1.- Mis primeros escritos infantiles partieron de una máquina de escribir "Underwood" que don Jacobo Ahlers le regaló a mi abuelo. Con ella, que conservo y que debería restaurar, me hice periodista, contando cosas que ocurrían en la familia. Cada vez que pulso las teclas de esa máquina me emociono y me traslado al pasado. Guardo mis escritos, encuadernados, y me asombro de su ingenuidad cuando repaso las cuartillas, ya medio descoloridas. Cuántos años desde entonces, desde el año 1960 en que está fechado el más antiguo de ellos. Más de medio siglo transcurrido y aún sigo aquí. Qué será de esos escritos el día de mañana, ¿acabarán acaso en una papelera cuando ya no esté yo aquí? Yo tenía 13 años entonces y ya había nacido en mí la afición por la crónica. Que no ha cesado, a pesar de los años transcurridos y de todas las cargas que llevo encima.

2.- Echo de menos el despacho de mi abuelo, ubicado en el mismo centro de la casa portuense donde me crié, en la plaza del Charco, justo al lado de la Casa Yeoward. Mi bisabuelo la compró por quinientas pesetas y era un edificio inmenso, con salidas a la citada plaza y a la trasera de San Francisco. Ocupaba cientos y cientos de metros, con una huerta, gallinero y estanque en la parte de atrás. Un estanque lleno de peces de colores que alimentábamos con migas de pan, y unas cuadras sin caballos, pero a tope de cosas viejas: una espingarda, un casco alemán con un agujero de bala en la zona de la sien, una pistola llena de óxido, una bayoneta de la guerra carlista, una prensa pesadísima. Conservo -la tienen mis hijas- la mesa de caoba del despacho, a través de la cual puede leerse, en inscripciones casi imperceptibles, la historia de mi vida; y los corazones dedicados a mis novias de niño están grabados en ella. Porque, ya saben, en medio del estudio un suspiro y un corazón.

3.- Estoy mirando la vieja "Underwood", testigo inerte de miles de ilusiones antiguas; la veo colocada cuidadosamente, con su funda rígida, que ha desaparecido, sobre aquella mesa del despacho de mi abuelo, que él también había heredado de su padre. Parece que las cosas no tienen vida, pero sí la tienen, animadas por los recuerdos. Como saben ustedes, porque yo lo he contado en estas páginas, lo guardo todo, lo colecciono todo y tengo pelín complejo de Diógenes, así que se me permiten estas licencias.

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