NO RESULTA sorprendente que los empresarios de este país estén tirando cohetes con la reforma laboral. Según los tratados de economía elemental, las empresas son agentes económicos cuya función es producir bienes y servicios destinados a ser vendidos en un mercado, con el objetivo de maximizar los beneficios. Se trata, hablando en plata, de ganar la más ídem posible. Y como la reforma de Rajoy reduce el coste de uno de los factores de producción (el trabajo de los asalariados), pues los empresarios encantados de la vida.

Los asalariados, sin embargo, no han tenido tanta suerte con la reforma laboral. Como ahora el trabajo pasa a valer menos, los sueldos bajan. Y si a esta reducción de ingresos le añadimos la subida de impuestos (las desgracias nunca vienen solas), pues tampoco resulta sorprendente que estén enfadados como chinos.

Se supone -eso le habrán dicho a Rajoy sus asesores económicos- que la reforma laboral debería estimular la creación de empleo. Porque también se supone -eso nos dijo Rajoy a nosotros- que la reforma laboral se hace con esa intención, la de reducir el paro galopante.

Sobre la primera suposición (que la reforma creará empleo), tengo dos motivos para no ser optimista: primero, porque no sería raro que las empresas, antes de crear nuevos puestos de trabajo, traten de aumentar sus beneficios sustituyendo los existentes por otros más baratos; segundo, porque está demostrado que el crecimiento económico, incluso siendo sostenido en el tiempo, no se traduce directamente en creación de empleo.

Sobre la segunda suposición (que la reforma la laboral se hace para crear empleo), estoy empezando a pensar que Rajoy nos ha vuelto a engañar como a chinos, porque el empleo ha dejado de ser -si es que alguna vez lo ha sido- un objetivo prioritario para su gobierno. Lo dejó claro el inefable ministro Montoro durante la presentación de los presupuestos realizada en el Congreso: "Nuestro primer objetivo es el déficit, el segundo es el déficit y el tercero, el déficit".

Una vez desvelada la verdadera prioridad de Rajoy, la idea de la reforma laboral es que los asalariados de este país nos pongamos a trabajar como chinos. Pero no en el sentido coloquial de trabajar mucho, sino literalmente como chinos. Justo eso es lo que proponía hace unas semanas el presidente de Mercadona, Juan Roig, para quien los bazares chinos son el modelo a imitar. Quiero suponer que no lo dijo en serio (y espero que no lo lleve a la práctica: sería incomodísimo hacer la compra con cajas de cartón por todas partes y los empleados durmiendo en los rincones), pero la broma no tiene gracia. ¿Acaso ha olvidado que los españoles ya fuimos chinos?