Cuando acontece la estación veraniega y el rigor del termómetro obliga en muchos casos al asueto merecido, la Administración toma las riendas para reparar los desperfectos causados por la propia población durante el resto del año. Tal es así que, ahora mismo, aprovechando la disminución del tráfico rodado, se está realizando por parte del Cabildo un plan de reasfaltado de nuestras castigadas carreteras, atestadas de vehículos el resto del calendario. También hemos visto recientemente un plan para remodelar la TF-5 a fin de evitar los cotidianos embotellamientos a la hora de bajar a La Laguna y Santa Cruz.

Como quiera que algunos de estos proyectos son absolutamente prioritarios, estaremos de acuerdo que otros no lo son tanto, sino que afectarían gravemente al entorno paisajístico de la isla mayor del Archipiélago y complicaría incluso hasta la convivencia en armonía de sus habitantes, habida cuenta el permanente trasiego de turistas que de forma temporal acuden para disfrutar -no lo olvidemos nunca- la singularidad diferencial de su clima, paisaje y su paz social. Es por ello que, porque la memoria suele ser bastante frágil y que las nuevas generaciones ajenas nos van sucediendo, debemos resaltar una serie de desmanes que en su día quedaron, por fortuna, abocados al fracaso; pues de lo contrario ahora estaríamos lamentándonos sin remedio.

Empezaremos por la zona más emblemática de nuestro territorio, el Parque Nacional de Las Cañadas del Teide, hoy declarado Patrimonio de la Humanidad, del que nos sentimos orgullosos, pero al mismo tiempo bastante cautos por la inevitable degradación territorial que ejerce la carga permanente de visitantes foráneos, cifrados ya en millones anuales. Pues bien, en esa zona se pretendió hace algún tiempo establecer colonias agrícolas para impedir la emigración forzosa; incluso un afamado cirujano, Tomás Zerolo, solicitó una parcela de varias hectáreas para ensayar el cultivo de cereales; otro tanto ocurrió con un ingeniero que planificó una red ferroviaria que atravesara las faldas de Las Cañadas, y si consultamos la opinión de entonces dos diputados a Cortes, concluyeron que el mejor lugar para construir el aeropuerto de la Isla era precisamente en el territorio del ahora Parque Nacional; incluso un burgomaestre de La Orotava llegó a ofrecer de forma gratuita los terrenos para su creación. Otra idea descabellada, algo anterior a estas, fue la pretensión de los alemanes de construir una base para albergar dirigibles, sumándose a otra posterior de construir hoteles, un casino y un policlínico privado en medio del Parque; o una estación de esquí y un centro de entrenamiento para deportistas de élite, que complementara la frecuencia de estos en el obsoleto Parador Nacional, donde he visto con mis propios ojos a turistas con los pies sucios durmiendo la mona descalzos y panza arriba sobre el sofá de un tresillo de la sala de estar, sin que ningún empleado osara llamarle la atención.

Continuando con los despropósitos, pasaremos brevemente por las llamadas obras faraónicas de las que en algunas se tuvieron en cuenta las declaraciones de impacto ambiental. Así fue el Lago del Puerto de la Cruz, o nuestra sufrida playa de Las Teresitas, rellenada con toneladas de arena traída desde el Sáhara, aprovechando la cinta transportadora de la empresa de fosfatos Fos-Bucrá, tantas veces asaltada por el Frente Polisario. Aquí mismo, en Bajamar, desde donde escribo, una empresa extranjera quiso construir una isla artificial al frente para crear un complejo hotelero. Se ve que no tuvieron en cuenta la permanente fuerza del espectacular oleaje que se lleva todo por delante. Otro que tal baila fue el intento de establecer un teleférico desde la playa de Martiánez hasta el risco de La Paz, o la intentona de comunicar el norte y el sur insular mediante un túnel que uniría el valle de Güímar con el de La Orotava por debajo de las faldas del Teide, ni de la materialización de los puertos de Granadilla y Fonsalía, uno casi concluido y otro en proyecto, así como el fallido intento de un promotor de construir una carretera y un puerto en la tacorontera playa de La Arena, rechazada por el entonces alcalde Hermógenes Pérez.

No nos hemos olvidado tampoco de los campos de golf en una isla donde el agua es un bien más que preciado, pese a que ahora los existentes están siendo regados con agua depurada. Sin embargo, ya en el aspecto más positivo, dada la necesidad de comunicación entre municipios y comarcas existentes, resultará necesario ver circulando algún día un tren de circunvalación por toda la Isla, aunque para ello será preciso completar el cierre del anillo insular, que sería la matriz de este complemento ferroviario posterior.

Concluimos con otras obras malogradas que nunca han tenido responsables directos porque se han perdido en la nebulosa del tiempo, como la presa de Los Campitos, el sambódromo de Jagua, estilo Río, o la propuesta del mismo promotor de playa de La Arena de urbanizar Tahodio, ahora judicializada, para construir bloques de viviendas. Y finalizo con el polémico Mamotreto, que figura en la lista más actual de desafueros pendientes de solución contra nuestra única playa utilizable de la ciudad.

Como observará el lector, si ha tenido la paciencia de leer hasta el final, la lista de despropósitos es tan larga que he omitido muchos otros proyectos, productos de calentura febril -o preelectoral- de algún alcalde o mandatario. Y ante este repaso algo exhaustivo de la memoria y la hemeroteca, sólo nos queda arrugar el ceño, como la isla misma, esperando que el vendaval de desmanes pase raudo por la isla sin detenerse y se ahogue en la inmensidad del océano. Así, pues, cualquier consecuencia será válida, menos la de atentar contra la única fuente de ingresos que supone el turismo y el sector servicios para nosotros.