Dice la canción que una pulga saltando rompe un lebrillo. Javier Abreu empezó con malas pulgas desde el minuto uno de la firma ajena del pacto de gobierno -o lo que sea- de la Laguna. Ya se vio que la cosa pintaba mal. Porque fue la federal del PSOE la que impuso con calzador el cogobierno con los nacionalistas.

Abreu y parte de los socialistas laguneros se tragaron el sapo cancionero. Habían intentado negociar un pacto a la izquierda -llámalo confluencia-, pero no hubo manera. Lo que les ofrecían no justificaba una ruptura. Pero no disimularon ni lo más mínimo que aquello no les gustaba. Especialmente Abreu, que empezó una difícil travesía política consistente en estar en el Gobierno de cuerpo presente y en la oposición de alma ausente.

Así no marchó la cosa. En una tensa enajenación de estar a regañadientes en matrimonio político por poderes, donde el roce en vez de cariño hacía sarpullidos. José Alberto Díaz se sumió en un hosco silencio durante los primeros meses de mandato, tragando pacientemente los variados mensajes que Javier Abreu le mandaba con todo tipo de pequeñas trastadas.

Hay una parte del PSOE de Tenerife que trabaja para engastar una sublevación de las bases contra quienes están en el Gobierno, con la vista puesta en el proceso de transición en el poder del partido en Canarias. Un buen combustible para echar en esa hoguera eran las desavenencias, los incumplimientos y los juegos malabares en el poder municipal. Así que Javier Abreu se convirtió en el azote mediático de CC en los incumplimientos de los pactos en Tenerife. Exhibiendo el panorama de los desacuerdos municipales parecía preguntar -y preguntarse- a cuenta de qué tenían que cumplir los socialistas laguneros con un pacto que todo el mundo se tomaba como el pito del sereno. Y armado de ese argumentario se dedicó a jeringar desde dentro, hasta que, en un pleno, dos concejales del PSOE dejaron a CC con los pantalones por las canillas ante la oposición en bloque.

José Alberto Díaz reventó y cesó a Abreu de la empresa de aguas del municipio. Fue la primera respuesta política a la ambivalente postura de su aliado sulfuroso. Tras el cese hubo amago de crisis, reunión de la mesa del pacto, truenos, relámpagos..., tirar mano a la espada, fuesen y no hubo nada. El PSOE protestó enérgicamente por el cese de Abreu, pero con la convicción justita. Porque en el fondo sabían de qué iba la cosa.

Pero Abreu no se dio por vencido y siguió tensando la cuerda. En este caso construyendo un heroico relato retrospectivo de una supuesta guerra contra los aguatenientes de la isla, que es lo que dice que le costó el cogote. Presentó una moción para tocarle nuevamente el contrabajo al alcalde. Y le cesaron de todos los cargos que le quedaban. Su último salto no sólo rompió el lebrillo, sino que puede llevarle a un grave conflicto con su propio partido donde algunos ya dicen que está más fuera que dentro. No es así. Pero ha llegado a una peligrosa zona fronteriza.