Dumbo, el elefantito de las orejas enormes, vuela de nuevo, esta vez de la mano de Tim Burton en una historia a su medida. Y con él, con esta revisión del clásico de Disney (y ya van nueve películas animadas de la casa volcadas al cine con actores y animales -digitales, principalmente-), regresa a la actualidad un relato sobre aquellos que son diferentes y, por ello, despreciados, convertidos en objeto de burla, aunque, finalmente, redimidos por su propia, asombrosa, singularidad. Los animales humanizados han dado, y dan, mucho juego en el cine para mirarnos en un espejo sin vernos el rostro.

Dumbo, con un dulce y encantador elefantito como protagonista, celebra la diversidad, ataca la discriminación, ensalza la familia. Valores que hoy (la historia original es de los años treinta del siglo XX) están de plena actualidad.

También van por ahí los tiros en Stuart Little, sobre un ratón antropomórfico adoptado por una familia empeñada en normalizar una situación tan peculiar. La película, que Rob Minkoff dirigió en 1999, se basa en un libro de E. B. White publicado en 1945. El mismo autor escribió La telaraña de Carlota (o Las aventuras de Wilbur y Carlota), otra maravillosa historia (de 1952) que tuvo su versión cinematográfica en 2006. Stuart Little se aproxima a la familia desde la posición extrema, surrealista, que sustituye un hijo por un ratón, integrado en un mundo que no es el suyo. La elección del roedor fuerza aún más el planteamiento, dada la generalizada aversión que provocan estos mamíferos. A su vez, La teleraña de Carlota tiene como protagonistas a una araña, la Carlota del título, y un cerdito, Wilbur, al que aquella salva de la matanza escribiendo mensajes en lenguaje humano en su tela, que el granjero atribuye al lechón y lo convierten en una atracción. Es una historia de amistad y de lealtad, una sensible y emotiva reflexión sobre el valor de la vida (de cualquier vida).

De salvar la vida (y de defenderla digna y libre) trata la divertidaChicken run: evasión en la granja, una suerte de remake de La gran evasión en versión "stop motion" (la técnica de animación que popularizaron las películas de Wallace & Gromit) en donde las gallinas de una granja (un siniestro campo de concentración) planean una fuga en masa confiando en la falsa capacidad de volar de un engreído gallo huido de un circo.

La consecución de los sueños y el inconformismo con el papel predestinado por la condición de nacimiento son los temas que aborda Ratatouille, donde una rata quiere convertirse en chef, y lo consigue a base de coraje, cristalizando, de paso, una crítica a la impostura y la pretenciosidad que tan a menudo rodean la alta cocina: no es casualidad que el apellido del crítico culinario sea Ego, ni que la protagonista sea una rata, lo peor, con permiso de las cucarachas, que uno temería tropezarse en la cocina de un restaurante. Otra cara de la condición humana la encarna Garfield, el gato naranja ideado para una tira cómica por Jim Davis en 1978, que ha tenido versiones en televisión y en el cine (2004). Garfield es egocéntrico, glotón, cínico y perezoso, y su mayor afición es hacerle la pascua al bendito de su dueño y al perro tontorrón con el que comparte casa: un dechado de virtudes... de lo más humano.