Las enfermedades forman parte del día a día tanto como los nacimientos y las defunciones. Estos hechos, sin embargo, no suelen trascender más allá del círculo de las personas afectadas. ¿Qué ha pasado para que ahora estemos más pendientes que nunca de la salud ajena? A nadie le sorprenderá si afirmamos que la actual pandemia de Covid-19 ha puesto el mundo patas arriba. Incluso convirtiendo algo tan privado como la enfermedad en una preocupación colectiva. Los mismos hospitales y centros sanitarios en los que hasta hace poco se vivían dramas acotados al ámbito personal y familiar protagonizan ahora un relato más colectivo. La definición científica de pandemia, de hecho, responde a esta misma lógica. No es un problema puntual y localizado, sino un riesgo que ya atañe a todo el mundo. Geográfica y personalmente hablando.

"En las sociedades occidentales estamos acostumbrados a ver las enfermedades graves convertidas en algo crónico o degenerativo. La palabra epidemia, de hecho, se utilizaba hasta hace nada como un 'señal de alarma' para advertir del riesgo de problemas sociales como los accidentes de tráfico o la violencia de género más que para hablar de temas estrictamente de salud", explica Carlos Tabernero, biólogo y profesor del Centro de Historia de la Ciencia (CEHIC). Mientras, en el imaginario colectivo, el peligro de una enfermedad pandémica había quedado relegado durante años a la gran pantalla. Como un mal frío y sin conciencia que, antes o después, aparecería para hacer temblar los cimientos sanitarios, políticos, sociales y económicos de una civilización. Y ahora, con esta imagen bien presente, la pandemia de coronavirus ha surgido como uno de esos peligros que, por más que estén anunciados, no vimos venir. De ahí el miedo y la incertidumbre causados por este evento a escala global.

"Hasta ahora, las pandemias de enfermedades infecciosas se vivían como algo alejado. Como si el ébola solo fuese un problema de África y el VIH, de los colectivos que se exponían a prácticas de riesgo. Pero las pandemias nos concierne a todos. Y el coronavirus lo está dejando claro. Tanto el problema como la solución pasan por la comunidad. Su expansión y su freno parten de la responsabilidad colectiva. Algo que resulta cuanto menos paradójico en una sociedad tan individualista...", añade Tabernero, también experto en análisis del discurso científico en el ámbito mediático. Estamos, pues, ante la primera pandemia realmente universal. Por su alcance. Y por su visibilidad. La enfermedad de la que inevitablemente todo el mundo habla.

Historias apocalípticas

Antes de continuar con este relato recordemos que pandemia no es sinónimo de apocalipsis. Ni de fin del mundo. "Las pandemias son algo que en la naturaleza se da, aunque hasta ahora la gente creyera que solo era cosa del pasado o, como mucho, de las historias de ciencia ficción. Por eso no me extraña que, en estos días, haya quien repita hasta la saciedad que se trata de algo artificial, creado para destruir. Si la gente solo conoce las pandemias por el cine, también es comprensible que intente interpretar su evolución así. Aquí el problema es que falta cultura científica de base para entender qué está pasando", defiende el biólogo y divulgador científico Daniel Arbós, quien, junto al físico y comunicador Màrius Belles, reflexiona sobre cuáles son las potenciales amenazas a las que podría enfrentarse nuestra especie en el libro '14 maneras de destruir a la humanidad'.

Si repasáramos las amenazas apocalípticas, los virus y las bacterias destacan tanto (o más) que el impacto de un asteroide o los efectos del cambio climático. No olvidemos que los brotes de enfermedades infecciosas han causado verdaderos estragos. En el siglo XIV, la peste negra dejó unos 50 millones de muertos. El sarampión, 200 millones. La viruela, 300 millones más. Más recientemente, ya a principios del siglo pasado, la mal llamada "gripe española" acabó con entre 50 y 100 millones de vidas. "La buena noticia es que, a diferencia de otras crisis sanitarias, la ciencia está logrando dar una respuesta rápida. En los 80 se tardó dos años en entender que la enfermedad del sida era causada por un virus. Ahora, el SARS-CoV-2 se ha identificado en apenas unos días, en una semana teníamos su genoma secuenciado y a los 15 días ya existían tests de diagnóstico", explica Arbós. La historia, por lo tanto, no tiene por qué repetirse.

El mundo nunca había tenido tanta información en directo sobre una epidemia global como con la covid-19. Las consecuencias de la gripe de 1918 siguen, hoy por hoy, en debate. Ahora, en cambio, la retransmisión es prácticamente instantánea. La ciencia trabaja a contrarreloj para ofrecer una explicación sobre lo que está pasando. La medicina se actualiza sobre la marcha para dar respuesta a la necesidad. Y las consecuencias de la pandemia son narradas en tiempo real a través, por ejemplo, de las páginas de este diario. La pandemia es global y su visibilidad, también.

