La Laguna (Tenerife), finales de abril de 1994

Un vehículo Mercedes de color gris oscuro hace entrada en las instalaciones aeroportuarias de los Rodeos con dirección al parking. Un hombre de unos cuarenta años, vestido con traje oscuro, se apea del vehículo dirigiéndose a la terminal de llegadas. Cruza la puerta automática y busca con la mirada una de las pantallas de información de vuelos. Mientras se detiene leyendo se mece el pelo plateado con la mano derecha y se desabotona la chaqueta, dejando al descubierto su camisa blanca y una corbata azul eléctrico.

Conocida la información que deseaba se apresura a una de las puertas de salida de pasajeros y espera ansioso, levantando su cabeza por encima de las demás personas que, como él, también esperan en la sala a los familiares y amigos que regresan a la isla.

Hacía dos semanas que había padecido la ausencia de su familia, su esposa y su hijo menor, y ya tenía necesidad de abrazarlos y de tenerles en casa. Aunque contaba con un hijo más, este no vendrá con ellos, ya que se encuentra estudiando en la Universidad de Newcastle (Inglaterra). De pronto oye un sonido que le resulta familiar y busca, sin moverse del lugar, al propietario de la tierna voz infantil que acaba de oír.

-¡Papá, estamos aquí! - volvió a gritar su hijo.

Fernando Galván se apresura hacia el pequeño y a su esposa que se acercan tirando de un carro repleto de maletas. Su hijo corre hacia él colgándosele del cuello y cubriéndolo de besos. Su mujer, sonriente, se acerca a su esposo y espera a que el pequeño José Antonio termine de brindar su cariño al padre que hacía mucho tiempo no disfrutaba.

-Mamá, ahora te toca a ti. - anunció el pequeño.

-Gracias, muchas gracias. - dijo Mabel feliz de estar cerca de su esposo.

Ambos se abrazaron por fin, regalándose mutuamente varios besos llenos de ternura. A pesar de los veintiún años de casados, mantenían la llama del amor viva y esto era algo de los que sabían disfrutar.

-¿Cómo estas cariño? - preguntó ella mirándole a los ojos.

-Bien. Ahora me siento completo. Sabes que no soporto tu ausencia... estás guapísima. - dijo Fernando observándola de arriba abajo. - tu padre no sabe el sacrificio a que me somete de vez en cuando.

-Gracias mi amor... Pero tú tampoco te quedas atrás. - musitó orgullosa cerca de su oreja.

Fernando tomó el carro de las maletas y lo empujó hasta su vehículo, cargando las maletas en el portaequipajes. Después de subir toda la familia en el automóvil, se dirigen a su residencia, situada en la zona de la Esperanza, un hermoso chalet que habían adquirido hacía algo más de diez años, poco tiempo después de obtener la cátedra de historia de la Universidad de La Laguna.

Nada más traspasar el umbral de la puerta de entrada de su casa, Fernando abraza a su esposa y la besa con la libertad que le ofrece su intimidad, atrayéndola hacia el salón de la casa. Ambos toman asiento en un sofá y ella se deja caer, boca arriba, sobre el regazo de su esposo, besándolo como quien come cerezas maduras del mismo árbol.

-Qué ganas tenía de estar contigo así - dijo Mabel mirándole a los ojos - Te he echado de menos cada día, sobre todo cuando me despertaba al amanecer. Aunque me consolaba cuando veía a nuestro hijo, a un cachito tuyo, durmiendo a mi lado... te quiero Fernando, cada día que pasa te quiero y te deseo más. ¿Sabes que estás hecho un tiarrón? No me extraña nada que tus alumnas te dirijan en ocasiones algunas miradas lascivas... ¿Siguen mirándote así? - preguntó curiosa esperando una respuesta.

-Sí. Supongo que sí. Pero ya sabes que esas miradas no las interpreto jamás. No me interesa nadie que no seas tú. Además un catedrático de Historia tiene que dar ejemplo de madurez y creo que eso lo saben mis alumnas.

-Quizás sea tu interesante madurez lo que más les guste de ti. Aunque si conocieran lo que yo, les gustaría más otras cosas.

-Es posible, pero a mi eso no me importa. Cuando un hombre está lleno no necesita nada y yo estoy así, rebozando de todo...

