La muerte de Gregorio Esteban Sánchez Fernández (1923-2017) fue para plumillas, demás obreros del aire y conciudadanos un aldabonazo en la puerta de la sensibilidad porque, de improviso, desapareció un personaje notable del paisaje y el imaginario comunes.

Las declaraciones y escritos que lo evocan rompieron las marcas de la literatura necrológica y, desde la madrugada del sábado, la sorpresa y la pena se hicieron virales -y el término es metáfora de la transmisión y repercusión de la noticia- en el reino de las filias y fobias, de las inevitables, lógicas, egoístas y costosas diversidades.

No queda nada o, al menos, nada conocido por decir de Chiquito de la Calzada -"porque como Gregorio Sánchez no tenía sitio ni futuro en los tablaos"-, pero si resulta oportuno y justo apuntar que, desde la precoz infancia -el nombre artístico surgió "de la poca edad y la baja talla"- no se bajó de los mismos y cuando lo hizo fue para descubrir su talento para hacer prodigios de sencillez y gracia de los chistes comunes que andan por el país, como las gripes en otoño; para inventar un diccionario paralelo que dio claves sonoras y expresivas a las palabras vulgares; para emplear la erre como colofón enfático de un término cualquiera (cómor?); para interpretar y sobreactuar sus relatos, con gestos exagerados y rítmicos andares; para que lo imitaran, sin descanso ni recato, cómicos mediocres y gente de la calle; "para influir como nadie en el español de la calle", como me comentó el inolvidable Lázaro Carreter, el mejor director de la RAE, que "limpia, fija y da esplendor" a nuestro idioma.

Pasados los sesenta, llegó a la fama y al dinero a partir de un programa de Antena 3 -"Genio y figura"- y se convirtió en una estrella televisiva desde 1994. Protagonizó tres películas a finales de la década e hizo cameos en otras tantas; frecuentó la televisión y la radio y dejó una multitud de amigos en su Málaga natal -que le distinguió con el título de Hijo Predilecto- y en toda España, que descubrió con el humor un humor limpio y torrencial, para todas las ideas y todos los públicos. Brilló por su innata empatía, por su inteligencia y olfato y, sobre todo, por la mesura de su lenguaje y las expresivas invenciones que sustituyeron los términos procaces y no dieron cancha a la escatología. Grande Chiquito de la Calzada.