Montaña Colorada abajo, y terminando en la punta de Hamacas, casi marcando el lindero del Tamaduste con la costa de Echedo y como un hijo menor del volcán, incrustado con sus garfios de lava en el fondo del mar de siempre, avistamos el Roque de las Gaviotas, dado que su curiosidad siempre nos atraía.

Desde lo alto de la montaña se contempla a lo lejos el roque, jugando con los embates del mar y con sus ribetes blancos salpicados por toda su superficie que nos decían eran cantidades de gaviotas que allí se posaban desde no se sabe cuándo. Lo veíamos metido en la distancia. Solo desde el mar los que hasta allí se acercaban lo podían contemplar en toda su extensión, pero hoy sí que se llega hasta él caminando placenteramente y bordeando la costa desde la playa del Picacho, haciendo de la cercanía una extrañeza, una situación nueva dentro del impacto que pudiera sufrir la memoria o la emoción de estar casi tocándolo, al lado, cuando desde la vieja memoria lo veíamos distante y provocador por la indescifrable elegancia que portaban sus riscos y sus, muchas veces, imaginarias gaviotas.

El roque tiene el color del mismo malpais: canelo oscuro, pero salpicado por parcelas blanquecinas, que nos decían eran las gaviotas que allí moraban como guardianes de los pescadores o que en sus rescoldos se refugiaban pequeñas barcas. Sin embargo, siempre lo veíamos igual, no cambiaba su colorido, pero con un nuevo entusiasmo por encontrarlo con la mirada frustrante sin importarnos si estaba con más o sin menos gaviotas dándonos la impresión, como si el Roque fuera la leyenda mítica del santuario y hospedaje de gaviotas que de tarde en tarde llegaban a posarse en él.

Nunca lo vimos limpio de su blancura ancestral, como tampoco totalmente plagado de alas revoloteando, chocando unas contra de otras por la avalancha de las gaviotas de esa parte de la isla que allí se daban cita para poner sus huevos, para huir del mar, o simplemente para descansar en un obligado reposo para más tarde volver al agua, remar con su alas por las crestas de las olas para llegar, tal vez, al Tamasdute; o, en un alarde de intrepidez, mecerse en el remanso de las tranquilas aguas del Pozo de las Calcosas. No se sabe.

El Roque de las Gaviotas, anclado, con sus potalas azules, rodeado de espuma salada y como referente volcánico de la fuerza telúrica de la isla, hace de lindero de lo que nunca pudimos alcanzar sino con e l deseo. Estaba lejos, pero hoy cerca. Casi tocándolo, aunque las gaviotas imaginarias mas que otra cosa nos hagan escurridizas carantoñas.