Todorov establece dos tipos de verdad, la verdad fáctica: adecuación de las palabras a las cosas; y la verdad interpretativa, que será la que finalmente determine el sentido de los acontecimientos, la historia.

La verdad ha sido hostigada de siempre. Víctor Klemperer, un judío emboscado en la Alemania nazi, escribió "LTI", donde llamó neolengua a la alteración de campos semánticos mudando los significados convencionales de los nazis. Las palabras tenían nuevos significados.

También George Orwell tras su peligrosa experiencia con los comunistas en la guerra civil española, de los que pudo finalmente huir (sí: II República), se refirió una y otra vez a la perversión de mixtificar hechos con opinión, contra lo que advirtió también incansablemente Fernando Savater a cuenta del terrorismo vasco.

Ahora, muy tardíamente a cuando surgieron, se han popularizado dos términos emparentados: posverdad y relato. No hay verdad objetiva, ya que un "relato" (alguien) se encarga de elaborar la versión con la que se identifique un grupo de personas en el supermercado de "relatos" a elegir: la posverdad. Relato, narrativa, discurso... son obra de los posestructuralistas y posmodernos franceses de hace cuarenta años. Llegan ahora, pero de las universidades americanas donde arrasaron.

Aún conservo los libros de mi veintena; son casi todos del mismo género; era un verdadero monista, que diría Isaiah Berlin: autores marxistas y asociados; hasta que deje de comprar esa literatura de terror que había sido literal en grado apocalíptico.

La lectura de autores (pre) posmodernos, Foucault, Derrida, Baudrillard, Lyotard, nos sacó a muchos de las lecturas izquierdistas al dinamitar los "grandes relatos de legitimación" científicos, históricos (marxismo)... Dado el centenario de la Revolución de 1917 he vuelto a comprar varios libros sobre aquella efeméride siniestra, después de décadas de mucha abstención. El nuevo evangelio comunista logró la adhesión sumisa de muchos intelectuales. Gracias a Willi Münzenberg entre otros, y sus montajes antifascistas (congresos, manifiestos...), el Komintern pastoreó a muchos escritores occidentales mientras a los suyos trituraba. La intelectualidad europea fue reclutada de comparsa del comunismo y, convertida en tropa, coreaba salmodias. André Gide, tras su viaje a la URSS, y natural abjuración, fue tratado como apestado. La monolítica cofradía no toleraba fisuras ni disidencias.

Por tanto, la posverdad siempre ha estado ahí; serán los historiadores, como dice Todorov, los que fijen los hechos objetivos, ayudados por aquellos que darán cuenta con la emoción literaria de su testimonio personal, como hicieron escritores comunistas disidentes -Victor Serge, Arthur Koestler y otros- de la inhumanidad del comunismo.