EN EL ANTERIOR artículo abordábamos la cuestión de la educación financiera. De su importancia capital en la formación y toma de decisiones de trascendencia económica de las personas. Señalábamos que su ausencia haya podido amplificar algunas consecuencias de esta crisis. Tal vez, mayor formación hubiera llevado a decisiones de gasto o endeudamiento más prudentes.

Debemos tener en cuenta no solo nuestras decisiones más a corto plazo (gasto), sino también las de más a medio y largo plazo (ahorro e inversión), mucho más importantes que aquellas en lo que concierne a nuestra salud financiera. El ahorro para la jubilación es un claro ejemplo de ello. Un asunto que nos hemos acostumbrado a delegar y que exige por nuestra parte la necesaria atención.

Más cuando parece que en quien obligatoriamente hemos delegado esta función -en un importante porcentaje- ha construido un sistema de gestión insostenible basado en un sistema de reparto que tiene enormes debilidades. Un esquema piramidal del que el ínclito Bernard Madoff es el exponente contemporáneo más famoso, que no popular. ¿Y si no entran o no hay los suficientes para pagar a los que salen? ¿Y si los que salen cada vez son más y los que entran cada vez son menos? Esto ya está sucediendo en nuestro país.

Así que si queremos lograr el fin último de la planificación financiera a largo plazo -que es mantener el nivel de vida del que disfrutamos en nuestra vida activa- debemos ponernos a trabajar.

Debemos saber con exactitud cuáles son nuestras capacidades financieras. Debemos poder cuantificar ese objetivo económico de cara a la jubilación. Y debemos pensar en cómo vamos a financiarlo.

Lo anterior exige construir una cartera de activos que nos permitan lograr esos objetivos. Podemos hablar de inversiones inmobiliarias, de activos financieros de diversa índole, o de cualquier otro activo -en el sentido financiero del término-. Y también exige nuestro compromiso.

Debemos hacer un seguimiento a nuestras inversiones. Valorar periódicamente si estamos o no logrando nuestros objetivos de rentabilidad ajustados al riesgo que estamos soportando. Al ser una estrategia desarrollada a lo largo de mucho tiempo, estas desviaciones juegan un papel crítico. En una ocasión le preguntaron a Albert Einstein qué fenómeno de la ciencia le resultaba más sorprendente. Lejos de señalar alguna relacionada con la Física, el científico respondió sabiamente: "La capitalización compuesta".

Entenderán que no es lo mismo capitalizar mi inversión a lo largo del tiempo a una tasa del 10% que a una tasa del 5%. Pero es que cuando el horizonte temporal de inversión es largo, una pequeña diferencia del 0,5% puede convertirse en una enorme diferencia a la hora de disponer de mi inversión. Así que cuando su entidad financiera le ofrezca un magnífico televisor o una flamante tableta por contratar un plan de pensiones, preocúpese más por si el fondo está bien o mal gestionado y no tanto por el regalo, que puede resultarle tremendamente caro con el tiempo.

Comencemos cuanto antes a poner los medios para cuidar nuestra salud financiera.

fconcepcion_eafi@economistas.org