HOY vamos a hablar de cafés, bares y restaurantes. He recorrido el 80% de la España peninsular (incluido Portugal) y diez países de Europa Occidental -algunas dos o tres veces- y he visto que cualquier ciudad que se precie de tal se recuerda a veces más por sus restaurantes y cafés famosos que por sus monumentos. Yo voy a hablar hoy de mi Santa Cruz y citaré los lugares que en mí dejaron su huella indeleble al paso del tiempo. No es mi intención hacer propaganda de estos locales. Muchos ya no existen sino en mi memoria.

Al paso inexorable del tiempo desaparecen; como hacen los artistas, mutis por el foro. Como quiera que yo no consulto libros ni hemerotecas, puede que se me olvide alguno. No es mi culpa; solo querrá decir que no quedaron fijos en mis neuronas. Bares como La Viña del Loro, quiosco Numancia o el de Grijalba, en los aledaños de la plaza de La Paz. El bar Alemán, en Méndez Núñez, próximo al ayuntamiento. El bar junto al cine Víctor, el de los bocadillos a la salida después de haber disfrutado de una buena película. El bar España, en los aledaños del hotel Orotava, en el que mi profesor de Latín en primer curso, al que apodábamos "el Chinito", se iba a beber el producto de la venta del texto de Basilio Laín, ya que los vendía en una pensión de la calle Cruz Verde. El bar La Barra, de Pepe Cos, aquel que recordó con alegría don Antonio Martí, en respuesta a mi artículo en EL DÍA publicado en tres entregas. Todo un éxito para mí, el bar-terraza conocido como Los Paragüitas, en la Alameda del Duque de Santa Elena. Muy próximo el bar, también con terraza, Atlántico, de don Eduardo Coll, de grata memoria. En San José una especie de pionera discoteca de nombre Tagor, más tarde Almacenes City. Más arriba, El Farol. Al lado del Atlántico el bar de "Juanito Pitiguay". En San Francisco, frente a la plaza de La Candelaria, los para mí celebérrimos La Peña y Cuatro Naciones. Poseo una foto del café La Peña en la que se puede ver a mi padre sentado en una mesa con su amigo y colega Domingo Rodríguez, hermano del recordado don Leoncio. El café Los Claveles, en la calle de La Rosa, escenario de grandes partidas de dominó. El bar del Chino, creo que de nombre Shangai, en la Muralla, al final de San Francisco. El bar Palermo, en la plaza Isla de Madera (antigua pescadería anexa al antiguo mercado). En el mismo lugar, el café La Alegría.

Frente al teatro Guimerá, el bar Cervantes, parada obligada las noches de teatro, en el que se pueden visionar fotos de casi todos los artistas que en su día actuaron en el primer coliseo. Más abajo, en la calle de Santo Domingo, se ubicaba Casa Manolo, pleno de recuerdos. Allí acudían artistas después de la función y las chicas del cabaret con sus "novios" a tomar lo que en la Península se llama "el rosopón" después de una noche loca, en algunos casos "locas de atar". El bar-restaurante Cambrinus, en una callejuela entre plaza del Príncipe y Pilar, de un ciudadano alemán. El bar-restaurante Sabaría en la Aclamada, frente a la Alameda Mar. El bar X, en la plaza de Weyler. El bar El Bosque, cercano a la plaza de Juan P. Schwartz, conocida por la del Hospital Militar, parada obligada para tomar un "coche pirata", el mismo que yo tomé el 29 de abril de 1954, un Chevrolet TF-6040, para tomar posesión de mi plaza de funcionario civil del Estado en el pueblo de Arona. En la calle de la X, mirando hacia Weyler, había unas bodegas, creo que de don José Fariña, dueño del inmueble de pisos allí existentes. En la calle de Porlier había dos restaurantes, La Estrella Polar y El Pino Gumira.

Recordar un día trágico en el que el café La Peña fue protagonista. Eso ocurre el 18 de julio de 1936, cuando los tiros que se cruzaron soldados de Infantería y Guardias de Asalto dejaron su huella en la fachada del edificio. Esa tarde estaba mi padre allí, y hubo de refugiarse en su interior.

Y no podemos olvidar el café El Águila, en la calle del Norte (hoy Valentín Sanz), que era diferente al actual del mismo nombre. Era un café recoleto con veladores de mármol. Allí se reunía la flor y nata de la literatura, la música, el teatro y el periodismo. Por allí acudía mi padre y aún recuerdo a don Santiago Sabina, director de la orquesta de Cámara de Canarias, y mientras se tomaba un café hacía dibujos con lápiz, dibujos de bergantines y fragatas que nunca zarparon. Me dijeron que había sido marino de profesión. También recuerdo ver la pareja José B. Falcón y su esposa Libertad Álvarez, famosos cantantes. Los vi siendo niño en el Guimerá, en "La taberna del puerto", puesta en escena por una entidad excelsa Escuela de Arte.

Tiempos vividos, tiempos idos. Y recordar a mi admirado y eximio Bécquer. "Es un sueño la vida, un sueño febril, que durante un punto, cuando de él se despierta se ve que todo es vanidad y humo".

Casi se me olvidaba: a propósito del quiosco de la plaza del Príncipe, regentado por don Antonio Salgado, de muy grata memoria, como sus tres habituales camareros. Lugar obligado de "parada y fondo". Los domingos de concierto de nuestra excelsa banda de música, y cualquier día lugar de encuentro o amena charla. Mi emocionado recuerdo. Cosas de Santa Cruz.