DESDE las entrañables páginas de EL DÍA voy a contarles algo sobre las casas de socorro. Las nostálgicas y recordadas casas asistenciales. El paso inexorable del tiempo dio al traste con este sistema, dando paso a los centros de salud. En mi Madrid de los años cincuenta, conté hasta diecisiete de estas, una por cada distrito. En Santa Cruz sólo había una, la Casa Municipal de Socorro. Estaba situada en la planta baja de un gran edificio en la calle de José Murphy. En este bello recinto se ubicaba también la biblioteca municipal, el museo y, a la vuelta, el parque de bomberos y, detrás, el edificio de Juzgados y Audiencia Provincial. La manzana la completaban la parroquia de San Francisco de Asís, en la que yo recibí las aguas bautismales de manos del párroco don Juan Batista Fuentes, aquel a quien cada día de San Juan Evangelista acudía yo a felicitar y me regalaba una moneda de plata. También fue mi padrino de Confirmación, impartida por el obispo de la Diócesis Nivariense fray Albino González y Menéndez Reigada. Por encima de la mentada parroquia estaba y está la capilla de la Orden Tercera Franciscana.

Y ahora voy a contarles algo sobre la casa de socorro que formó parte de mis 47 largos años de vida profesional. En este lugar presencié la asistencia de un herido por arma blanca, la única en mi etapa. Se trataba de las consecuencias de un adulterio. Alguien metió al "diablo" en la casa y este le traspasó sus apéndices córneos. Al infractor le dieron una puñalada en la cavidad torácica. El pulmón, tejido esponjoso, se defendió, y al herido, que estuvo en estado preagónico, le fueron administrados los Santos Sacramentos; sobrevivió. El autor, un militar, fue ingresado en la prisión militar del Castillo de San Joaquín, de La Cuesta. En este lugar entrañable igual se atendía a los heridos u otras patologías de urgencia como se jugaba una partida de ajedrez. Y vayamos con el equipo médico. El director, don José Sánchez Delgado. Médicos: Dr. Sebastián Darias Montesinos, Dr. Bernabé García y García, Dr. Antonio González Velarde y, más tarde, vi por allí al Dr. Rafael Madrid López. Compañeros míos a D. José González Expósito, don Juan González Morín, don Eulalio Jiménez Linares y don Agustín Daroca Fernández, el padre de un recordado amigo, Miguel Ángel. Un día me dejó Daroca de sustituto (de noche) y mis honorarios en los años cuarenta fueron diez pesetas y una jeringa de vidrio de 10 cc, que pasaron con alegría a mis escuálidas faltriqueras. Con don Eulalio aprendí a librar de su borrachera a más de uno, con unas "especiales" curas a base de amoníaco. Aprendí el sistema, que empleé muchas veces a lo largo de mi ejercicio profesional, tanto en Arona como en Candelaria, cuando cada 15 de agosto acudía con "mi Cruz Roja" a las fiestas de la Virgen. Recuerdo que un joven blasfemó durante la "cura" y le apliqué doble dosis del líquido elemento, reconvertido en tal, y que se trata de un gas en origen. Quiero recordar también al conserje, el Sr. Albornoz, persona correcta y servicial.

Aunque no sea tema de hoy, en mi vida profesional tuve un caso de herida de arma de fuego con resultado de muerte. En este triste caso acaecido en Los Cristianos tuve que actuar como sanitario en unión de tres médicos y más tarde como juez de Paz titular de Arona, ya que tuve que seguir diligencias por orden superior. El caso con todo detalle formaba parte de un capítulo de mi primer libro, "40 años de medicina rural en Arona". Me encontraba una tarde en La Laguna en el Centro de la Cultura Popular Canaria corrigiendo, cuando dije: "Este artículo no va a salir...". Si estos hechos hubiesen sucedido hoy, sería primera plana de los periódicos y noticia preferente en todas las pantallas de televisión. Aquello fue homicidio por imprudencia temeraria, pero los implicados eran fuerzas del Estado y, como rezaba "El Quijote", creo que en la voz del fiel escudero "peor es meneallo". Corramos un tupido velo.

Las casas de socorro fenecieron, pero su bien hacer y su profesionalidad estarán siempre en nuestro recuerdo y nada, ni nadie, podrá borrarlas de nuestra memoria. ¿Que si me gustaría volver a atrás en el tiempo? Seguro que sí...

Volver a revivir una Santa Cruz noble, amistosa, que derrame cariño a raudales. Y volver a pasear por sus pacíficas calles, tomarme un café en El Águila y, al bajar la calle Castillo, escuchar las notas de nuestra Banda Musical entonando el "arrorró" de Power. Cosas de Santa Cruz.