Digan lo que digan los políticos especialmente interesados en ellas, las elecciones europeas del próximo 25 de mayo interesan muy poco por estos alrededores y me temo que también en el resto del llamado Viejo Continente. Una pena porque Europa es la solución, aunque no nos lo parezca, a muchos de nuestros problemas. Lo que necesitamos es más UE para todo. No únicamente para la economía; también para ser algo en un mundo que Rusia quiere volver a polarizar pese a que esto quizá ya no sea posible. No porque lo impida Europa, que sigue contando poco en el escenario internacional cuando lo que se requiere es otra cosa distinta a sacar el talonario y firmar, sino porque ahora está China que cuenta no sólo como potencia militar sino también económica.

No les importan mucho estas elecciones a los ciudadanos pero sí a los partidos. De manera especial al PSOE que busca cualquier oportunidad de revancha para elevar la moral en sus filas. Lícita y legítima actitud, aunque a lo peor se están equivocando con José Luis Rodríguez Zapatero. Cinco mítines del expresidente del Gobierno en precampaña parecen muchos. Uno solo ya sería demasiado. Se empeñan los nostálgicos del socialismo del disparate -socialismo no tiene por qué ir unido a disparate, aunque a veces eso es lo que sucede- en recuperar la figura de un presidente que se consideraba a sí mismo amortizado. Al menos es lo que decía el propio interesado hasta hace poco.

Persiste la progresía en proclamar que el Gobierno del PP está haciendo bueno a Zapatero. No es así. Este Gabinete se está equivocando, a mi modesto entender, en muchas cosas. Demasiadas concesiones de Gallardón a ciertos sectores de un catolicismo decimonónico, un insufrible acoso fiscal a la clase media -el gran error de un partido que, al igual que el PSOE, nutre su granero electoral con el voto de la clase media-, un excesivo interés por la macroeconomía y otras decisiones cuestionables. Sin embargo, muchas de esas decisiones ha habido que tomarlas -y no estoy justificando a nadie- por culpa del desastre anterior. Esto lo ha reconocido alguien tan poco amigo de Mariano Rajoy como lo es Arturo Mas. Zapatero no provocó la crisis, nadie lo ha culpado jamás de eso, pero la agravó al no adoptar medidas imprescindibles a tiempo. Desoyó lo que le decía -más bien le exigía- Merkel y tuvo que llamarlo su idolatrado Obama para que se diera cuenta de dónde se había metido -y nos había metido a todos- y se pusiera a pasear, insomne en horas de la madrugada, por los pasillos de La Moncloa. Ya era tarde. Las consecuencias las seguimos pagando.

La progresía española es incapaz de quedarse quieta en la oposición ni siquiera cuatro años. Le falta tiempo para alarmarse ante todo y hasta alborotar la calle a ver si agitando el río pesca algo. Y ahora, cuando las encuestas sobre las europeas no arrojan lo que esperaban Rubalcaba y sus acólitos a estas alturas de la legislatura, optan por recuperar a viejas glorias. ¿A quiénes van a engañar?

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