Mientras hacía campaña para Hillary Clinton en 2016, Madeleine Albright dijo aquello de "hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no se ayudan entre ellas". La frase podría extrapolarse ahora al dilema que enfrentan los dirigentes del Partido Republicano ante el test de lealtad que ha planteado su presidente. En su incesante campaña para revertir su derrota en las elecciones de noviembre, considerada por muchos como un golpe encubierto para perpetuarse en el poder de forma ilegítima, Donald Trump ha forzado a su partido a elegir entre sus desacreditadas teorías de fraude o la preservación de la democracia. Una disyuntiva que ha fracturado al partido y ha abierto una incipiente guerra civil en sus filas, llamada a arreciar en cuanto Trump desaparezca del mapa.

Sus primeras salvas han explotado en Washington y en Georgia, donde este martes se disputan las dos segundas vueltas que decidirán el control del Senado y el margen de maniobra de Joe Biden para legislar durante su primer bienio de mandato. Poco antes de viajar al estado el lunes para hacer campaña por los dos senadores republicanos que se juegan la reelección, el presidente volvió a mandar un recado a los dirigentes conservadores que no aceptan la farsa del fraude electoral, negado por los tribunales, los responsables de los estados impugnados y la propia Administración Trump.

"El 'grupo de la rendición' en las filas del Partido Republicano pasará a la historia de la infamia como ‘guardianes' débiles e incompetentes de nuestra nación", escribió en las redes un día después de que se filtraran sus presiones al secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, para que encuentre los 11.780 votos que necesita para subvertir allí el resultado. Unas presiones más propias de Fredo Corleone en 'El Padrino' que del líder de la democracia más petulante del planeta. Durante su discurso en Georgia, Trump no solo repitió hasta la saciedad la teoría del pucherazo, sino que volvió a exigir a su vicepresidente, Mike Pence, que se niegue a certificar la victoria de Biden en la sesión conjunta del Congreso que este miércoles presidirá para ratificar definitivamente el resultado de las urnas. Al menos una docena de senadores y 140 congresistas de su partido han adelantado que objetarán la certificación del recuento.

Presiones al vicepresidente Pence

"El vicepresidente tiene el poder para rechazar a los electores elegidos de forma fraudulenta", insistió Trump el martes abanderando una idea que rechazan los expertos constitucionalistas. Desde que George Washington se retirara a cuidar de su huerto a orillas del Potomac en 1797 tras dos mandatos en el poder, ningún presidente había tratado de dinamitar el más básico de los mandamientos del sistema estadounidense, la transferencia pacífica del poder. Pero eso es lo que está sucediendo ahora ante la mirada atónita del sector minoritario del Partido Republicano que se ha atrevido a desafiar públicamente la narrativa de Trump y la ira de sus millones de seguidores, convencidos a pies juntillas del robo electoral.

"Me preocupa la división en América, es lo más importante, pero está claro que esto no es saludable para el Partido Republicano", ha dicho el senador Ben Sasse. "Esto es malo para el país y malo para el partido". Pocos dudan de que dirigentes como Sasse pagarán el desacato teniendo que enfrentarse a candidatos trumpistas bien financiados la próxima vez que afronten la reelección. Trump ya ha dicho que hará campaña contra Raffensperger y el también republicano gobernador de Georgia, Brian Kempt, a los que lleva semanas insultando por negarse a revertir el resultado. Y eso que han llevado a cabo hasta tres recuentos sin encontrar irregularidades.

Pero esos mismos dirigentes volvieron a plantarse el lunes para repudiar las mentiras de Trump, que con su ataque a la integridad del proceso electoral ha puesto en peligro el control del Senado para su partido, ya que no se descarta que algunos votantes se queden en casa tras haber perdido la confianza en el sistema. "Todo esto se ha demostrado fácilmente que es falso", dijo Gabriel Sterling, el republicano al frente del sistema de votación en Georgia, en una rueda de prensa junto a Raffensberger.

La bronca de estos días anticipa la guerra que se avecina en el partido entre el populismo trumpista y el establishment tradicional republicano cuando Trump salga de la Casa Blanca, una pugna que marcará el rumbo del partido y el futuro del país.