SE CUENTA la historia de un individuo que pidió un güisqui en un bar y se lo sirvieron con una mosca nadando en el ambarino líquido. Protestó y el camarero se disculpó por aquella lamentable negligencia. En otra ocasión, y en el mismo bar, le sucedió lo mismo. Iba de nuevo a protestar y pensó pedir el libro de reclamaciones, pero al final se lo pensó mejor: sacó la mosca del líquido y se tomó el güisqui. Más adelante la historia se repitió pero esta vez sin mosca en el güisqui, lo que provocó las airadas protestas del cliente que preguntaba dónde estaba su mosca.

Siempre he tenido la curiosidad de saber quiénes son los que utilizan los periódicos para dar gracias a los santos por favores concedidos -san Judas Tadeo, santa Rita de Casia...-. Creo que las creencias religiosas son algo muy íntimo, muy personal, que cada uno de nosotros trata según su formación y la fe que su dios le ha dado. En la nuestra, la cristiana, que a pesar del gobierno que la mayoría ha votado es la que profesan -aunque sea tibiamente- un gran número de españoles, la tradición ha unido la solución de los problemas mundanos a muchos santos. Las causas perdidas, la curación de ciertas enfermedades, el mal de amores, etc. jalonan el camino que la vida los hace seguir, por lo que necesitamos asirnos a la esperanza que, como antes decía, la fe nos ha dado.

Todo lo anterior sirva como disculpa porque no he tenido tiempo para averiguar qué cometido le hemos asignado los católicos a san Hilario, pero si todavía no tiene ninguno creo que los chicharreros deberíamos proponerle como símbolo de la eficiencia.

Desde hace bastantes años he venido preconizando en estos artículos semanales la necesidad de que los ayuntamientos funcionen como empresas, en las cuales suele haber muchos jefes -de administración, de logística, de recursos humanos, de suministros...- que ejercen su función en sus respectivos departamentos, pero para mí, tras cincuenta años de vida laboral, siempre como gerente, una de las figuras más importantes es la de jefe de mantenimiento. Si todas las empresas tuvieran esta figura en su plantilla, una persona que en definitiva se preocupara de prevenir los problemas -no sólo de solucionarlos cuando estos se producen-, estoy seguro de que su cuenta de resultados mejoraría de forma sustancial. Esto, trasladado al ámbito municipal, ¿por qué esperar que el asfalto de las calles se levante?; ¿por qué arreglar los jardines cuando su deterioro es denunciado por los vecinos?; ¿por qué reponer las lámparas del alumbrado público cuando la falta de iluminación provoca un accidente?; ¿por qué recoger la basura cuando esta rebosa los contenedores?; ¿por qué sustituir las losetas de una acera sólo cuando una anciana tropieza en una de ellas y sufre una caída?; ¿por qué...? Son tantas las preguntas que podríamos seguir formulándonos que mejor es dejarlo así, pero es evidente que los ciudadanos estaríamos mucho más satisfechos si no tuviésemos necesidad de quejarnos, muchas veces por minucias que podrían solucionarse en un abrir y cerrar de ojos.

Pues, desgraciadamente, todo lo reseñado es lo que ha venido sucediendo en nuestra capital -como apunté en el primer párrafo de este comentario, nos acostumbramos a todo, a lo bueno y a lo malo, hasta considerarlo normal-, pero de pronto, como un gallo tapado, ha irrumpido en el gallinero san Hilario, que a pesar de la canícula ha puesto a todo el mundo a trabajar, él el primero, como un moderno Hércules ocupado en limpiar los establos de Augías, pero sin río. Lo curioso del caso es que la gente que ha elegido para desempeñar ese cometido le ha respondido con entusiasmo, consciente también ella de que "la Perla del Atlántico" no podía continuar soportando tanta mierda -sí, digámoslo así, con claridad-. Así se ha limpiado a conciencia los alrededores del estadio Heliodoro Rodríguez López, los del pabellón Pancho Camurria, los de la piscina Acidalio Lorenzo, y es posible que algunos espacios más cuyos nombres no han trascendido. Eso se llama en las empresas eficacia, y cuando en nuestra deteriorada economía sigue habiendo empleados que no valoran lo que hoy día significa tener un empleo -y que le paguen todos los meses- es justo que se pondere la labor de quienes, conscientes de lo que se espera de ellos, se dediquen a ella con el mayor entusiasmo.

Sería muy bueno para toda la ciudad que regidores y ciudadanos aprendiéramos del ejemplo que estos funcionarios municipales nos han dado. En las empresas privadas es raro que se alabe el trabajo de los subordinados -para eso nos pagan?-, si bien nunca está de más, para que no decaiga la ilusión, que al que cumple se le dé una palmadita en la espalda. Bien es cierto, por qué negarlo, que cuando uno emprende una nueva tarea se dedica a ella sin permitir que el desaliento -falta de medios económicos, incomprensión de sus jefes y compañeros...- se apodere de él, pero me da la impresión de que en esta ocasión este san Hilario no nos va a defraudar. Igual que san Ricardo.