Durante los casi 38 años que llevo ejerciendo el oficio de periodista he entrevistado a muchas personas y personajes. Desde presidentes propios y extranjeros, pasando por grandes empresarios tanto locales como foráneos, hasta esa fauna que un día Fidel Castro -a quien también he conocido en persona- calificó de lumpen con un evidente matiz peyorativo que no siempre he aceptado porque algunas veces, pocas pero las ha habido, he llegado a pensar que la única diferencia entre un chorizo con marchamo y alguien que se tiene por un ciudadano honrado de misa y comunión es bastante más sutil de lo que pensamos; o de lo que quieren algunos que creamos, por expresarlo con más precisión. Un elenco de individuos con las correspondientes individuas que abarca todo el espectro social, o casi.

Casi porque a día de hoy sigo con las ganas de preguntarles algunas cosas a algunos. Con Gabriel García Márquez ya no podrá ser. Menudean en estas fechas prestos comentarios y opiniones de quienes estaban en los secretos más íntimos de Gabo por la sencilla razón de que alguna vez coincidieron con él. Jamás tuve esa suerte. He podido hablar un par de veces con Vargas Llosa -"Conversación en la catedral" me sigue pareciendo una novela tan buena como "Cien años de soledad"- pero nunca coincidí con García Márquez. Ni siquiera en una multitudinaria rueda de prensa. Algo que siempre deseé con el fin de formularle una pregunta sobre su obra mítica, la citada "Cien años de soledad", si bien él se decantaba por "El amor en los tiempos del cólera" a la hora de señalar su creación por excelencia. Al final, el escritor tiene sus criterios y los lectores los suyos, no siempre coincidentes.

La pregunta hubiese sido si reflejan los gitanos que llegan a Macondo la colonización española de América y la compañía bananera, que se instala después, el sometimiento al imperialismo económico -y hasta político muchas veces- de los gringos del norte. He leído algunas teorías al respecto sin que ninguna logre convencerme del todo. Es posible que ni el propio autor llegase a ser consciente de determinados planteamientos porque, precisamente por su condición intrínseca, se desarrollan en el subconsciente hasta que afloran a la superficie, como la lava de un volcán, en el momento menos previsto y previsible. Y aquí acaba todo.

Acaba todo porque como escritor, genial. Como amigo de dictadores del cariz de los hermanos Castro por la mera condición de que son comunistas y enemigos de los yanquis, no; por esa puerta jamás entraré. Acaso como símbolo antagónico de una supremacía anglosajona muy avasalladora en los últimos 75 años, sí; como icono de la lucha de los desfavorecidos, por supuesto que no. No porque Gabo, superadas las penurias a las que se enfrentaron y se siguen enfrentando bastantes escritores en sus comienzos -"La pobreza es el mejor remedio para la diabetes", llegó a decir-, siempre vivió muy bien; sobre todo cuando visitaba La Habana invitado por su amigo Fidel con cargo al pueblo cubano.

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