-Te quiero mi vida. - dijo Mabel satisfecha volviendo a besar los labios de Fernando.

Poco después abandonan el salón. Mabel se retira a deshacer las maletas y Fernando se dispone a abandonar la casa para volver a la Universidad. Aún le quedaba una clase por dar.

-Cariño, le he dicho a Rosario que viniera esta tarde a ayudarte. Le he dado vacaciones todo este tiempo... - dijo a su esposa que se disponía a subir las escaleras hacia las habitaciones superiores.

-¿Y cómo es que está la casa tan limpia? - preguntó Mabel extrañada.

-¿Tengo que recordarte que tienes un marido ejemplar? - preguntó sonriendo abiertamente.

-Cada vez que me sonríes así me dan ganas de besarte esa boca tan linda. - dijo ella acercándose.

-Pues bésame, por ello te sonrío a cada...

Sin dejarle terminar la frase, Mabel se colgó de su cuello, cerrando la puerta entreabierta con el pie, besando alocadamente a Fernando. Este correspondió dejando escapar leves jadeos, mientras le acariciaba su larga y exuberante cabellera rubia.

-Fernando, por favor, no tardes en volver. Te estaré esperando ansiosa. - musitó ella cerca de sus labios.

-Vendré pronto. En cuanto termine la clase saldré corriendo y siquiera pasaré por mi despacho. Hasta después tesoro. - se despidió abandonando la casa.

Antes de subir al vehículo se detuvo, mira hacia la puerta de la casa y le grita a su esposa.

-¡Despídeme de José Antonio! Dile que esta tarde le llevaré a montar en pony.

Su esposa asintió con la cabeza y levantó su mano derecha para despedirse, cerrando tras de sí la puerta. Mabel se sentía dichosa, era totalmente feliz al lado de aquel hombre que le ofrecía tanta seguridad. Se sentía orgullosa de él por todo los detalles que mostraba para con ella.

Cada tres meses Mabel se había propuesto visitar a su padre en Madrid, en el barrio de las Rosas. Después de enviudar había desmejorado mucho su salud y su hija pretendía mitigar su soledad estando en contacto telefónico con él diariamente. Había estudiado la posibilidad de traerlo a Tenerife a vivir en la casa, pero por temor de que le sentara mal esa nueva situación, debido sobre todo a la edad, desestimó esa opción.

Fernando Galván caminaba por el pasillo de la segunda planta de la Universidad dejando tras de sí una estela de interesantes miradas, debido, entre otras cosas, a su elegante andar. A pesar de contar con cuarenta y dos años, su especial sonrisa le otorgaba un espíritu juvenil que intentaba detener practicando la equitación y el golf. Se aproxima a la altura de la puerta de su aula, la abre y entra.

-¡Buenas tardes! - saludaron los alumnos.

-Buenas tardes. - dijo abriendo el portafolios - ¿Estamos preparados? - preguntó en voz alta.

-Yo al menos sí, señor Galván. - contestó una alumna cercana a su mesa.

-¡Pues tenga, usted misma! Reparta las preguntas, por favor. Tenéis cuarenta y cinco minutos. Quien vaya terminando puede abandonar el aula.

Fernando toma asiento en su silla y abre uno de sus libros para ir repasando la lectura a medida que sus colegiales realizan un examen extraordinario. A cada instante miraba su reloj para consultar la hora sin dar a entender que hoy, como nunca, tenía más deseos de abandonar la sala que el resto de sus alumnos.

Uno de sus compañeros irrumpe en la sala y se acerca a su mesa.

-Fernando, cuando termines te estaremos esperando en la sala de reuniones. - dijo en voz baja.

-¿Para qué? - preguntó con una mueca de sorpresa.

-La semana pasada habíamos quedado en ir a comer para despedir al secretario. ¿Lo habías olvidado?

-¡Canastos! Lo había olvidado por completo. No tuve en cuenta que hoy llegaba mi familia de Madrid. Lo siento pero no podéis contar conmigo. A la salida me despediré de él, lo comprenderá.

-Yo también se lo comunicaré. No te preocupes. Hasta luego Fernando. - dijo abandonando el aula.

-¡Quedan diez minutos! - dijo advirtiendo al alumnado.