Me llama un amigo profesionalmente afincado en Madrid para recordarme que no hace mucho estuvimos paseando una noche por la Plaza de Oriente. "¿Y eso a cuenta de qué?", me pregunté para mis adentros. "Te lo digo para que no pierdas la idea de que allí no cabe mucha gente", me respondió categórico justo antes de preguntarle. Desde luego que no, pensé; sobre todo después de la reforma de los jardines y aledaños.

Quería mi amigo criticarme amablemente un artículo publicado el viernes en este periódico que titulé "Baño de patriotismo". Según él, no había tantos ciudadanos en las calles de la capital para ver pasar al nuevo Rey, ni tampoco en la mítica Plaza de Oriente para aclamarlo cuando salió al balcón del Palacio Real. "En Madrid no hay monárquicos; todos son republicanos", sentenció. "Alguno habrá", le objeté.

Mi amigo es socialista y republicano. Y no soy socialista ni tampoco monárquico. Podría ser republicano -y de hecho, ideológicamente, lo soy-, pero mientras no cambien mucho las cosas en este país, me da pánico ser republicano porque eso en España, lamentablemente, se confunde con practicar un extremismo político encuadrado en la extrema izquierda, cuando no en disparates tipo Podemos o todo lo derivado de acampar en una plaza para vindicarse uno como el paladín de la regeneración absoluta; desde la justicia social hasta la consecución de un nuevo estado en el que cualquiera cobre un sueldo mínimo sin necesidad de trabajar. Asunto al que me apunto de inmediato porque, con humilde sinceridad lo confieso, si consigo que me aflojen 600 euros al mes sin tener que levantarme a las seis de la mañana y estar corriendo todo el día hasta las diez de la noche o más tarde, a lo mejor considero la posibilidad de pasarme a la vida contemplativa. Siendo sinceros con nosotros mismos, las concentraciones en tiendas de campaña, ya sea en la Puerta de Sol o, en su día, en la vega de La Laguna para protestar contra el entonces proyecto de vía de ronda, están bien para echar un polvo robado con la parienta igualmente veinteañera; ellos y ellas, pues en esto la igualdad es total desde hace mucho tiempo. La reivindicación política o el compromiso con un cambio social realmente factible es otra cosa. Supongo que a mi amigo también le disgustará leer esto, pero confío en que no por ello perdamos el afecto mutuo.

No soy monárquico pero me aterra ser republicano quizá tanto como les inquieta la misma idea a socialistas notables. Líderes de la categoría de Felipe González, Alfonso Guerra o el propio Pérez Rubalcaba han dicho por activa y por pasiva que no están por la labor. Ahora, no; en el futuro ya se verá. La misma postura de Santiago Carrillo en una entrevista que le hicieron dos meses antes de su muerte. "Soy republicano pero no es este el momento de cambiar", dijo.

No lo es -no puede serlo- porque España sigue teniendo gravísimos problemas. O, si hemos de ser precisos, un problema descomunal -el de casi seis millones de parados- del que se derivan los demás. Por ahí hay que empezar; el color de la fachada de la casa puede esperar.

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