"La música está dentro de mí, pero según las vibraciones que sienta la transmito de una manera u otra", reconoce el guitarrista madrileño Javier Vargas (1958), quien hoy, a las 22:00 horas, actúa en el Aguere Espacio Cultural de La Laguna. Junto a él, Paul Shortino y Carmine Appice van a armar un espectáculo en el que habrá varios guiños a leyendas de talla mundial como AC/DC, Deep Purple, Paul Rogers o Rod Stewart. "Me propuse a tocar la guitarra porque me emocionaba oír a Jimi Hendrix", precisa un artista que ha compartido experiencias con Andrés Calamaro, Carlos Santana, Glenn Hughes, Miguel Ríos, Prince, Raimundo Amador, entre otros intérpretes. Madrid, Buenos Aires, Mendoza, Nashville -ciudad en la que conoció a Roy Buchanan y a Alvin Lee-, Los Ángeles, el Caribe, Jamaica y un montón de ciudades más conforman el ADN de un creador con alma de blues.

¿Cómo influyeron en su carrera los lugares en los que ha vivido?

La ciudad y la gente que te rodea condicionan siempre la música que haces. No se toca igual si vives en Jerez que si lo haces en Salvador de Bahía, en Brasil, o en Chicago. Cuando yo vivía en Buenos Aires estaba muy de moda el blues. Eso ocurrió a finales de los sesenta y en el arranque de los años setenta y quiero pensar que eso tuvo algo que ver con la fuerte atracción que siento por el blues.

Supongo que vivir con la guitarra a cuestas no debe ser sencillo, ¿pero sentir esas experiencias artísticas cerca de los más grandes compensa tanto sacrificio?

Cuando empecé en esto tenía tantas ganas de tocar la guitarra que no pensé nunca en los problemas que iba a tener por ser músico ni en la recompensa que me esperaba. Me tiré muchos años moviéndome con mi ampli de un lado a otro y lo que menos me preocupaba era el lugar al que tenía que ir a tocar. Con diecisiete, veinte o veintidós años yo era como un cohete y me sobraba energía. Ahora, en cambio, la energía es menor y hay que concentrarla mejor.

¿Imaginó que iba a hacer carrera con la guitarra?

Eso no se planifica, y menos si lo que te gusta es el blues. Yo me propuse tocar la guitarra porque me emocionaba oír a Jimi Hendrix, a Eric Clapton, a Jimmy Page... Esos fueron mis primeros referentes. A continuación vinieron B.B. King, Freddie King y otros muchos.

Ahora que ya han salido algunos nombres; ¿se atrevería a hacer un listado con los mejores guitarristas del mundo?

Para mí la música es como un plato de sushi, es decir, cada cosa tiene su momento. Yo no entiendo ni a los músicos, ni a los guitarristas en función de si son el mejor o el peor, sino por lo que transmiten... En los años setenta tocaba rapidísimo y ahora, en cambio, me he transformado en un guitarrista mucho más sosegado. No es que haya perdido energías, sino que ahora está más concentrada... Antes, agarraba el mástil y los dedos volaban; ahora persigo sensaciones distintas.

¿Ese cambio viene dado por las experiencias acumuladas?

La música está dentro de mí, pero según las vibraciones que siento la transmito de una manera u otra. No es que esté más o menos cansado. En estos momentos toco con Carmine Appice y Paul Shortino y de alguna forma me siento como ese actor que busca en su interior sensaciones no habituales para aceptar un papel novedoso en una película. Ahora busco cosas diferentes a lo que hago normalmente con la Vargas Blues Band.

¿Es una forma de oxigenarse?

Puede ser (sonríe)... Yo empecé en el rock. Me gustaba Led Zeppelin o Black Sabbath. Más tarde, al descubrir el blues, me sentí atraído por Kenny Winter, B.B. King, Freddie King... Luego, en los años ochenta, vino la etapa de los Rolling. Lo que yo siento es el blues. Eso es lo que tengo en mi interior y lo que me hacía estar más de diez horas con la guitarra en cuanto oía el "I can''t quit you baby" de Jimmy Page. Es importante que cualquier músico que haga rock haya pasado por el blues o, si tiene la oportunidad, por el jazz. Hacer, a otra escala, lo que hicieron en su día Wes Montgomery, Ray Davies...

Sí, pero el blues es un género que llega al corazón o pasa de largo. ¿Por qué ocurre esto?

El blues lo transmites o no. Yo no soy un académico, pero pronto me di cuenta de que lo que hacía transmitía. No sabía por qué, pero llegaba al público. Soy un guitarrista sin estudios; me dieron cinco o seis clases cuando empecé y el resto lo aprendí escuchando. Mi base es el blues, lógicamente, no podía hacer el mismo blues de Muddy Water Fly, sino el que yo sentía. El sonido que yo quería expresar era todo lo que había escuchado.

Un músico tiene que ser algo así como un "buscavidas". ¿Se imagina la suya sin una guitarra?

Ser músico no es una profesión, es una forma de vida que implica malvivir o disfrutar de experiencias que son únicas. Lo que pasa es que dentro de esa manera de vivir unas veces te toca ser el alumno y otras eres el profesor, es decir, hay días en los que estás al lado de monstruos de los que puedes aprender cosas nuevas y otros soy yo el que puede enseñar algo...

Una profesión en la que hay que tener siempre los pies atados al suelo, ¿no?

Aquí no te lo puedes creer mucho porque hay veces en las que todo marcha como la seda y otros días en los que te das un porrazo y no te vuelves a levantar. Mira lo que le pasó a Peter Green. Green era un guitarrista legendario que pudo llegar mucho más lejos... No estaría nunca al nivel de Clapton, pero casi. De repente, un día se tomó un LSD, su cabeza se llenó de malos rollos y no volvió a ser el mismo...

¿Alguna vez se ha visto intimidado por los mitos con los que ha compartido escenarios?

La única vez que me sentí intimidado en un concierto estaba junto al gran Eric Clapton, pero yo parto de la idea de que todos somos unas almas que nos hemos encontrado en torno a la música. Todos hablamos un idioma parecido, aunque todos tengamos cosas que nos hacen ser diferentes. Las relaciones fluyen de forma natural; no hay que darles más importancia de la que tienen. Solo hay que cuidarlas.