La pesadilla de la familia Canino se prolongó durante más de dos meses y su mensaje para exigir el esclarecimiento del caso, así como la aplicación contundente de la ley al presunto autor o autores, llegó a la sociedad tinerfeña. Sin duda, la desaparición y la muerte de Isabel fue el caso más mediático en el año 2009.

La última vez que se vio con vida a la víctima fue el sábado 21 de marzo. La fallecida no llegó a su cita con una amiga en El Médano. Todas las alarmas se activaron y se presentó una denuncia. El asunto parecía claro en las primeras horas, pues el entorno de Isabel y muchos de sus compañeros de trabajo señalaban al que fue su pareja sentimental, Salvador Morales Méndez, como presunto responsable de lo que le hubiese pasado a la conductora de Titsa.

La Brigada de Policía Judicial de la Comisaría de La Laguna lo detuvo días después, cuando fue a testificar y, supuestamente, incurrió en contradicciones. Desde ese instante, el sospechoso adoptó una actitud fría y calculadora. Y no dijo nada. Ante la falta de evidencias, la juez tuvo que dejarlo en libertad.

La familia de Isabel lo siguió "señalando con el dedo", a la vez que organizaba concentraciones y dispositivos de búsqueda, donde tomaban parte amigos, conocidos, vecinos o compañeros de la desaparecida. Mientras tanto, la investigación fue asumida por el Grupo de Homicidios de la provincia. Todo parecía empantanado y sin nuevas señales esperanzadoras para esclarecer el asunto, desde el punto de vista de la opinión pública.

La clave estaba en una casa propiedad de Salvador Morales en el camino de La Hornera, junto al campus de Guajara. Tanto los agentes de La Laguna como los del Grupo de Homicidios excavaron en el patio triangular para tratar de hallar el cuerpo. Pero ese esfuerzo no dio resultado. Sin embargo, Salvador tuvo un inquilino que cumplía el tercer grado penitenciario y lo ayudaba en obras en el edificio. Casi dos meses después de que se destapara la desaparición de Isabel, el ex recluso vio a Salvador por la tele y recordó que un día le dijo que, si tenía algún muerto que esconder, él sabía dónde colocarlo. Y señaló al subsuelo de un cuarto junto al patio. Una amiga de dicho hombre, Virginia, fue valiente y le contó ese comentario a los investigadores. Durante la tarde del 28 de mayo, una llamada confirmó que el cadáver de Isabel había aparecido bajo en el subsuelo de la planta baja. Estaba en una fosa séptica, maniatada y con signos de haber sido asfixiada con una brida de plástico. Inmediatamente, Salvador Morales fue detenido. Desde entonces, se ha mantenido firme en sus declaraciones, que se resumen en que no la mató, que al verla muerta se asustó y la enterró.

El abogado defensor, Jesús Arencibia, puso de relieve que en una uña de la asesinada había ADN de un hombre que no se ha identificado y que no es Salvador ni sus hermanos, que también fueron investigados. El letrado pidió la exhumación del cadáver, pero el juez no la autorizó. La familia de la vecina de El Sobradillo cree que hay otros implicados. Sin embargo, fuentes policiales niegan, por ahora, tal posibilidad.

70 días ajeno al drama

En el escrito del Ministerio Fiscal también se recoge que después de llevar a cabo los hechos, el presunto autor continuó realizando su vida normal, de tal manera que, ante la desaparición de Isabel Canino, que fue denunciada por la familia el día 23 de marzo de 2009, se mantuvo durante setenta días totalmente ajeno a esta situación. El 28 de mayo del mismo año, en una nueva y repetida entrada y registro de la vivienda situada en Camino de La Hornera y en presencia del acusado, agentes de la Brigada de la Policía Judicial y de la Policía Científica de la Comisaría de Policía, con la ayuda de operarios de la empresa Teidagua y efectivos del Ayuntamiento de La Laguna, después de realizar distintas catas en el suelo de la vivienda, lograron encontrar la fosa séptica y el cuerpo en estado de putrefacción de Isabel Canino. La víctima no tenía hijos y constan como familiares directos tres hermanos y su madre.