de que su enérgico programa no se corresponde con la estampa que ofrece. Tuvo el coraje de mantener el acto al aire libre, contra las recomendaciones de sus asesores, y la ruptura definitiva con su predecesor se produjo en su tuit inaugural. A las nueve de la mañana decretaba en el nuevo Boletín Oficial de los Estados que "Es un nuevo día en América". No hay peligro de que le clausuren la cuenta.