QUIEN no yerra no aprende. Los errores pueden ser útiles para superarse, siempre que no se enquisten en el tejido de la memoria y se conviertan en pauta de conducta. Nadie es inmune a los fallos. Sin embargo, cuando un despiste implica una tragedia o, simplemente, la pérdida de una vida, o provoca mucho dolor, se hace cuesta arriba aceptar lo expresado al principio, porque ya entra a formar parte de lo difícilmente aceptable. El aprendizaje sin equivocaciones podría ser algo ideal y deseable, pero se antoja utópico por la propia condición natural de las cosas y de nosotros mismos. Los fallos dañan a quienes los causan y a quienes lo sufren. ¿Quién es infalible?