Agotados los últimos minutos del Día Mundial de la Salud Mental, retomo la personificación de unos vecinos singulares que por su condición física están integrados en nuestro entorno, pese a que sus neuronas militen en otra galaxia diferente de la nuestra. Por ello comenzaré por citar a una anciana correctamente vestida que se patea a chancla, con frío o calor y desde hace varios años, todo el trayecto de la carretera TF-13 que discurre entre Tejina y la Punta del Hidalgo. Puestos a valorar su comportamiento, deduzco que tiene que estar guardada por un ángel protector, por la cantidad de veces que arriesga su vida en un estrecho arcén, sorteando el peligro constante de los conductores desaprensivos y temerarios. Como nunca la he visto articular palabra, no puedo preguntarle por su índice de colesterol, que presumo debe estar a nivel de los chinos, la media más baja del planeta. Como émula de apoyo a esta persistencia peatonal, figura una vigoréxica cuarentona que saliendo de su chalet unifamiliar acude con puntualidad espartana a su itinerario habitual del entorno de las piscinas y el paseo marítimo. Generalmente es bastante amable, aunque a veces tuerce el gesto moviendo los brazos con energía para redirigir los vehículos que saliendo de sus garajes invaden su circuito de entrenamiento permanente y la obligan a detenerse unos segundos, mientras esboza un saludo con sonrisa distraída. Con menos asiduidad, pero de forma constante durante la temporada veraniega, procedente de la vecina Tejina suele irrumpir en este ámbito una versión provecta de Vicky el Vikingo, andando con parsimonia mientras ondea su larga cabellera rubia al compás del viento. Su motivación es que le está tirando los tejos a una presunta novia que habita en su mismo Valhalla (morada de los elegidos, según la mitología vikinga). En apariencia el romance no progresa demasiado, pero él no ceja en su entusiasta empeño y regresa durante toda la temporada del estío y en cada puente festivo.

Rizando el rizo de la cercana vecindad, destaca el orador que colgó los voltios y los watios en una percha imaginaria bajo las estrellas, que contempla en solitario en horas nocturnas mientras improvisa encendidos discursos, o admirativos silencios dirigidos a la difusa línea del horizonte.

En una ocasión, buscando una alter ego para compartir sus vacíos, emprendió una línea epistolar con una caribeña avispada, que se apresuró a solicitarle dinero para pasaje y gastos para venir a conocerlo personalmente y, tal vez, conformar pareja. Argucia en la que cayó nuestro ingenuo vecino, desembolsando de su cómodo peculio una cantidad generosa a fondo irrecuperable. Cifra que ha olvidado casi de inmediato, sentado en actitud contemplativa frente al mar mientras se zampa un generoso bocadillo de mortadela adquirido en el único kiosco de la zona. Presumo que sopesará la ventaja de verse timado por la "mantis", que le hubiera devorado todo su patrimonio si hubiera arribado a la Isla con su bagaje de falsas promesas de amor.

Evidentemente hay algunos más que en principio sólo son aspirantes a formar parte de esa pléyade de obsesos, que por sus hábitos rutinarios están ya a mitad del ingreso en el club de las otras ondas hertzianas. Franjas que nos pueden parecer diferentes y alejadas de nuestra idiosincrasia, pese a la cruda realidad que a veces nos desvela nuestra mediocridad aparentemente normal. Loca consecuencia que nos impide ver el más allá de felicidad permanente en que habitan estos aludidos, mientras nosotros nos debatimos en el poso de nuestro inconformismo y nuestra desdicha, porque la locura no es otra cosa que la razón vestida de forma diferente.

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