Con una bandera europea en la solapa, Craig Keetlewell, británico de 74 años, toma el primer desayuno después del Brexit. Lo hace en el hotel Meurice, el más inglés de la localidad francesa de Calais, adonde ha viajado para no tener que escuchar las celebraciones de sus compatriotas.

"Estoy en Francia para escapar de cualquier tipo de celebración de los desafortunados de mis compatriotas que puedan estar pensando que este es un buen día", dice Keetlewell meditabundo, abstraído y melancólico tras la consumación de la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Originario de Saltburn, noreste de Inglaterra, este profesor jubilado no termina de aceptar el camino que ha emprendido su país y lo que siente más aún como una derrota personal: haber perdido los derechos que tenía como ciudadano europeo.

"La idea de escuchar cualquier tipo de celebración o fuegos artificiales durante la noche del 31 me convenció de que era mejor viajar 300 millas hasta el continente, era más fácil", admite.

Junto a su mujer, Keetlewell, que hasta el lunes por la mañana paseará por la región francesa con un pin de la bandera europea ("la única bandera que merece la pena ondear"), ha decidido ser más radical que algunos de sus amigos, quienes para sortear las informaciones del Brexit el viernes decidieron simplemente apagar la radio.

Europeo antes que británico, Keetlewell, responde pausado y se detiene cada par de frases, como si le faltaran las palabras. Reflexiona introspectivo, incrédulo, y a menudo concluye: "Es terrible".

Reconoce que, por egoísmo, su principal temor es la pérdida del acceso a la sanidad europea, lo que estos últimos años le ha permitido hacer largos viajes por Europa sin tener que preocuparse por sus problemas de corazón.

Ahora, para moverse con la misma tranquilidad, el seguro privado le pide 1.000 libras esterlinas a la semana para garantizar que en caso de ser intervenido tendrá cobertura.

"No puedo pagarlo", reconoce, rabioso contra los británicos que votaron a favor.

En los casos más cercanos a él, fue un voto motivado por el rechazo a la inmigración: "Cuando los polacos nos servían de pilotos en la Segunda Guerra Mundial los queríamos, ahora queremos que vuelvan a sus casas".

Desde su sillón del Hotel Meurice, donde casi la mitad de los huéspedes son ingleses, vuelve a suspirar y lamenta tener que vivir "lo poco" que le queda en "el único país capaz de pegarse un tiro en el pie, votando a favor de algo que solo le traerá sanciones".

Keetlewell y su mujer no son los únicos ingleses que pasan esta simbólica fecha en Calais, el paso fronterizo que comunica Europa continental con Gran Bretaña.

Douglas y Wendy Smith se pasean por la calle principal en busca de un hotel.

Residentes en España, han volado hasta Calais para pasar el día con su hijo y sus nietos, que cruzarán en ferry el Canal de la Mancha para pasar el día juntos.

"Hoy no hay nada que celebrar", aseguran.

Wendy Smith no considera fortuito que el resultado del Brexit fuera el que fue menos de un año después de la crisis migratoria que golpeó con especial ahínco la ciudad de Calais, donde miles de migrantes se refugiaban en la llamada "Jungla" a la espera de poder cruzar hasta Gran Bretaña.

La "Jungla" fue desmantelada pero numerosos campamentos improvisados siguen surgiendo en la región y los migrantes, lejos de haber sido disuadidos, esperan con la misma paciencia poder atravesar el estrecho.

"La gente no se da cuenta del impacto total que esto va a tener. Al principio la psicosis de la crisis migratoria y la falsa propaganda hizo pensar a muchos que salir de Europa acabaría con ello", dice Wendy. "Esta fecha no es especial para nosotros. Es un día triste".