No es habitual que el ganador de las elecciones en Estados Unidos se dirija a la nación antes de que el perdedor admita su derrota. Pero tampoco estos son tiempos normales. Horas después de confirmarse su victoria sobre Donald Trump, que llega cinco días después de la celebración de los comicios, Joe Biden se comprometió a dejar atrás la demonización que ha marcado la política de los últimos años para unir al país y devolverle la esperanza en el futuro. "Este es un momento para curar heridas", dijo el nuevo presidente electo desde su estado adoptivo de Delaware. Cientos de miles de personas celebraban a esas horas el cambio de ciclo en las calles del país, una explosión de júbilo que ha servido para disipar, aunque sea momentáneamente, la tensión de los últimos tiempos.

No hubo agravios ni ajustes de cuentas en el discurso de Biden, que a sus 77 años encarna el sosiego y la búsqueda de consensos que buena parte del país anhela tras la política de tierra quemada del populismo trumpista. El demócrata tendió la mano a sus rivales políticos, que no han perdido la esperanza de litigar en los tribunales el resultado de estas elecciones. "Para todos aquellos que votasteis al presidente Trump, entiendo que estéis decepcionados", les dijo. "Pero démonos ahora una oportunidad. Es hora de dejar atrás la retórica dura, de bajar la temperatura, de vernos y escucharnos nuevamente". No será fácil. El republicano sigue clamando que le han robado las elecciones, en contra de lo que sostienen los observadores independientes o las autoridades locales al frente de su gestión.

Trump no ha concedido su derrota ni ha rebajado el tono de su retórica. Sus seguidores se liaron ayer a puñetazos frente a los parlamentos de Michigan y California, una señal de las heridas que deja un presidente que no ha sabido ni perder con dignidad. "Dejemos que esta era sombría de la demonización en América empiece a acabarse aquí y ahora", exclamó anoche su sucesor. Biden suma 279 votos electorales, siete más de los necesarios para conquistar la Casa Blanca, después de que Nevada y su estado natal de Pensilvania se inclinaran a su favor para acabar con la agónica incertidumbre del recuento.

Este desenlace completa una de las remontadas políticas más épicas de los últimos tiempos, solo comparable a la de Bill Clinton en 1992. La de un hombre forjado en los pasillos del establishment de la capital, que ha sabido transformar sus tragedias personales en un pozo sin fondo de empatía hacia la adversidad ajena.

Vuelta a la normalidad

Biden abraza la versión más virtuosa del carácter estadounidense. Solo ha tenido que prometer una vuelta a la normalidad para dar credibilidad a su candidatura. "Habéis escogido la esperanza y la unidad, la decencia y la ciencia y sí, también la verdad. Habéis marcado el inicio de un nuevo día en América", dijo Kamala Harris anoche antes de darle paso. La antigua fiscal general de California es uno de los emblemas de la nueva generación del partido, políticamente moderada como él, pero revolucionaria por el cúmulo identidades que arrastra. Será la primera mujer en llegar a la vicepresidencia, la primer afroamericana, la primera hija de inmigrantes y la primera de descendencia asiática.

Elecciones en EEUU 2020

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Ambos se enfrentan a un contexto aterrador, con una pandemia descontrolada, la peor recesión de los últimos 90 años y un cúmulo de agravios raciales y socioeconómicos que han convertido al país más rico del mundo en un polvorín no muy distinto a los estados fallidos. Sin es pandemia es muy cuestionable que Trump hubiese perdido la reelección.

Y aunque Biden se atribuyera la víspera un "mandato para la acción" frente a la Covid, la economía, el cambio climático o el racismo sistémico, los demócratas se ha quedado muy lejos de sus mejores expectativas. En estas elecciones se han comido el plato principal del menú, pero saldrán sin postres ni vino. Si bien mantendrán el control de la Cámara de Representantes, su ventaja ha menguado. Y en el Senado solo pueden aspirar a un empate a 50 escaños, que otorgaría a la vicepresidenta el derecho a romperlo.

Para llegar hasta ahí tendrán que ganar los dos escaños pendientes de una segunda vuelta que se celebrará a principios de enero. Aunque lo consigan, será difícil que puedan legislar a su antojo porque varios de sus senadores son muy conservadores. Tampoco han conseguido arrebatar ninguno de los parlamentos estatales controlados por los republicanos, que gobiernan en la mayoría de estados del país.

36 años en el Capitolio

Biden es un viejo zorro del Capitolio, donde pasó 36 años antes de convertirse en vicepresidente de Barack Obama en el 2008. Su carrera ha estado marcada por la búsqueda de consensos, algo que consiguió basculando generalmente hacia las posiciones conservadoras, pero el Partido Republicano no es el de antaño. El bloqueo y el fanatismo son su divisa y es muy cuestionable que sus cargos electos vayan a alejarse del gran líder a corto plazo, un Trump que no ha perdido votos en estas elecciones y mantiene una devoción ciega entre las bases republicanas.

Para acabar de complicar la misión de Biden, que lanzó su campaña presentándose como un "candidato de transición", está la izquierda del Partido Demócrata. Una izquierda que está harta del 'business as usual' y tiene el entusiasmo de las nuevas generaciones de su parte. Esa izquierda quiere atacar frontalmente los problemas estructurales del país, desde una sanidad impropia de un país industrializado, a la precarización extrema del trabajo, el abandono de extensas regiones castigadas por la globalización o las mayores desigualdades del mundo occidental.

Todos esos factores sirvieron de caldo de cultivo para que un multimillonario que viaja en helicóptero y limusina se convirtiese en el héroe de los trabajadores. Esa fue la gran jugada maestra del mejor trilero que haya visto el mundo en mucho tiempo, un Trump que seguirá proyectando su furiosa sombra sobre el país durante mucho tiempo.