La mayor catástrofe natural que ha sufrido Euskadi, las inundaciones en 1983 de Bilbao y otras localidades vizcaínas y de la cuenca del Nervión, cumple hoy 30 años.

Las inundaciones de 1983 provocaron 34 muertos y cinco desaparecidos, pérdidas económicas valoradas en 200.000 millones de pesetas (unos 1.200 millones de euros, casi la tercera parte de ellos en Bilbao) y afectaron a 101 municipios de Euskadi, Navarra, Cantabria y Burgos, especialmente a Bilbao, Llodio (Álava) y Bermeo (Bizkaia).

El viernes 26 de agosto de 1983, después de una semana de intensas y continuas precipitaciones, una "gota fría" arrojó 503 litros de lluvia por metro cuadrado en 24 horas seguidas, de las 09.00 horas del viernes a las 09.00 horas del sábado.

El cauce del río Nervión no pudo absorber tal cantidad de agua y se desbordó desde Llodio (Álava), veinte kilómetros hacia el interior, hasta su desembocadura, ya convertido en ría desde Bilbao hasta Santurtzi y Getxo.

El agua anegó Llodio, donde murieron cinco personas (cuatro guardias civiles y un joven al que rescataban), Basauri, Galdakao, Etxebarri, Arrigorriaga y especialmente Bilbao, que celebraba sus fiestas, la Aste Nagusia (Semana Grande).

En el Casco Viejo, la riada alcanzó los 3 metros de altura y se llevó puentes como el de Bolueta o La Ribera, destrozó edificios en barrios como La Peña o el Peñascal, carreteras y vías de tren, y uno de los símbolos del Bilbao de entonces, el barco "Consulado", atracado permanentemente en la ría, soltó amarras y fue dando tumbos de un lado a otro de las orillas hasta hundirse.

También Bermeo quedó destrozado, incluso la parte central del edificio del casino se desplomó durante el temporal, y el desbordamiento de la ría provocó también daños importantes en su recorrido hasta el mar, como en Erandio, aunque no coincidió con una marea viva.

Se acumularon miles de toneladas de barro, de restos de viviendas y de coches, que desde el día siguiente comenzaron a retirar los cinco mil voluntarios que se presentaron para ayudar, más bomberos, policías y Ejército.

Armados con botas de goma y una pala, todos trabajaron sin descanso para limpiar la ciudad en un ejemplo de solidaridad que aún se recuerda en Bizkaia treinta años después.