Hoy tampoco. Ya no estoy para estos trotes. Huyo o quiero hacerlo de los adjetivos. De los calificativos que descalifican. Va a ser que no. Que me harté. Que aunque los vientos de casi todos los lados me empujen hacia el egoísmo, no voy a hacerles caso. Porque no sé en qué creer. Y a la vez confío plenamente en mis convicciones. Más fuerte si cabe. Por momentos siento..., cómo llamarlo: ¿melancolía?, ¿morriña?, ¿angustia?, ¿nostalgia? ¿añoranza?... Eso. Eso es, va a ser añoranza.

Añoro los tiempos en los que las necesidades abundaban, porque lo poco que había era de todos. Todo era de todos. Cuando las tristezas de los otros generaban mis lágrimas. Cuando los logros del vecino eran el triunfo de todo el barrio, del pueblo entero, la ciudad, el país. Cuando las envidias pasaban hambre.

Añoro aquellos tiempos, de no hace tanto, en los que se valoraban los esfuerzos, las intenciones, las ganas o la entrega por encima de los resultados. Cuando nadie sabía lo que era perder el tiempo ni ganarlo. Ni había tiempos muertos ni muertos anónimos.

Cuando todo se hacía cara a cara. Cuando el apretón de manos era más que una firma. La palabra, el contrato. Cuando el mejor círculo social era el que se formaba alrededor de la tortilla de papas o los "táper" de sandía y melón. Cuando había ropa de domingo y vermú después de misa. Antes de comer.

No hace tanto que los años se cumplían día a día, minuto a minuto, golpe a golpe, verso a verso. El tiempo daba para todo y la soledad era una canción. No hace tanto, en el que la primera lección era "el respetito es muy bonito". Me temo que también se diluyó.

Antes no se vivía mejor, pero se vivía. La vida ahora se va sin que toquemos el suelo. Es velocidad. Pisotones. Medrar a costa de lo que sea. La mediocridad ha triunfado y está en lo más alto. No están los más capaces ni los más creativos. No están los mejores. Mientras más arriba peor. Ahora tenemos un gobierno que no lo es, apoyado en la corrupción más absoluta; y una oposición que se fagocita. Pero hoy no escribo de política: corro el riesgo de convertirme en ellos, ser como ellos, parecerme. Son los héroes del presente. De la gente verdaderamente importante no se habla. Y menos, casi nada, de los imprescindibles. Aquí lo que se celebra es la política. Y así nos va.

Ya no. Ya no aguanto que a las buenas personas se las tome por tontas. Que se pierda el tiempo en absurdos procedimientos, reglamentos, normas, estatutos y otras enredaderas inútiles. Me hartan los inmaduros crónicos, las personas absurdas encantadas de conocerse. Los chupatintas, los de la sonrisa no sentida, los que se burlan de la honradez. Los del ande yo caliente. Ya no estoy para eso.

Estoy harto de los pluscuamperfectos, de los maleducados, de los agresivos. De los que encuentran placer en el dolor de los débiles. De los matones con banda de aduladores. De estos últimos, más que harto. De las apariencias que engañan para mal.

A los que hemos pasado la cima -como a las liebres- nos resulta más duro bajar que subir. Vemos más y soportamos menos. Y aunque sigo creyendo que la felicidad está siempre en el porvenir, no puedo evitar esos momentos. De melancolía. De canciones tristes con cerveza. De desengaño. De nostalgias que en el fondo nunca se fueron. La realidad es dura. A veces cruel. Como la vida.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es