Me encuentro inmerso estos días en la renovación del cargo de director del colegio, lo que lleva inevitablemente una profunda reflexión más clara si se toma desde cierta distancia, por lo que intento separarme lo que puedo para que la fotografía no aparezca incompleta ni desenfocada y así orientar mi proyecto hacia esa realidad que deseo mejorar y para la que aún me sobran ganas.

Leí hace unos días en la red una carta que se ha hecho viral. La ha escrito una profesora de Secundaria, de 45 años de edad y 19 de experiencia. Más que una carta, es una arenga para enardecer a las tropas.

Esta carta, que ha tenido mucha aceptación entre buena parte de mis compañeros, no me parece afortunada. Creo que más necesario que enardecer el ánimo para la lucha, es preciso reflexionar con rigor sobre la tarea.

Dice la profesora: "A mí me pagan por enseñar, no por aguantar". Es como si un médico dijese que a él le pagan por curar pero no por soportar a pacientes incómodos, a compañeros molestos o a jefes déspotas. Porque eso va en el trabajo. La enseñanza echa sus raíces en la comunicación.

Me ha preocupado su estado de ánimo, entre indignado y agresivo, que la lleva a escribir: "Contestaré en el mismo tono y con la misma contundencia que se me trate...". Creo que esa es la forma más eficaz de acabar con el diálogo.

Trato de comprender a esta mujer que, a sus 45 años, ya está harta. Y, en buena parte, lo consigo. Porque creo que el profesorado debería contar con más apoyo y respeto de las familias, de la Administración y de la sociedad. Y con una mejor actitud hacia el estudio y hacia los docentes de algunos alumnos y alumnas cuyo comportamiento deja mucho que desear. Pero también hay profesores y profesoras apasionados con su tarea y otros que no lo son tanto.

El problema que tienen estas reacciones de hartazgo es que se exige desde ellas que mejoren los comportamientos, las actitudes y las concepciones de los demás, pero no los propios. La carta es un ejemplo claro. Tienen, a su juicio, que mejorar la administración -cómo no-, las familias -por supuesto-, la sociedad -claro que sí-, los alumnos -sin duda-. Pero nada tendría que hacer el profesorado -o nada se dice sobre ello- salvo quejarse y exigir a los otros.

Mi preocupación ante el caso de esta profesora -y otros similares- es doble. Por una parte, me preocupa el desarrollo profesional de los docentes, esa sensación de hartazgo a la que algunos llegan frente a la deseable plenitud profesional. Es decir, que la experiencia nos vaya haciendo más soberbios, más duros, más cínicos, más pesimistas, más perezosos, más suspicaces, más autoritarios, en lugar de hacernos más humildes, más sabios, más sensibles, más amables, más sinceros, más optimistas, más confiados, más demócratas, más felices.

¿De quién depende? Pues yo creo que, básicamente, de cada uno. No lo olvidemos. A veinte centímetros que separan dos aulas, de un lado del tabique, hay un profesor feliz y entusiasta, que hace felices a sus alumnos y a todos aquellos a quienes mira y toca, y del otro lado del tabique, hay un profesor amargado que contamina con su tristeza todo lo que toca y mira. Y tienen el mismo sueldo, la misma asignatura, el mismo número de alumnos, parecidas familias, el mismo director, el mismo inspector, la misma consejera, el mismo ministro...

Por otra parte me preocupa lo que sucede con el trabajo de esos docentes impregnados por esa actitud de hartazgo. ¿Cómo se comunican con un alumnado que tiene una edad problemática, esa edad "entre la fragilidad y la insolencia en la que la influencia de los adultos no se reconoce ni bajo tortura, una edad en la que se precisa una dosis de autoafirmación cada ocho horas y en la que la principal certeza es la incertidumbre"?

Quiero mejores condiciones para el ejercicio de la enseñanza. Más y mejores ayudas y menos prescripciones inútiles, por supuesto. Y familias que ayuden y alumnos respetuosos, motivados y trabajadores. Pero donde está la raíz de la satisfacción profesional es en el compromiso personal con la tarea.

Esta profesión gana autoridad por el amor a lo que se enseña y el amor a quienes se enseña.

Feliz domingo.

In Memoriam: Auxi de la Rosa, siete años. No hay olvido.

adebernar@yahoo.es