En la isla indonesia de Borneo, centenares de mineros conservan los métodos artesanales de hace 200 años para horadar sus tierras en busca de diamantes y otras piedras preciosas que atraen a comerciantes de medio mundo.

El avezado Olec lleva más de la mitad de sus 45 años dedicado a la extracción de estos preciados brillantes en Cempaka, una localidad al sur de Borneo, aunque tampoco descarta otras piedras semipreciosas que a veces encuentra durante su labor.

"El primer paso es cavar un agujero de 20 o 25 metros de profundidad, después bombeamos el agua con sedimentos y con un cedazo la filtramos", relata el indonesio.

Con el agua hasta la cintura, el minero sacude el cedazo durante largo rato mientras con ojo de cirujano distingue los pequeños brillantes que se confunden entre miles de diminutos guijarros y granos de arena.

"En una semana podemos encontrar entre ocho y diez diamantes", comenta Olec, al tiempo que muestra un brillante con el que acaba de toparse sobre la palma de su mano.

Para comprobar que se trata de una pieza auténtica, el experto explica que es necesario verter agua sobre la piedra: si esta se vuelve opaca carece de valor y si continúa brillando es preciosa.

Olec dirige a una docena de trabajadores que se afanan en una de las múltiples minas al aire libre que se concentran en los alrededores de Cempaka.

Los mineros cobran poco más de 70.000 rupias al día (5 euros u 8 dólares), mientras que un anillo de varios diamantes en el mercado puede alcanzar los 16 millones de rupias (1.260 euros o 1.850 dólares).

Una expedición de colonizadores holandeses descubrió a principios del siglo XIX las maravillas que yacían en los suelos de esta isla de las antiguas Indias Orientales.

Como si de una leyenda se tratase, gobernaba entonces el territorio un sultán en Banjarmasin (capital de la zona) y vivía en un palacio repleto de diamantes, oro, joyas y cofres que rebosaban de piedras preciosas.

Ya no queda rastro de aquella fortaleza porque los holandeses disolvieron el sultanato pocos años más tarde y confiscaron todos los tesoros; pero los mineros y los comerciantes locales continúan desde entonces explorando el terreno para hallar estas gemas.

La mayoría de las joyas que se esconden en los sedimentos de Cempaka son diamantes negros, amarillos -de menor calidad- o rosas -que destacan por su notable brillo-.

Todos los hallazgos van a parar al mercado de joyas de la vecina Martapura -conocida como la "ciudad diamante"-, una modesta localidad que recibe a los visitantes con varios monumentos dedicados a estas valiosas piedras.

Aquellos que consiguen el mayor beneficio con estas alhajas son los pulidores que logran un buen precio de los mineros y después los venden a un valor mucho mayor en el mercado, según dice Talil, visitante habitual de este zoco y gran conocedor de las minas.

Clientes de Indonesia o de India, Corea, Australia, Arabia Saudí e incluso Holanda acuden a este laberíntico bazar de joyas para adquirir diamantes, oro, amatistas y otras gemas.

Los consumidores tienen el deber de ser cuidadosos porque los propios joyeros reconocen que circulan muchas imitaciones.

Para los presupuestos más ajustados y los clientes con menos escrúpulos también existe la opción de introducirse en los callejones traseros del mercado, entre los hombres que aparentan jugar a las cartas y que al paso del visitante se sacan del bolsillo sobres de papel llenos de piedras preciosas.

Los comerciantes y también los mineros sueñan con igualar la hazaña de Haji Sukri, un compatriota que en 1965 descubrió el histórico diamante Trisakti.

Esta fabulosa piedra de 166 quilates del tamaño de un huevo de pájaro es el brillante más grande jamás visto en el archipiélago indonesio.