Un drama en tres actos

Aun así, los acontecimientos pasados pueden servir para interpretar el presente. El historiador de la medicina Charles Rosenberg explica que las epidemias se desarrollan como un drama en tres actos. En el primero, los ciudadanos intentan mantener a toda costa la apariencia de tranquilidad y con ello ignoran las pistas que indican el avance de la enfermedad. En el segundo, cuando ya es imposible obviar la realidad, la gente reacciona exigiendo explicaciones a los responsables públicos. En el tercero, la crisis "de carácter individual y colectivo" sigue in crescendo y, finalmente, deriva hacia el inevitable cierre. Este guion extrañamente familiar se repite prácticamente en todas las crisis sanitarias, desde los brotes de peste del siglo XIV hasta la actual pandemia de coronavirus. El devenir del relato siempre es el mismo, solo cambian los personajes y el escenario.

Siguiendo con la metáfora literaria, el historiador argumenta que podemos entender las pandemias como relatos que desvelan los "problemas latentes" de una sociedad. Fallos estructurales que de otra manera quizás no serían tan evidentes. Como las carencias del sistema sanitario, que se muestran con crudeza en los momentos más extremos. Como la necesidad de reforzar las medidas de salud pública, entre ellas las de higiene y las vacunas, para evitar que algo así vuelva a pasar. Como el intento de las autoridades de aplicar medidas más o menos autoritarias para mitigar la propagación del virus. O, cómo no, el surgimiento espontáneo de curanderos y farsantes que intentan vender soluciones milagrosas a la enfermedad. "Los historiadores ya hemos visto de todo", bromea David S. Jones, experto en cultura de la medicina en un análisis sobre las 'lecciones históricas' que podríamos (o deberíamos) aplicar a la actual pandemia de coronavirus.

Las lecciones del pasado

Los historiadores Àngel Casals y María-Milagros Rivera Garretas, del departamento de Historia y Arqueología de la Universitat de Barcelona (UB), explican que, para entender las epidemias del pasado, el contexto es casi más importante que la enfermedad en sí. No olvidemos que incluso ahora los expertos recuerdan que la evolución de una crisis sanitaria depende de factores biológicos (cómo es el patógeno que la causa) y sociales (cómo reacciona una sociedad en este tipo de situaciones). Las crónicas de la plaga de Justiniano del siglo VI en Constantinopla o las narraciones de Leonor López de Córdoba de la peste del siglo XV en España pueden leerse, incluso actualmente, como un relato universal de la frustración social ante 'el poder de la naturaleza'.

Las plagas del mundo antiguo irrumpían causando verdaderos estragos. Por su carácter inesperado. Por la falta de comprensión de lo que estaba pasando. Por la falta de conocimiento sobre cómo reaccionar. "En la introducción del 'Decamerón' de Boccaccio se describe de manera excepcional la reacción de la gente ante un brote de peste. Y, a grandes rasgos, podemos ver similitudes con algunos aspectos de la actualidad. La gente no sabía qué hacer. Muchos huían de las ciudades. Los médicos estaban desbordados. Y todos intentaban entender qué hacía que algunas personas murieran y otras parecían inmunes a la enfermedad", explica Rivera Garretas. La gente, entonces, acudía a la religión tanto para encontrar una explicación a lo que estaba pasando como para rogar el fin de la epidemia. Y, "lo que al principio se vivía como penitencia y resignación (una manera de reflexionar y arrepentirse de los excesos), después se convertía en una voluntad de celebrar, de recuperar el tiempo perdido", añade la historiadora.

La respuesta científica

Llegados al siglo XIX la historia cambia. "La ciencia es la nueva religión", esgrime Casals. Los avances científicos y médicos, de hecho, se interpelan tanto para evitar la irrupción de estas enfermedades infecciosas como para mitigar su efecto. "El conocimiento de los microbios, la aplicación de medidas de salud pública y el desarrollo de vacunas marcarán las pandemias modernas", añade. Aun así, la ciencia, por sí sola, tampoco es el santo grial. Porque las enfermedades emergentes siempre han estado ahí y siempre lo estarán. Y porque, una vez más, de poco sirve el conocimiento científico sin una reacción social acorde. La periodista científica Laura Spinney, autora de 'El jinete pálido', explica que la epidemia de gripe del 1918 se expandió, en parte, por el desconocimiento que había sobre lo que estaba ocurriendo. En un mundo de información censurada por la primera guerra mundial, la pandemia se expandía sin hacer ruido. Un error del que, al menos ahora, hemos logrado no repetir.

¿Algo que podamos, pues, aprender? Daniel Arbós, que durante años ha centrado su labor de divulgación en denunciar prácticas pseudocientíficas, recuerda las noticias falsas sobre las epidemias siempre han existido. Y ahí una anécdota cuanto menos interesante, solo para mirar la actualidad con un cierto contexto... Cuando la Barcelona del siglo XVII se enfrentó a una epidemia de peste negra, también aparecieron vendehumos a doquier para pregonar remedios milagrosos para acabar con ese mal. Eso sí, en cuanto quedó claro que se trataba de una estafa, las autoridades locales mandaron a matar y descuartizar estos curanderos y pidieron colgar sus extremidades para que la ciudadanía entendiera que con la salud no se juega.