Miles de personas acudieron el lunes a despedir a George Floyd en Houston, la ciudad tejana donde creció el afroamericano de 46 años asesinado por la policía hace dos semanas en Minneapolis. Un goteo constante de personalidades y gentes anónimas desfiló durante todo el día frente a su capilla ardiente, mientras el debate sobre la reforma de la policía arreciaba en el Congreso y varias ciudades del país. Las multitudinarias manifestaciones contra el racismo no han cesado, pero se ha desvanecido la violencia de las jornadas iniciales y la agresividad de unas fuerzas del orden que en gran medida han vuelto a sus acuartelamientos. La protesta ya no es un volátil estallido social, sino un pulso a fuego lento para lograr que las promesas de siempre acaben esta vez en algo.

El presidente Donald Trump no asistió al velatorio ni tampoco se espera que comparezca en el funeral que este martes se celebrará en la más estricta intimidad familiar. El republicano ha renunciado a cumplir con el papel tradicional que desempeñaron sus predecesores desde mediados del siglo pasado, cada vez que las calles ardían por las flagrantes injusticias de las que siguen siendo víctimas los negros. Ni siquiera se ha reunido con líderes afroamericanos o ha dedicado un discurso a abordar las supurantes heridas raciales, como suele ser preceptivo en estos casos. De hecho, el lunes negó que el racismo sea un problema entre los cuerpos policiales del país. "El 99,9% son gente estupenda, que ha hecho un trabajo ejemplar", dijo al reunirse con varios líderes policiales en la Casa Blanca.

La combativa frialdad con la que Trump ha gestionado la crisis le está pasando factura. De acuerdo con una encuesta de la 'CNN' publicada el lunes, su índice de aprobación ha caído siete puntos desde el mes pasado. Solo el 38% de los estadounidenses aprueba su gestión.

La ausencia del presidente en el velatorio fue aprovechada por su rival en las presidenciales de noviembre, Joe Biden, quien se reunió con la familia de Floyd en uno de los salones de la iglesia donde se instaló la capilla ardiente. "Les escuchó y compartió su dolor. Esa compasión significa mucho para la familia en estos momentos de luto", aseguró después el abogado de los Floyd, Benjamin Crump. También asistió al velatorio el gobernador republicano de Tejas, Greg Abbott, quien compartió unos minutos a solas con la familia. "Esta es la tragedia más horrenda que he experimentado personalmente", dijo Abbott. "George Floyd va a cambiar el arco del futuro de EE UU. No ha muerto en vano".

Eso es lo que reclaman los estadounidenses que han tomado estos días las calles, un objetivo tremendamente resbaladizo, como demuestran las reformas acometidas durante la presidencia de Barack Obama, muchas de ellas revocadas cuando Trump llegó a la presidencia. Se dice que esta vez será diferente, quizás por la intensidad y el alcance geográfico de las protestas, pero en pleno año electoral es muy cuestionable que el Senado republicano vaya a permitir un lavado de cara de las leyes que regulan la actuación policial. Otra cosa es lo que hagan los municipios.

Al velatorio de Floyd, cuyo cuerpo se exhibió en un ataúd dorado, asistieron también familiares de otros afromericanos asesinados cruelmente por la policía o vigilantes blancos. Desde Ahmaud Arbery a Eric Garner, Michael Brown o Trayvon Martin. "Esto duele", dijo el hermano del fallecido, Philonise Floyd, al leer algunos de sus nombres. "Vamos a conseguir que se haga justicia. Lo lograremos. No dejaremos que esta puerta se cierre".