El regreso de Ángel Di María al estadio Santiago Bernabéu un par de temporadas después de abandonar al club que le encumbró por discrepancias con su salario, se saldó con un encuentro brillante que no creó ningún tipo de nostalgia en un público que mostró cierta indiferencia con el argentino.

Di María nunca fue uno de los preferidos de la afición blanca. Aunque su entrega sobre el césped era muy respetada, nunca gozó de una simpatía unánime por el respetable del estadio blanco. Sus luces, a lo largo de las temporadas que estuvo en el Real Madrid, fueron abundantes. Sin embargo, también mostró algunas sombras.

En el recuerdo, dejó varias cabalgadas decisivas, como aquella que selló el partido de la final de la última Liga de Campeones que alzó el Real Madrid. Suyo fue el mérito del segundo gol de su equipo, que ganó en la final al Atlético de Madrid. Gareth Bale se aprovechó de su jugada para llevarse la gloria del gol.

Como suyo fue el mérito del tanto de Cristiano Ronaldo en la final de la Copa del Rey que ganó al Barcelona en la temporada 2010/11. Un pase mágico, un centro estratosférico del argentino, dejó una pelota perfecta en la cabeza del portugués para dar a José Mourinho uno de los pocos títulos que consiguió en su etapa en el Real Madrid.

Esas jugadas y muchas más dejaron huella en el club. Todas fueron muy agradecidas por sus aficionados, que, sin embargo, también cargaron contra Di María cuando en una ocasión se tocó los genitales en respuesta a la pitada que escuchó por parte del Bernabéu.

Al final, salió por la puerta de atrás pero dejando un buen tesoro en el Real Madrid. Costó 25 millones de euros y el club de Florentino Pérez se embolsó 85 por su traspaso al Manchester United, donde no fue feliz con Louis Van Gaal y se marchó el pasado verano al París Saint Germain.

Con todo ese historial de éxitos, gestos dudosos y cantidades ingentes de dinero que volaron de un club a otro, apareció Di María por el que fue su estadio. Antes, en los días previos, aseguró sentir mucho cariño por su antiguo club. Y, como no, como hacen casi todos los futbolistas en casos similares, afirmó que no iba a celebrar un gol en el caso de marcarlo.

Muchos de los focos apuntaron al argentino por su pasado y no defraudó. Pese a que no llamó la atención cuando su nombre sonó por megafonía y a que ni fue silbado ni aplaudido cuando tocó el balón, Di María se dedicó a hacer lo que nunca ha olvidado: jugar al fútbol.

Durante todo el encuentro ofreció un buen repertorio de detalles de calidad que a punto estuvieron de dar un susto al Real Madrid. Por su culpa, el París Saint Germain estuvo a punto de sorprender al equipo de Rafael Benítez, que estuvo bastante gris a lo largo de toda la noche.

En ocasiones, fue él quien no aprovechó sus aciertos y en otras fueron sus compañeros. Como ejemplo, un pase de tiralíneas del argentino al final de la primera parte que el uruguayo Edinson Cavani desaprovechó cuando estaba solo delante de Keylor Navas.

O, también, cuando en el segundo acto no acertó en un mano a mano frente al portero costarricense tras hacer un control espectacular, o cuando estrelló un balón en el poste en un saque de esquina, o impactó el esférico en el larguero de Navas al filo de la conclusión en una falta directa al borde del área ejecutada con maestría.

Nada de todo eso alteró al Bernabéu, acostumbrado a sufrir a ex jugadores que muchas veces han hecho daño al Real Madrid. Nombres como el de Schuster con su gol en una final de Copa; Dani García, con otro tanto en otra final de la misma competición; Fernando Morientes, con dos dianas en una eliminatoria de Liga de Campeones; o, más recientemente Álvaro Morata, con otro par de tantos para el Juventus, hicieron mucho daño al Real Madrid en el pasado.

Di María, no tuvo que cumplir su promesa de no celebrar un gol. No fue necesario porque no marcó, aunque a punto estuvo de hacerlo. Sin embargo, volvió a brillar en un estadio en el que un día fue feliz y que hoy mostró bastante indiferencia ante su brillantez.